THE OBJECTIVE
Beatriz Manjón

SÓlo sé que no SEO nada

«Dicen que, para escribir con libertad, hay que hacerlo como si tus padres estuvieran muertos; sería preferible escribir como si no se tuvieran seguidores»

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SÓlo sé que no SEO nada

Myriam Jessier | Unsplash

Las redes sociales las inventó Sofía Mazagatos cuando dijo que seguía a Vargas Llosa, pero que no lo leía. Si el impacto de un tuit o de un estado de Facebook es pequeño en proporción al número de seguidores, menor todavía es la cantidad de adeptos que leen los textos que se enlazan, ni aun siendo muy difundidos; porque las redes sociales son talleres de alta postura donde funciona el tuit pro quo, y una cosa es compartir y otra leer lo que se comparte. Hay mucho repartidor de likes y retuits, como un Glovo de cariños virtuales, de ahí que desde hace unos meses Twitter invite a leer antes de tuitear. Resulta, por tanto, estéril la tendencia de editoriales o medios de comunicación de publicar a autores en función de su cifra de simpatizantes. Puede que el seguidor más fiel sea aquel que no te lea, para no decepcionarse.

En su Diario íntimo, Ruano, cuyo Twitter era el café, escribió: «Así como dudo de que el escritor tenga que vivir en olor de muchedumbre, estoy cada vez más en la idea de que le es preciso para existir vivir siquiera en olor de minoría». Las redes sociales suponen visibilidad para el autor, pero se corre el riesgo de ser demasiado consciente de la claque y discurrir artículos a su medida para garantizarse el aplauso. Quizá por eso, Charles Péguy sugería enfadar a un tercio de los lectores y que no fuese siempre el mismo. Hay que huir de la loa constrictor.

Hemos tenido que aficionarnos los periodistas a la pesca con anzuelo, lanzando al río virtual larvas de nuestros textos a ver si pica algún lector. La atención es el nuevo oro y con el pudor remangado rastreamos pepitas de interés. Igual que Ezra Pound se comía las flores que adornaban las fiestas para acaparar las miradas, los columnistas nos desayunamos la polémica de cada día, so pena de que el chascarrillo se imponga al argumento y lo importante sea sustituido por esa forma de superficialidad que es la arrogancia de lo inmediato.

El periodismo que persigue el clic acaba encontrando su propia esquela. No es con algoritmos, sino con algo de ritmo como se pare un buen artículo. Si Ruano o Cela hubieran escrito para posicionarse en buscadores o para acumular seguidores, no habrían dejado columnas a los faroles caídos o al gorrión con hambre. Tampoco Luis Pousa habría retratado lo mal que llueve en Madrid, ni José María de Loma qué hace una estatua cuando nadie la ve.

Yo solo sé que no SEO nada. Quizá el secreto no esté en escribir, sino en escribirse, igual que hay que arreglarse para uno y no para los demás. Un escritor es el detective privado de sí mismo, no su community manager inflado de mercadotecnia y anglicismos. El branding, mejor en copa. No todos tenemos eso que Julio Ramón Ribeyro llamó el yo «administrador», a veces ni para las cuentas virtuales ni para las reales. Dicen que, para escribir con libertad, hay que hacerlo como si tus padres estuvieran muertos; sería preferible escribir como si no se tuvieran seguidores.

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