THE OBJECTIVE
Ferran Caballero

Si al menos fueran comunistas…

Casi parece que el Estado Islámico se haya inventado para protegernos de los excesos de la autocrítica, porque cada nueva atrocidad que les descubrimos debería avergonzar hasta el mutismo a cualquiera que, además de un exceso de pasión retórica, tenga un mínimo de decencia. ¿Que dice que en Occidente la mujer está esclavizada sexualmente? ¿Que impera el heteropatriarcado? Pues pase y elija usted la compañera sexual que más libre le parezca, que las tengo de todas las edades. ¿Que el neoliberalismo trata al ciudadano como mercancía? ¿Que se comercia con nuestras vidas y nuestros sueños? Pues aquí tengo un riñón bueno, bonito, barato y fresco del muyhaidín moribundo de allí detrás, que a él ya no le va a servir y a usted quizás le cure de lo suyo. ¿Que el capitalismo es incompatible con la vida y la democracia? En fin.

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Si al menos fueran comunistas…

Casi parece que el Estado Islámico se haya inventado para protegernos de los excesos de la autocrítica, porque cada nueva atrocidad que les descubrimos debería avergonzar hasta el mutismo a cualquiera que, además de un exceso de pasión retórica, tenga un mínimo de decencia. ¿Que dice que en Occidente la mujer está esclavizada sexualmente? ¿Que impera el heteropatriarcado? Pues pase y elija usted la compañera sexual que más libre le parezca, que las tengo de todas las edades. ¿Que el neoliberalismo trata al ciudadano como mercancía? ¿Que se comercia con nuestras vidas y nuestros sueños? Pues aquí tengo un riñón bueno, bonito, barato y fresco del muyhaidín moribundo de allí detrás, que a él ya no le va a servir y a usted quizás le cure de lo suyo. ¿Que el capitalismo es incompatible con la vida y la democracia? En fin.

Cualquiera diría que nuestros revolucionarios no saben lo que critican. Y yo sospecho que quizás es porque no saben lo que quieren. Y que si hablamos tanto de esa ejemplar democracia nórdica llamada Venezuela es porque, como no nos dicen qué cielo quieren construir, nos vemos obligados a discutir del infierno que con tanto orgullo ayudaron a crear.

A diferencia de estos, los antiguos revolucionarios sí sabían para qué hacían la revolución. Creían que la revolución tenía un fin; que era posible asentar las bases del buen gobierno de una vez y para siempre. Sabían, al menos, qué es lo que querían conseguir y podían, al menos, ser criticados por sus fines tanto como por sus medios. Pero la historia y Gómez Dávila nos han enseñado que “después de toda revolución el revolucionario enseña que la revolución verdadera será la revolución de mañana”. Que toda revolución que se quiera auténtica tiene que volverse permanente para no volverse tiranía. Que una revolución acabada es una revolución fracasada y que la única alternativa que le queda al revolucionario que no quiera verse convertido en el señor de orden que tanto desprecia es dedicar su vida entera a la quema de coches y contenedores. Por eso es absurdo preguntar a nuestros quincemesinos qué modelo de sociedad quieren. Porque aman más la revolución que cualquier solución posible. Nuestros revolucionarios son aquellos hombres sin utopía que ya advertía Chesterton que dan más miedo que un hombre sin nariz.

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