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Juan Milián

Supremacismo desatado

«Uno de los grandes enemigos de la libertad, el nacionalismo, se siente impune, otra vez»

Opinión
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Supremacismo desatado

Reuters

En la época de la “revolución de las sonrisas”, intuíamos que las mentiras de los políticos independentistas acabarían provocando frustración y rencor entre sus seguidores. Así ha sido, pero las encuestas muestran que el apoyo electoral al conjunto de estos partidos no disminuye. Cierto es que las emociones adversativas movilizan en cualquier sociedad rota, pero tampoco podemos obviar que Pedro Sánchez les ha dado esperanzas. Con las propuestas de capitulación les deja bien claro que la deslealtad tiene premio. Por ello, la competición por la pureza nacionalista vuelve a tener la vía libre y el “ho tornarem a fer” pasa de ser un eslogan amenazante a un proyecto creíble.

La semana pasada el nacionalismo nos ofreció, al menos, tres pruebas. En primer lugar, la fugada Clara Ponsatí desde el Parlamento europeo. En un discurso cargado de odio, mezclaba la España actual con la expulsión de los judíos, Adolf Hitler y Francisco Franco. Hat-trick de demagogia. El desvarío fue de tal magnitud que el American Jewish Committee salió al paso acusando a la eurodiputada nacionalista de “banalizar el Holocausto e instrumentalizar el genocidio de seis millones de judíos”. Así, esta señora, que en el pasado ya había aprovechado la cátedra Príncipe de Asturias en la Universidad Georgetown para despotricar contra España, demostró que los separatistas ya no esperan conseguir aliados fuera de España, más allá de algún grupúsculo nacionalpopulista, algún izquierdista ignorante o algún oportunista sin escrúpulos. Su discurso fue el corte apropiado para los espectadores de TV3. Punto.

El mismo día, Anna Erra, alcaldesa de Vic y diputada en el Parlamento catalán, nos regalaba una segunda pieza de retórica ultranacionalista sin contención. En la sesión de control al gobierno, Erra leía su pregunta a la consejera de Cultura, la de la raça catalana.  Detrás de ella, el líder popular Alejandro Fernández no salía de su asombro. La de Junts x Cat se mostraba capaz de distinguir a simple vista a los catalanes de pura cepa y exhortaba a estos autóctonos a no hablar en castellano a los que “por su aspecto físico” no lo parecieran. Vio la apuesta de Ponsatí y la dobló. La sorpresa, sin embargo, no era por todo lo que supuraba ese discurso -algo que ya está en los escritos de los líderes nacionalistas y en las conversaciones en privado-, sino por proclamarlo a los cuatro vientos y ante las cámaras. De este modo, revelaba que el separatismo renuncia a convencer a los no convencidos. Les basta con meterles miedo. Supremacismo desatado.

Finalmente, el pasado sábado, uno de esos raros periodistas que en Cataluña ejerce como tal fue amenazado, zarandeado y agredido por un grupo de esos incívicos que durante meses cortan, con la complicidad de las autoridades públicas, la avenida Meridiana de Barcelona. Xavier Rius hacía su trabajo, pero la masa nacionalista no perdona al que va por libre, aunque también sea independentista. Silencio en los medios del régimen. Tampoco encontrará empatía en ningún político gubernamental. Uno de los grandes enemigos de la libertad, el nacionalismo, se siente impune, otra vez.

En definitiva, si ahora no necesitan parecer un movimiento pacífico, ni convencer a ningún gobierno extranjero, ni menos aún a la otra mitad de los catalanes, es porque ya tienen el mejor apoyo posible, el del gobierno de España. Este ha rehabilitado a Quim Torra, el desobediente confeso, ofreciéndole más poder y menos control para ejercer su sectarismo. Algunos dicen que las jugadas maestras han cambiado de bando y que el gobierno de Redondo desinflama, divide e impera. No obstante, solo apacigua a los socialistas. El nacionalismo, como hemos visto, se radicaliza. Y dividir, solo divide a los constitucionalistas al recuperar las esencias del pacto del Tinell. Esta historia no puede acabar bien y no será porque no se lo hayan dejado por escrito. El exdiputado socialista Joan Ferran lo apunta en su libro El complot de los desnortados: “La experiencia nos dice que quien con ERC se acuesta, excrementado alborea”.

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