THE OBJECTIVE
Fernando Garcia Iglesias

Spencer Tunick

Poco tiempo después de regresar a Nueva York a seguir su sueño de fotógrafo, Spencer Tunick tuvo su idea feliz. Había estado un tiempo retratando desnudos aquí y allá, y era ya un puñado la gente que quería posar para él.

Opinión
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Poco tiempo después de regresar a Nueva York a seguir su sueño de fotógrafo, Spencer Tunick tuvo su idea feliz. Había estado un tiempo retratando desnudos aquí y allá, y era ya un puñado la gente que quería posar para él.

Todos hemos tenido en alguna ocasión una idea feliz. Suelen llegar de manera inesperada, pocos segundos después de que suene la alarma de nuestro despertador, o quizás en la ducha, donde nuestros movimientos son más automáticos que racionales y nuestra mente vagabundea por nuestras preocupaciones, o puede que de camino al trabajo, en la monotonía del trayecto del autobús, sentados frente a la ventana empañada por la que vemos pasar la misma ciudad semana tras semana. Durante días hemos tratado de buscar una solución a un problema laboral o a un conflicto personal, y de pronto, sin esperarlo, nos llegó el eureka, como una epifanía de andar por casa.

Poco tiempo después de regresar a Nueva York a seguir su sueño de fotógrafo, Spencer Tunick tuvo su idea feliz. Había estado un tiempo retratando desnudos aquí y allá, y era ya un puñado la gente que quería posar para él. Le llevaría todo el verano fotografiar a los veintitantos que esperaban turno para desnudarse ante su cámara, así que se le ocurrió juntarlos en una calle de Manhattan al amanecer. Esa fue su idea feliz. Varios años después, 19.000 voluntarios posarían sin ropas en el Zócalo de la Ciudad de México.

La belleza del cuerpo desnudo y la belleza de los espacios, el contraste de lo más íntimo de nosotros con lo más público que nos rodea. A veces los cuerpos se desparraman como líquidos en glaciares o parques naturales, o forman un ejército de millares, sin armas y sin ropas, que estremecen no solo por la magnitud, sino por la sensación de paz que provoca el ver un batallón de solo piel. Muchos de los que han participado en sus instalaciones las han calificado de catárticas y liberadoras. Muchos críticos, en cambio, lo han tildado de trilero de un único truco, esa idea feliz del desnudo colectivo explotada durante décadas. A mí, que no soy critico y me importa muy poco la posmodernidad y sus conflictos, y que me guío más por el placer o deleite de lo bello, me gusta Spencer Tunick y me gusta su trabajo, sus fotografías casi oníricas. A saber si la próxima vez que lo vea acabaré yo también en pelota por amor al arte.

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