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David Mejía

Última hora de Pablo Iglesias

«Pablo Iglesias, que nunca ha ocultado su aversión a los medios privados, parece tolerarlos muy bien cuando se convierten en su hoja parroquial»

Opinión
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Última hora de Pablo Iglesias

Cibercorresponsales | Wikimedia Commons

Hay cosas de las que es mejor no hablar para no promocionarlas. Pero no queda más remedio que asumir el riesgo de hablar de La Última Hora, el digital que desde mayo de 2020 dirige Dina Bousselham.

La exasesora de Pablo Iglesias, que estuvo en primera línea informativa por el misterioso caso de la tarjeta SIM, trabajaba para Podemos cuando anunció en Twitter que dejaba todos sus cargos para encabezar un nuevo medio: «En tiempos de bulos y desinformación, es más necesario que nunca defender una información veraz, libre y valiente». Iglesias la felicitó públicamente y mostró su convencimiento de que La Última Hora sería pronto una referencia informativa.

Desde entonces, el modesto digital ha cumplido una doble función: ensalzar a Iglesias y señalar a sus críticos. Esto no tendría mayor trascendencia -siempre que no se rebasen los límites del código penal, que cada cual publique lo que quiera- si estas «informaciones» no las avalara públicamente el propio Vicepresidente del Gobierno. Cada vez que La Última Hora lanza un dardo contra algún medio, programa o periodista incómodo, el Vicepresidente lo amplifica compartiéndolo con sus millones de seguidores: retweet = endorsement.

Para ser bautizado por La Última Hora basta con ser crítico con Podemos, o mejor dicho, con Pablo Iglesias. Por sus aguas han pasado Carlos Alsina, Vicente Vallés, Antonio García-Ferreras, Edu Galán, Chapu Apaolaza, y muchos otros. Me alegra saber que la mayoría de españoles ni tiene Twitter, ni ha escuchado jamás nombrar este tabloide. Pero su escasa difusión no deber hacernos creer que su mal es inocuo o ignorable.

Pablo Iglesias, que nunca ha ocultado su aversión a los medios privados, parece tolerarlos muy bien cuando se convierten en su hoja parroquial. Ni siquiera tiene el recato de mirar hacia otro lado cuando sus apóstoles salen de cacería. Al contrario: los jalea desde su despacho en La Moncloa. Debe ser un caso singular en la Unión Europea que un miembro destacado del Poder Ejecutivo participe con tanto descaro en el señalamiento de periodistas.

Una democracia que aspire a seguir siéndolo no puede normalizar que un Vicepresidente del Gobierno haga un hábito de acosar a la prensa, aunque sea por tabloide interpuesto. Como sociedad, ratificamos todo lo que no denunciamos. Y nada cambiará mientras los reproches a esta conducta no procedan de sus electores, compañeros de partido o colegas del Consejo de Ministros.17

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