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Miguel Ángel Garrido Gallardo

Ser de Extremadura

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Ser de Extremadura

Si a una personita de diez años, por ejemplo, que vive en un pueblo de la provincia de Cáceres o Badajoz se le pregunta hoy por Extremadura dirá seguramente que es una de las 17 comunidades autónomas (nacionalidades o regiones) en que se divide la Nación-Estado que es España, que cuenta además con dos ciudades autónomas (Ceuta y Melilla) en territorio africano. Sabe también que la capital de su región es Mérida. Podrá decir todo esto de carrerilla porque se lo han enseñado en la escuela y es exactamente lo que dice la Constitución de 1978 que nos rige. Todos tendemos a sentir que lo que se da por hecho en el arco de nuestro ciclo vital  es eterno y por eso el idioma aprendido como vehicular se convierte en primera lengua en tan solo dos o tres generaciones y la división territorial enseñada en el colegio, por artificial o artificiosa que sea, se puede aceptar sin rechistar. Aunque no siempre es así. Extremadura es una región.

Aunque no siempre es así. Extremadura es una región.

Sin embargo, si preguntamos a esa persona si se siente más española que extremeña (o viceversa), cuestión frecuente en las encuestas de otras circunscripciones, se quedará perpleja, y más perpleja aún si se le pregunta si se siente más pacense (de la provincia de Badajoz) o cacereña que extremeña, o viceversa. Somos españolas o españoles y basta.

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Mérida. Plaza Mayor de Badajoz | Foto vía Wikimedia Commons/Tomás Fano.

Es lo que pasaba en mi infancia en Los Santos de Maimona (Badajoz). En 1950-1960 un niño como yo se sentía español y, si acaso, de la provincia de Badajoz. Lo de la provincia de Badajoz, con mucha convicción, precisamente porque era lo que había oído desde su nacimiento, aunque la tal provincia sea un invento de 1822. Ciertamente, si viajábamos desde Madrid, por ejemplo, podría ser que empleáramos la expresión “ir a  Extremadura” en el sentido genérico de zona que englobaba Cáceres y Badajoz,  la “provincia” (en un sentido anterior) que se había creado en 1371 tras la conquista leonesa de la Taifa de Badajoz.

Y el caso es que Extremadura tiene razones de peso para fundamentar una identidad: históricas, artísticas, medioambientales, religiosas. Quizá le falta fundamento geográfico. Situada en el oeste español, limita al norte con Castilla y León (Salamanca, Ávila) y al Sur con Andalucía occidental (Córdoba, Sevilla, Huelva), siendo muy leonesa al norte y andaluza al sur. E incluso castellana y manchega al este (Toledo, Ciudad Real), aunque poco portuguesa en la zona de transición con Portugal que la limita al oeste. Quizás la Lusitania romana (ulterior), que en siglo II comprendía el territorio de Salamanca,  por debajo del Duero, integrando toda Extremadura y la parte correspondiente de Portugal y teniendo como capital la gran Emerita Augusta (Mérida), hubiera dado otro resultado. Pero la unidad cultural y política de Hispania no tuvo lugar.

El caso es que Extremadura puede presumir de historia.

El caso es que Extremadura puede presumir de historia. Mérida, su capital, fue fundada probablemente por Octavio Augusto en el año 25 antes de Cristo para asentamiento de los jubilados de  de las legiones  quinta y décima y, tras pasar por las invasiones bárbaras y el dominio musulmán, llega a la Reconquista no siendo lo que era, pero siendo mucho. Hoy, salvo Roma, es quizás el testimonio arqueológico más importante de los orígenes romanos de nuestra civilización: el puente romano, el acueducto, el hipódromo y, sobre todo, el teatro justifican sobradamente el título de Patrimonio de la Humanidad que le otorgó en 1993 la UNESCO. ¡Vaya capital!

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Teatro romano de Mérida. Su construcción se realizó en los años 16 y 15 a.C. El frente de la escena se introdujo a finales del siglo I o principios del II. | Foto vía Flickr/Ángel M. Felicísimo

Cáceres, la capital de la provincia homónima había sido previamente declarada también por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en 1986, habida  cuenta de que su Ciudad Vieja supone uno de los más bellos y mejor conservados conjuntos urbanos de la Edad Media y  el Renacimiento. En la provincia, en el monasterio de Yuste, pasó los dos últimos años de su vida (1556-1558) y murió Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico.

Extremadura es cuna de conquistadores: Francisco de Pizarro (Trujillo 1478-Lima, 1541) Hernán Cortés (Medellín, 1485- Castilleja de la Cuesta, 1547), Pedro de Valdivia (Villanueva de la Serena, 1497- Tucapel, 1553), Ñuflo de Chaves (Cáceres, 1518-  Aldea Mitimi, 1568) y otros muchos son los nombres de referencia de la conquista y evangelización de América a partir del siglo XVI. Pero por más que en los templos de Extremadura la generación anterior a la mía cantara en la posguerra Somos los hijos del gran Pizarro/ los hijos somos de Hernán Cortés, no parece que de aquí haya nacido un sentimiento patriótico diferenciador. Y más cuando lo que hoy llaman algunos sentimiento de “imperiofobia” está enquistado en la médula de lo políticamente correcto, de tal manera que la propuesta de letra de José María Pemán para el himno nacional (“Gloria a la patria que supo seguir sobre el azul del mar el caminar del sol”) difícilmente sería reivindicada por nadie  en Extremadura

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Hornachos, Extremadura. | Foto vía Flickr/Phillip Capper

Podríamos seguir señalando muchas referencias importantes para la identidad extremeña. De medio ambiente (sobre todo en la provincia de Cáceres): Valle del Jerte, Valle de Ambroz, La Vera o los parques naturales de Monfragüe y Cornalvo. También, de gastronomía o turismo. Pero es preciso no olvidar dos pilares fundamentales al caso: lengua y religión.

La lengua de Extremadura es el castellano o español con rasgos dialectales, que van desde leonesismos a andalucismos según se avanza a lo largo de la romana Vía de la Plata, hoy autovía principal. José María Gabriel y Galán (Frades de la Sierra, Salamanca, 1870- Guijo de Granadillas, Cáceres, 1905)  es el principal autor de poesías en un cierto dialecto extremeño (“castúo”), castellano trufado de vulgarismos de una sociedad rural, algunos propios. Así en  El Cristu Benditu  (1898). Luis Chamizo (Guareña, Badajoz, 1894- Madrid, 1945), admirador de Gabriel y Galán, adopta también ese dialecto (El miajón de los castúos, 1921) No  alcanza mayor significación.

Extremadura tiene una composición religiosa católica cuyas manifestaciones (más castellana,  más andaluza) va a la par de las demás manifestaciones culturales

Extremadura tiene una composición religiosa católica cuyas manifestaciones (más castellana,  más andaluza) va a la par de las demás manifestaciones culturales. La referencia histórica más sobresaliente es la advocación de Guadalupe, pueblo de Cáceres, documentada desde 1326, llevada seguramente a América por extremeños y cuyo nombre es el adoptado muy posteriormente para la aparición de la Virgen en México al indio Juan Diego, referencia que goza de un reconocimiento universal. Podría ser icono de la constante discreta retirada de lo extremeño a un segundo plano. La Virgen de Guadalupe es coronada por mandato de Pío XII el 12 de octubre de 1928 y nombrada por Alfonso XIII patrona de España. Nótese: 12 de octubre, día de la Fiesta Nacional y festividad de la Virgen del Pilar. Actualmente, la Comunidad de Extremadura celebra la fiesta de la Comunidad en Guadalupe el día 8 de septiembre, festividad de la Natividad de la Virgen, celebración de numerosos pueblos de dentro y fuera de este territorio. Ah! Y el santuario depende del arzobispado de Toledo.

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Granadilla | Foto vía Wikimedia Commons/Abarrajon

Ser de Extremadura es ser español nacido o criado en algún lugar de Cáceres o Badajoz.Formada por las dos provincias más extensas de España, surcada por dos de los río más importantes de la Península Ibérica, el Tajo y el Guadiana y con el menor PIB de todas las comunidades de España, aunque creciendo, no sé si la gente extremeña aspiramos a ser reconocidos como distintos por ser pobres y no gozar del tren de alta velocidad que todo el mundo tiene en España. No es cierto que la calidad de vida sea peor que en otras partes cuando uno puede desplazarse a ver una obra de teatro en Madrid que los madrileños no llegan a ver porque la han quitado del cartel cuando alcanzan a tener tiempo. Por ejemplo.

Desde luego, los extremeños no tenemos especial tendencia a distinguirnos El castúo no tiene consistencia idiomática alguna, comparado con el catalán o el gallego, Guadalupe no tiene la resonancia del Pilar, Santiago de Compostela o Monserrat. Nuestra historia es la de todos. Y tan contentos.

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