THE OBJECTIVE
Andrés Miguel Rondón

Tocqueville y las querellas de la prosperidad

En un capítulo titulado “Que El Reino De Louis XVI Fue El Más Próspero De La Antigua Monarquía, Y Cómo Esa Mismísima Prosperidad Apresuró La Revolución” el genio de Alexis de Tocqueville, padre de la sociología y la politología moderna, descubridor de las ironías universales de la humanidad, expone una de sus teorías más profundas sobre las revoluciones sociales. Y es, sencillamente, la misma que uno asume como cierta — pero al revés. Las revoluciones son producto no de la tiranía, la miseria y la represión, sino precisamente de la reforma, la prosperidad y las buenas intenciones. Ni más ni menos. Analicemos la osadía.

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Tocqueville y las querellas de la prosperidad

En un capítulo titulado “Que El Reino De Louis XVI Fue El Más Próspero De La Antigua Monarquía, Y Cómo Esa Mismísima Prosperidad Apresuró La Revolución” el genio de Alexis de Tocqueville, padre de la sociología y la politología moderna, descubridor de las ironías universales de la humanidad, expone una de sus teorías más profundas sobre las revoluciones sociales. Y es, sencillamente, la misma que uno asume como cierta — pero al revés. Las revoluciones son producto no de la tiranía, la miseria y la represión, sino precisamente de la reforma, la prosperidad y las buenas intenciones. Ni más ni menos. Analicemos la osadía.

Haciendo un breve recuento, es difícil negarle la razón. Lenin revoca a una Rusia que hacía una generación había emancipado a los esclavos; los fundadores norteamericanos expulsan a unos ingleses con sus propios argumentos reformistas; Chávez llega a Venezuela justo cuando las dolorosas reformas de los noventa ya habían terminado de digerirse; y ahora Nicaragua, cuyo PIB no ha crecido menos de 5% los últimos ocho años, y es de los países más seguros de Latinoamérica, nos sugiere tal vez la misma verdad. Las revoluciones que no suceden en aires progresistas terminan como Siria, ahogadas en sangre. Y no porque el porque tirano tenga menos ganas de reprimir (lo contrario es también verdad universal) sino porque no hay nada más intolerable para un pueblo alzado que un poquito de prosperidad.

Como dice Tocqueville: “Ir de mal a peor no siempre significa un descenso a la revolución… la cual ocurre, más a menudo, cuando una nación que ha sufrido sin quejarse –casi sin sentir– leyes gravosas las rechaza violentamente el momento que empiezan a aliviarse… Los males, sufridos pacientemente como inevitables, se tornan insoportables justo cuando la idea de escaparlos es concebida. Remover un abuso da un afilado contraste a aquellos aún por remover, haciéndolos más dolorosos; la carga es menor, pero la sensibilidad es más aguda”.

Tal es la ironía de nuestra condición. El progreso es una herencia malcriada. !Y hay que verle la cara al progreso sufrido desde que el vizconde de Tocqueville escribió aquel párrafo! Pienso en el “primer mundo”. En los niños que solo comen palomitas y carne con patatas. En los adultos que no acampan por falta de almohadas. En la maravillosa pieza del amigo Antonio García Maldonado, en estas mismas páginas, sobre la “Realidad como Consuelo”. Y por supuesto en el futuro: San Francisco arderá en llamas el día que Youtube cobre por sus videos.

Pero no sería ironía si la verdad no se bifurcara. La insaciabilidad de nuestros anhelos sociales es fuente de las proezas más heroicas y las querellas más penosas. Suele llevarnos a sitios mejores, pero no siempre. Después de tanto progreso ya sufrimos de no saber qué pedir. Mucho menos cómo obtenerlo. La carga es menor, pero la sensibilidad es más aguda. El que no entienda esto no ha pasado un día malo en el primer mundo.  Y tiene alta probabilidad de votar por populistas.

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