THE OBJECTIVE
Marta Garcia Bruno

Supervisor de nubes

Cambio climático o el destino de la naturaleza que algo vaticina han adelantado las tormentas de agosto y septiembre al recién estrenado julio. Y eso no sólo significa que unos cuantas pelotas de tenis heladas caigan encima del capó.

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Supervisor de nubes

Cambio climático o el destino de la naturaleza que algo vaticina han adelantado las tormentas de agosto y septiembre al recién estrenado julio. Y eso no sólo significa que unos cuantas pelotas de tenis heladas caigan encima del capó.

Será deseo de muchos que en la última página de su currículum aparezca el cargo “más sacrificado” que pueda existir: “Supervisor de nubes”. Acostado en una hamaca mirando el cielo, el destino soñado ya descrito por un dorado de las letras, Ramón Gómez de la Serna. Frase que uno de los presidentes que esta democracia ha vivido –o sufrido- quiso desempolvar poco antes de disfrutar de esas vistas a lo más lejano de nuestra tierra. Pero no se confundan. El verdadero supervisor de nubes se sentirá ofendido con esta descripción de la más profunda vaguería convertida en idilio. Porque no es lo mismo mirarlas con mojito en mano que con azadón.

Cambio climático o el destino de la naturaleza que algo vaticina han adelantado las tormentas de agosto y septiembre al recién estrenado julio. Y eso no sólo significa que unos cuantas pelotas de tenis heladas caigan encima del capó con serio riesgo de marcar a la aseguradora al minuto. Es que en esta España tecnológica, avanzada y obsesionada por el símbolo de la manzana tatuada hasta en DNI, muchos todavía viven de lo mismo que nuestros bisabuelos, del fructífero campo que tendemos a olvidar. Esas bolas de tenis cayeron en el campo que mejor trata al melón desde el siglo XVI, ese pueblo madrileño que no llega a los 3.500 habitantes llamado Villaconejos, y destrozaron kilómetros de cosecha, pan que llevarse a la boca el resto del año. No es lo mismo que la granizada caiga cuando el trabajo está hecho que cuando queda todo por hacer.

Lloran los labriegos mientras a los americanos se les tuerce su fiesta sagrada por un temporal que como un embudo visto desde el espacio enseñó sus fauces sobre los neoyorquinos. Arthur, una tormenta tan invencible como el mítico rey de reyes, deja clavadas sus pisadas sobre la huella del ser humano. Para dejarle claro quién manda.

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