THE OBJECTIVE
Fernando L. Quintela

Seamos un poco africanos

A la madre le evitan el dolor de un parto, pero al bebé nadie le alivia el dolor de la llegada a la vida. Una vida maravillosa pero, no nos engañemos, con un dolor creciente en la medida en que vamos espabilando.

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Seamos un poco africanos

A la madre le evitan el dolor de un parto, pero al bebé nadie le alivia el dolor de la llegada a la vida. Una vida maravillosa pero, no nos engañemos, con un dolor creciente en la medida en que vamos espabilando.

A la madre le evitan el dolor de un parto, pero al bebé nadie le alivia el dolor de la llegada a la vida. Una vida maravillosa pero, no nos engañemos, con un dolor creciente en la medida en que vamos espabilando. Mejor que a la madre le daría ese gas al recién nacido. Va a necesitar esa sonrisa, esa risa, o al menos esa cara de risa, durante muchos años de su vida. Hasta que se dé cuenta de dónde ha venido a parar, de dónde “le hemos venido a parar”. ¿O es que no recuerdas esos momentos de cabreo en que espetabas a tus padres “yo no te pedí nacer”?

En ese momento, cuando se dé cuenta, la risa ya será pocas veces natural. No hay nada más reconfortante que la risa de un niño, nada más inquietante que la risa de un maleante ni nada más triste que la risa de un payaso. Pero todas esconden una misma intención: hacerse pasar por un ser feliz.

La risa de un niño europeo es la un pequeño burgués, la de un niño latino es la de un conquistador. La de un niño africano es una sonrisa de colores, aunque sea en blanco y negro.

Los niños africanos son adultos desde que nacen, conscientes de su entorno y de la suerte en la que les ha tocado crecer. Maduran como los mangos, pronto porque les toca. Y porque detrás de ellos llegan otros con rapidez. No regalan sonrisas. Te las tienes que ganar. Saben que la risa es un premio que no debe estar al alcance de cualquiera. De la misma manera que los niños africanos no lloran en las situaciones extremas, ¿no se ha dado usted cuenta?, tampoco ríen de manera gratuita. Observan, procesan y entonces, si lo que ven les gusta, te regalan la sonrisa más limpia del planeta. No tienen filtros ni la acomodan a sus caprichos. No tienen que decir “cheese” para hacerse una fotografía.

Los niños africanos utilizan la risa y la sonrisa como deberíamos hacerlo los adultos. Nunca fingida, siempre sincera. ¿Por qué forzar una sonrisa si sientes lo contrario? Dejando a un lado la sonrisa de amor y la caritativa, ninguna de las demás está justificada si no es natural. La sonrisa del avaro, la del mentiroso, la del asesino, la del confabulador, la del traidor, la del envidioso. Todas malas, pero ninguna tan contaminante como la del ignorante. ¡Quién pudiera acabar con ellas! Una vez estuve en coma, varios días, y me dieron algo, ¿sería ese gas? que me trasladó a un universo de felicidad. Durante el tiempo que me duró ese gas trasladé mi mundo al continente negro. Seamos un poco africanos, aprendamos a sonreír.

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