THE OBJECTIVE
Melchor Miralles

Sus satánicas majestades

Fui uno de los miles de ciudadanos que tuve la fortuna la noche del miércoles de ser testigo directo del concierto de sus satánicas majestades los Rolling Stones en Barcelona, la única parada en España de su gira «SIN FILTROS». Para entrar al Estadio OlÍmpico Lluis Companys tuve que superar una organización nefasta. Unas delirantes medidas de ¿seguridad?, colas infinitas, cacheos absurdos, desorden, caos y una rutina insoportable que convertía en una heroicidad llegar hasta la localidad por la que el personal había pagado una pasta, porque ver a los ancianos rockeros que nunca mueren es muy caro, excesivamente caro.

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Sus satánicas majestades

Reuters

Fui uno de los miles de ciudadanos que tuve la fortuna la noche del miércoles de ser testigo directo del concierto de sus satánicas majestades los Rolling Stones en Barcelona, la única parada en España de su gira «SIN FILTROS». Para entrar al Estadio OlÍmpico Lluis Companys tuve que superar una organización nefasta. Unas delirantes medidas de ¿seguridad?, colas infinitas, cacheos absurdos, desorden, caos y una rutina insoportable que convertía en una heroicidad llegar hasta la localidad por la que el personal había pagado una pasta, porque ver a los ancianos rockeros que nunca mueren es muy caro, excesivamente caro.
No fue la mágica noche del Vicente Calderón en 1985 bajo la lluvia, pero Mick Jagger, Keith Richards, Charlie Watts y Ron Wood están en forma superada la frontera de los 70, cerca ya de convertirse en octogenarios. Y lo que hacen tiene su mérito, mucho mérito. Algunos puristas han escrito que el sonido era mejorable, a mí me pareció excelente, una tormenta atronadora de música de calidad de la banda por excelencia, el rock en estado puro, un clásico que no envejece aunque hayas escuchado tantas veces cada melodía.
Jagger, delgadísimo, está en forma el muy cabrón, parece un joven que durante dos horas canta, corre, baila y brinca sin cesar con sus atuendos sobrios aunque divertidos y una zapatillas de deporte de esas que en la suela parecen llevar muelles. Predomina el negro en su vestimenta, y le queda que ni pintado al rey del rock. Charlie Watts parece algo tocado, el más afectado por la vida de los cuatro, el menos sonriente, pero sigue haciendo sonar la batería mejor que bien, y se viene arriba con la mirada algo perdida cuando Jagger le presenta en el frontal del escenario, aunque no necesiten ninguno de ellos presentación alguna. Watts es el que más bebe entre canción y canción y se percibe en los primeros planos que muestra la cámara que sigue los movimientos de la banda y los proyecta en las pantallas gigantes verticales que respira con alguna dificultad. Aunque no golpea con la fuerza rotunda de los percusionistas jóvenes, saca un sonido definitivo de su batería. Maneja las baquetas como un maestro, porque lo es. Ron Wood es quien tiene más ajado el rostro, pero entre sus chaquetas y bambas coloridas y su sonrisa permanente embauca a la afición entregada. Ha sido una gran noche para él porque, además, ha aprovechado este concierto para promocionar el libro de pinturas que ha editado y que presentó en el Museo Picasso de la ciudad. Lo da todo en cada tema pero anoche en «You can`t always get what you want» ( Es imposible conseguir siempre lo que quieres») lo dio todo y brilló como las estrellas que no acompañaban esta noche repleta de sonido pero ciega de luna y ayuna de estrellas en el firmamento, solo las del escenario.
Tras «Honky Toni women», Jagger le hizo un guiño al personal local explicando que al mediodía habían almorzado butifarra y trincar, el plato tipo de la Cerdanya. Richards cierra el guiño con un sonoro «Gracias Barcelona, gracias Catalonia» y después Richards, mientras descansa un poco el rey Jagger, se marca «Sliping away» y «Happy», inevitables, pero con una voz ya muy mejorable, aunque los dos coristas le sacan del apuro con vozarrón, talento y tablas.
Y de pronto el blues se apodera de la noche en la que uno se olvida, gracias a los Stones, del mono tema del 1-O, porque el rock es mucho más divertido, y sin es no los Stones ni te cuento. . «Fantástica noche, que público más increíble» dice Jagger, eléctrico. Y el blues hace callar al rock, con punteos mágicos de Ron Wood y Keith Richards, redobles  de nivelazo de Watts y vozarrón de Jagger y la pareja de vocalistas a los que otorgó merecido escaparate el maestro. Llegamos al final con Sa-tus-fac-tion y el Estadio se venía abajo mientras la Peña comenzaba a salir para sortear los obstáculos que aún tenía reservados la organización, también en la salida, sobre todo el la consigna donde había que dejar antes de entrar cascos, mochilas y otros enseres, previo pago de 2 euros, y donde el caos final fue insuperable, como la magia de sus satánicas majestades los Stones.
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