THE OBJECTIVE
Beatriz Manjón

Tentaciones

«Casi trescientos servidores públicos se han vacunado cuando no debían, y quizá sería más adecuado llamarlos sorbedores públicos»

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Tentaciones

YVES HERMAN | Reuters

La tentación ya no vive arriba, ni en un sobre ni en una marisquería, ahora vive en una nevera, a 70 grados bajo cero. Las vacunas son los nuevos cantos de sirena y, por muy bien que se les dé a los cargos públicos amarrarse a la mesa del despacho, algunos no logran resistirse: quedan, ay, con el culillo al aire, vacunados contra su voluntad. «Lo hice como un acto de bondad hacia los demás», ha confesado el obispo de Mallorca, que también ha comulgado antes de tiempo con la inyección. Hay que agradecerles, en efecto, que no se haya tenido que recurrir a influencers, como en Indonesia, o al pezón del presidente, como en Grecia, para demostrarle a la población que la vacuna es deseable.

«La vida no es sino una competición por ser el criminal y no la víctima», avisó Bertrand Russell, y en eso andamos. Si nos saltamos la vez en el supermercado para salvarnos de la cola, cómo no íbamos a saltarnos el turno para salvar la vida. La picaresca de las jeringuillas prueba, además de un envilecimiento moral, germen del resto de corruptelas, que la desgracia no une a las gentes, sino que las separa. Chejov lo explica en Enemigos: «Y donde pareciera natural que el dolor común debiera fundirlas hay mucha más injusticia y crueldad entre ellas que entre las relativamente contentas».

La primera corrupción es un beso; ese beso desganado que siendo niños damos a cambio de un caramelo. Con las cuotas de la comunidad el presidente de mi urbanización se compraba chuletones, y una piscina se hizo la Pantoja con los billetes de sus fans —ventajas de no vacunarse contra la grupi—. No puede sorprender que los tramposos se aprovechen de un protocolo de inmunización pobremente desarrollado, que no ha previsto qué hacer con las dosis sobrantes, aunque bien está que nos escandalicemos: una sociedad que se indigna mantiene vivo Twitter y un ideal de comportamiento. Sirva de consuelo que, si la peor corrupción es la de los mejores —corruptio optimi pessima—, hace mucho que nuestro país se esfuerza en combatirla de manera infalible: apartando del poder a los más calificados. Ahí tienen a Iceta al mando de Política Territorial, que es como poner a Nacho Vidal a dar misa.

Casi trescientos servidores públicos se han vacunado cuando no debían, y quizá sería más adecuado llamarlos sorbedores públicos. Algunos han dimitido, pero pocos han mostrado remordimiento, y eso que el arrepentimiento es una forma de modificar el pasado, como escribió Juan Marsé. Tampoco ha habido contrición en La Illa de las tentacionesreality que ha exhibido las infidelidades del ministro Illa con el candidato Illa. «No me arrepiento de nada de lo que he hecho», ha dicho Salvador, tan centrado en la urna electoral que ha olvidado esas otras ochenta mil urnas que deja su gestión. Ya nos previno Ana Pastor cuando era titular de Fomento: «Es incompatible estar en política y ser honrado». Fue un lapsus. ¿Pero qué es un lapsus sino la verdad del político? 

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