THE OBJECTIVE
Valentí Puig

Trump en Eurolandia

La cuestión ahora no es si Donald Trump creía o no lo que iba diciendo sobre el mundo en los “reality-shows” o en campaña. Se trata de ver si se rodeará de un equipo realista, irá rebajando su incontinencia expresiva para aceptar que el despacho oval no es un plató sino un lugar en el que se agolpan todos los días cuestiones sin solución a corto plazo –si es que tienen solución- y que requieren de sensatez y “gravitas”. A toda superpotencia le corresponden responsabilidades urgidas de “realpolitik” y sentido de la estabilidad, rasgos que hasta ahora Donald Trump –un nuevo rico de la política global- ha ridiculizado.

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Trump en Eurolandia

La cuestión ahora no es si Donald Trump creía o no lo que iba diciendo sobre el mundo en los “reality-shows” o en campaña. Se trata de ver si se rodeará de un equipo realista, irá rebajando su incontinencia expresiva para aceptar que el despacho oval no es un plató sino un lugar en el que se agolpan todos los días cuestiones sin solución a corto plazo –si es que tienen solución- y que requieren de sensatez y “gravitas”. A toda superpotencia le corresponden responsabilidades urgidas de “realpolitik” y sentido de la estabilidad, rasgos que hasta ahora Donald Trump –un nuevo rico de la política global- ha ridiculizado.

En la Unión Europea, el impacto ha sido de “shock” eléctrico, salvo para Marine Le Pen y otros populistas de derecha dura. Están pasando cosas asombrosas. Según algunas informaciones, Nigel Farage, líder xenófobo y pro ”Brexit”, pretende actuar de intermediario entre La Casa Blanca y Downing Street con el pintoresco Boris Johnson como avalador. Uno se pregunta para que tiene que haber intermediarios tan inusuales en las relaciones entre los Estados Unidos y el Reino Unido, la célebre y acrisolada amistad especial. La política exterior británica no requiere de puentes alternativos sino de un buen ministro de exteriores, con credibilidad. Qué dos pilares del atlantismo estén pendiente de un bocazas de “pub” como Farage –quien inmediatamente después del “Brexit” dijo que había mentido en su campaña- da una idea de la incertidumbre europea, quintuplicada por el efecto Trump. Los aliados de los Estados Unidos, especialmente los europeos, contemplan con estupefacción como Trump desconsidera el sentido histórico de la OTAN, por ejemplo. Ciertamente, la aportación americana a la OTAN es desproporcionada y requiere de una revaluación de los costes del atlantismo, pero uno no puede echar el agua de la bañera con el niño dentro y más especialmente cuandoPutin asoma entre bastidores y con escasa discreción en busca de una capacidad hegemónica en un marco que afecta a la Europa central y del Este. El putinismo es una aventura con demasiados riesgos para todos, especialmente para Europa.

¿Cómo dar una respuesta convincente a la demagogia de Donald Trump? Afectado ya por el triunfo de Trump, el centro-derecha de Francia no va a liderar una vía de salida sino que, más bien al contrario, el mimetismo populista puede irse acentuando. Tampoco está a la vista una respuesta de la Europa institucional a la nueva Casa Blanca. ¿Con quién hablar? ¿Cuál es el teléfono rojo en esta hora tan incierta? Angela Merkel sería el interlocutor acertado porque seguir con “Más Europa” es un ejercicio teórico de cara a la galería. Los márgenes de la Unión Europea retroceden.

Factores tan dispares como la inmigración –especialmente el efecto masivo de la guerra de Siria- se suman al temor creciente a la globalización y el comercio internacional. Consideremos el caso de Irán. Si decide renegociarlo todo en los frágiles acuerdos sobre Irán, Trump pudiera entonces imponer sanciones unilaterales contra Irán. ¿Preocuparía mucho a los líderes del régimen fundamentalista iraní si consideramos que Europa es un socio comercial de mucho más envergadura que los Estados Unidos? En caso extremo, si decide bombardear las instalaciones nucleares de Irán, un analista conservador como Max Boot se pregunta cómo encajaría eso con la reiterada tesis no intervencionista de Trump. Saber en qué manos quedará la política exterior de los Estados Unidos –los viejos realistas, los nuevos neoconservadores o el populismo de “reality-show” – es una gran pregunta para una Europa en fase de hipotensión.

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