THE OBJECTIVE
Xiskya Valladares

Un amigo, otro yo

Esta semana los investigadores James Fowler y Nicholas Christakis han publicado un estudio en el diario Proceedings of the National Academy of Sciences por el que llegan a la conclusión de que elegimos a nuestros amigos basándonos en las secuencias de ADN que tenemos en común.

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Un amigo, otro yo

Esta semana los investigadores James Fowler y Nicholas Christakis han publicado un estudio en el diario Proceedings of the National Academy of Sciences por el que llegan a la conclusión de que elegimos a nuestros amigos basándonos en las secuencias de ADN que tenemos en común.

Esta semana los investigadores James Fowler y Nicholas Christakis han publicado un estudio en el diario Proceedings of the National Academy of Sciences por el que llegan a la conclusión de que elegimos a nuestros amigos basándonos en las secuencias de ADN que tenemos en común. Por supuesto, que sin tener conciencia de ello.

En su estudio, han descubierto que tenemos más ADN en común con las personas que tenemos como amigos que con los desconocidos. Esta investigación está basada en la comparación de las variaciones genéticas de 2,000 personas sin lazos biológicos. Analizaron así casi 1,5 millones de marcadores genéticos y descubrieron que los amigos tienen el 1% de su genoma similar, una relación similar a la que se tendrían con un primo cuarto. El gen más común entre amigos resultó ser el receptor olfativo, el cual interviene en el sentido del olfato de las personas. James Fowler y Nicholas Christakis ya habían hablado hace un par de años sobre la ley de los tres grados de influencia en su libro Conectados (ed. Taurus, 2010).

En esa investigación llegaban a la conclusión de que el grado de influencia de una persona alcanza sólo tres grados de distancia: a nuestro amigos (grado 1), a los amigos de nuestros amigos (grado 2) y a los amigos de los amigos de nuestros amigos (grado 3); y a partir del cuarto grado comienzan a disiparse los efectos. Del mismo modo que al lanzar una piedra en un estanque, cuando las ondas desaparecen cuanto más se alejan del nodo emisor. Pero ya en este estudio dejaban claro cómo los amigos se influyen unos a otros. Aristóteles primero y San Agustín después, decían que “la amistad es un alma en dos cuerpos”.

Sin olvidar que somos un todo indivisible, aceptamos esta separación cartesiana de alma y cuerpo sólo con fines didácticos. Dos almas en relación  pueden llegar a tal grado de profundidad, que uno contiene mucho del otro y viceversa. Lo que no sabíamos era que incluso en los genes. De manera que, al final, son una sola alma, son una unidad. La diferencia con respecto a las parejas (matrimonios) es que en la amistad no se produce la unión corpórea-sexual ni la exclusividad. En definitiva, aunque la secuencia genética influya en la elección de nuestros amigos, esa unión profunda de la amistad no la define ese 1% de genes en común, sino todo lo vivido y compartido juntos en el tiempo. Esto es quizás lo que nos reconfigura aún más, sin darnos cuenta; de manera que mucho del otro pasa a ser nuestro inconscientemente.

Es ilógico pensar que mi amigo no me va a cambiar nada. Así como es absurdo creer que los amigos comparten sólo risas, actividades y buenos ratos. En la amistad profunda hay mucho más: una unión honda construida no sólo desde el afecto, sino desde los valores y el tiempo compartido, en la que nos influimos de tal manera que llegamos a ser una sola alma. He aquí la gran importancia de saber elegir bien a nuestros amigos.Si todo esto lo llevamos al plano religioso, es más fácil comprender cómo Cristo puede reconfigurarnos en su amistad con Él. 

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