THE OBJECTIVE
Gabriel González-Andrio

Sin comida y sin esperanza

La ONU habla ya de más de un millón de desplazados en 130 campamentos. Un informe señala que su asistencia alcanza al 77% de la población afectada. El resto sobrevive como puede.

Opinión
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Sin comida y sin esperanza

La ONU habla ya de más de un millón de desplazados en 130 campamentos. Un informe señala que su asistencia alcanza al 77% de la población afectada. El resto sobrevive como puede.

La ONU habla ya de más de un millón de desplazados en 130 campamentos. Un informe señala que su asistencia alcanza al 77% de la población afectada. El resto sobrevive como puede.

El año pasado tuve la ocasión de vivir de cerca cómo y de qué viven las miles de familias, niños y adolescentes que se han visto obligadas a abandonar su tierra por culpa –en su mayoría- de la guerra.

Aproveché un viaje a Líbano para conocer uno de los asentamientos de palestinos más antiguos del país. También estuve en el extenso Valle de la Bekaa (cerquita de Baalbek) y pude comprobar los improvisados campamentos creados por familias huidas de la guerra en Siria. Ahora asistimos impotentes al desastre que está suponiendo el conflicto en Gaza y Cisjordania entre Hamás y el ejército israelí.

En África la situación no es mejor. Un buen amigo congoleño (residente en España), me contaba hace poco que allí el problema es aún más grave, ya que muchos niños acaban siendo reclutados (secuestrados) por bandas armadas. Esta persona, padre de familia, me decía que esos niños aportan «ventajas adicionales» a los guerrilleros, ya que obedecen sin rebelarse, son fácilmente reemplazables y realizan labores especialmente peligrosas como desminar, espiar o misiones suicidas. Y, por supuesto, cumplen una función de objeto sexual para los adultos. Hace poco nos recordaban la existencia de violaciones ¡de bebés! ¿Estamos locos?

Como se ve, los que deberían ser el futuro de nuestra humanidad han pasado a ser pasto de las guerras, convirtiéndose en marionetas al servicio malévolo de crueles asesinos.

Está bien dar de comer a estos niños, pero me temo que el problema es aún más grave. Es prioritario que la comunidad internacional actúe con urgencia si no queremos que las generaciones futuras nos miren con vergüenza y desprecio.

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