THE OBJECTIVE
Anna Grau

Toma Sumisión (pero en la vida real, que es peor…)

«ERC sólo pidió eso: la enseñanza y los medios de comunicación. Y la izquierda divina pero harta se los dio»

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Toma Sumisión (pero en la vida real, que es peor…)

Hay quien lee con los ojos. Hay quien lee de oídas. Y hay quien por ver un libro más o menos reseñado en un periódico ya lo da por leído. Lo cual es frecuentemente una lástima. Si todas las personas que dicen “conocer” Soumission de Michel Houellebecq la conocieran de verdad y a fondo, otro gallo a lo mejor nos cantaría.

Todo el mundo sabe, o cree saber, que Soumission “va” de una Francia hipotéticamente gobernada por el islamismo. Las mujeres empiezan teniendo que llevar velo a la Sorbona y acaban siendo enérgicamente disuadidas de volver a aparecer por allí, como no sea para encontrar y complacer un 25 por ciento de esposo. En un tiempo fulminantemente récord lo que parecían baluartes firmísimos del estilo de vida francés, europeo, occidental, se vienen abajo. Protagonistas de la novela que hace nada podrían poblar las páginas de una historieta deliciosamente decadente y amoral a lo Françoise Sagan empiezan a ver normal que los hombres cenen y conversen a solas, copa de coñac en mano, mientras la mujer se entretiene en la cocina. En un rasgo de genio tan humorístico como realista, Houellebecq “hace” que sólo el barrio chino de París permanezca impasible. Sólo la pachorra oriental, refinadamente racista a su vez, deviene inmune a la penetración cultural mahometana.

Lo curioso es cómo se llega hasta ahí. Cómo se pasa de la casilla A de un presente más o menos identificable como el actual a una casilla B tan rematadamente distópica…sin tener que retorcer demasiado los mimbres de la verosimilitud. Uno de los logros más atroces de Soumission es con qué fluidez nos transporta, pues eso, de A a B, sin que en ningún momento el proceso rechine como imposible. Ni siquiera improbable.

Empecemos por el principio, que es la parte que suele quedar más opacada pues eso, en las lecturas de oídas o de suplemento cultural. Resulta que las elecciones francesas va y las gana el Frente Nacional. No los islamistas, no: los lepenistas. Enormísima desolación del socialismo francés, cuya arrogancia bienpensante le hace verse a sí mismo como único salvarepúblicas posible. Pero estando la derecha al uso hecha unos zorros (ahora no hay tiempo ni ganas de explicar por qué…), resulta que la opción que mejor les viene como anillo al dedo, la más rápida, la más redonda, es pactar con los islamistas.

Estremece nada más pensarlo, no digamos decirlo. Pero poco a poco, y contando con la encendida colaboración de una miríada de periodistas, intelectuales, etc, etc, etc, la idea va cuajando, heroica primero, inevitable al fin. Ayuda no poco a allanar la cosa la bendita humildad de los islamistas mismos, que ni se les ocurre pedir ministerios de esos “duros” tipo Economía, tipo Hacienda, tipo Defensa o Interior…Qué va, los muy pardillos se conforman con Educación. No quieren otra cosa que esa. De los socialistas es la gobernación toda si a ellos les dejan…nada, pelusilla. La escuela.

Y ese es el principio del fin, naturalmente. La novela acelera los tiempos (en la única licencia inverosímil que se permite) para que el despanzurramiento de todo un sistema cultural y de valores dure menos que un caramelo a la puerta de un colegio. Pero, insisto, para cualquiera que esté familiarizado con los procesos políticos al uso, con cómo se forman y se deforman los estados de opinión, lo más atroz de la distopía de Houellebecq es su alto grado de realismo. Lo en el fondo plausible que parece todo.

Volviendo a lo nuestro. Les dirán que había un plan desde el pleistoceno, les contarán que Jordi Pujol ya lo tenía tramado todo así. Mentira. Ni en sus fantasías más alocadas el viejo y atormentado Macbeth de Queralbs se habría atrevido a lanzar semejante órdago. Sabiendo que por abducir media Cataluña podía perderse para siempre la otra mitad, sajando la comunidad y la realidad en dos mitades tan dolorosas como debió serlo en su día el Muro de Berlín… No, la cosa fue mucho más criminalmente frívola, y vino mucho después. Cuando una izquierda catalana largamente deficitaria e inexplicablemente incapaz de imponerse en las urnas, capaz de ganar candidaturas olímpicas y oleadas de diputados en el Congreso para Felipe, pero no de derrotar a Pujol ni una sola vez, pues eso, vio la oportunidad, el filo, de pactar con ERC, allá por el 2003. Cuando Artur Mas ganó las primeras elecciones postpujolistas y, creyendo que ya lo tenía todo hecho, se fue de vacaciones. Y al bajarse del yate se dio de bruces con el primer tripartit.

El resto es Historia, por llamarlo de alguna manera. Hasta entonces el mundo nacionalista había tenido un control muy agónico, sufrido y escueto de la cultura (aún mandando…) y hasta de los medios de comunicación públicos (aún pagándolos…). Pujol gobernaba con mayoría absoluta pero en cada esquina de Catalunya Ràdio y de TV3 había un socialista. Y un marxista en cada instituto de segunda enseñanza. Para muestra, un botón: podías estudiar lengua y literatura catalana hasta el infinito sin llegar a sospechar jamás de la existencia de un tal Josep Pla. Colaba la Rodoreda, por mujer y por víctima de la guerra. Pero mucho mejor progres mucho más nítidos y más cutres, tipo Pedrolo, dónde va a parar…

ERC sólo pidió eso: la enseñanza y los medios de comunicación. Y la izquierda divina pero harta se los dio. Y hasta hoy. Como si no hubiera un mañana. ¿Lo hay?

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