THE OBJECTIVE
Jesús Terrés

Un ángel en Recoletos

El Victoria’s Secret Fashion Show —así se llama el sarao— viene a ser como la final de la Champions de las bragas, un apoteósico desfile odiado y amado a partes iguales.

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El Victoria’s Secret Fashion Show —así se llama el sarao— viene a ser como la final de la Champions de las bragas, un apoteósico desfile odiado y amado a partes iguales.

Paren las máquinas. Que una madrileña (¿será gata?) pateará la alfombra roja del desfile de Victoria’s Secret que se celebrará el próximo dos de diciembre en la Pérfida Albión; y lo hará a la vera de jacas de la talla de Alessandra Ambrosio, Doutzen Krowes o Adriana Lima. Me alegro por Blanca Padilla.

El Victoria’s Secret Fashion Show —así se llama el sarao— viene a ser como la final de la Champions de las bragas, un apoteósico desfile odiado y amado a partes iguales (tías buenas luciendo palmito con algunos kilos de menos, imagínense) que romperá internet a base culos, tetas, plumas, diamantes y dólares. Imagino a los nietos de Roy Raymond, fundador de la marca de lencería, recostados en un chester de Poltrona Brau con un Partagás en un mano y un Vertu forrado de piel de caimán en la otra, preocupadisimos por los tuits sangrientos de la Carmen Rigalt de turno —qué insulto para la autoestima de las mujeres y toda esa mandanga.

Me cuentan que descubrieron a la Padilla en la estación de metro de Plaza España, tan cerca de la Gran Vía y de aquel StreetXo de David Muñoz que puso patas arriba la gastronomía de la capital de nuestro (todavía) Reino. Blanca Padilla y David Muñoz, estos dos sí que son la imagen del Madrid que nos interesa y no la panda de mangutas del Congreso.

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