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Pilar Marcos

Un espía en la alcantarilla

«La decisión política del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso de evitar a toda costa cierres totales e indiscriminados tiene así en el Vigía una herramienta científica de apoyo»

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Un espía en la alcantarilla

Javier López | EFE

Las alcantarillas saben mucho de nosotros. Saben incluso lo que ignoramos. Y esa habilidad las convierte en un insuperable espía de lo que está a punto de ocurrirnos. 

En marzo de hace un año lo ignorábamos todo del Covid. Nos dijeron que nos encerraban porque estaban colapsando los hospitales, porque moría mucha gente, porque no se sabía cómo parar los contagios… En esa maraña de miedo, la agencia Bloomberg publicó una información que llegaba de Holanda. Un grupo de científicos del Instituto de Investigación del Agua KWR anunció que, el 5 de marzo, habían detectado material genético del Covid 19 en una planta de tratamiento de aguas residuales de coronavirus en Amersfoort, a 50 kilómetros de Amsterdam. Lo más relevante es que ese hallazgo ocurrió días antes de que se reportara el primer caso de coronavirus en esa ciudad medieval de la provincia de Utrecht. 

La revista Gaceta Médica difundió en abril la información con un par de añadidos relevantes: estimaba como «muy bajo» el riesgo de que los trabajadores del alcantarillado pudieran contagiarse por la presencia del SARS-CoV-2 en las aguas residuales, y anunciaba que el hallazgo podría usarse para medir la circulación del virus entre la población. 

Faltaba un tercer dato: una persona infectada por Covid[contexto id=»460724″] empieza a excretar el virus varios días antes de notar los primeros síntomas de la enfermedad. Que el virus tenga unos pocos días asintomáticos para todo el mundo ofrece una herramienta potentísima para luchar contra él: una medición precisa de las aguas residuales podría convertirse en el mejor indicador adelantado de la evolución de la pandemia. 

Podría convertirse y, en Madrid, lo ha hecho. De esto habla Isabel Díaz Ayuso cuando elogia la capacidad de gestión de los consejeros de su Gobierno. La responsable de Medio Ambiente y del Canal de Isabel II, Paloma Martín, una mujer perfectamente desconocida para la mayoría de los madrileños, vio esa posibilidad con sus técnicos, se la expuso a Ayuso, decidieron probar y lo pusieron en marcha. Le llaman «Vigía» porque «espía de alcantarilla» suena fatal, pero eso es exactamente lo que es. 

En abril del año pasado empezaron a analizar las aguas residuales de los grandes hospitales madrileños. En mayo, pusieron en marcha un proyecto piloto, en Torrejón de Ardoz, para analizar la presencia del virus en las alcantarillas. Entre junio y julio, ese piloto se amplió a varios puntos de toda la región. El trabajo posterior ha consistido en transformar el muestreo, más o menos aleatorio, en un rastreo sistemático y semanal de toda la red de alcantarillado. Un rastreo que equivale a hacer una PCR anónima, silente y localizada por barrios y municipios a toda la población madrileña cada semana. 

La vigilancia continua y permanente del espía en la alcantarilla avisa de qué zonas tendrán más contagios en los días siguientes, y si ese próximo crecimiento de la enfermedad será moderado o preocupante. La primera conclusión, después de 43 rastreos completos a toda la población madrileña, es que el Vígía de las aguas residuales permite predecir, con entre 3 y 10 días de adelanto, cuál será la evolución de la pandemia en cada barrio. Ahora mismo, por ejemplo, dice que el virus está creciendo, aunque de forma moderada.

Faltan dos cosas. Una se ha hecho y la otra está en proyecto. La realizada es trasladar a la opinión pública un resumen comprensible, y actualizado, de lo que dice el Vigía sobre su pueblo o su distrito. Desde febrero, esa información está en la web, con mapas interactivos y sencillos gráficos.  La segunda, en investigación, pasa por detectar eficazmente las distintas variantes del virus: aún no hay un sistema rápido para estabular las cepas del Covid con el sistema Vigía.

No solo Madrid ha puesto en marcha un sistema de detección del Covid en aguas residuales. Lo tienen varias grandes ciudades españolas, pero como indicador muestral localizado. En Estados Unidos funciona en 159 condados de 40 Estados, y cubre al 13% de la población estadounidense. La Comisión Europea propone que se ponga en marcha este otoño en ciudades de más de 150.000 habitantes. La Comunidad de Madrid ha optado por un rastreo extendido a toda la región. Y ha presentado su Vigía en la ONU como ejemplo de implementación del ODS-6 (Objetivo de Desarrollo Sostenible sobre agua y saneamiento) en el seno de la Agenda 2030. Si el gobierno autonómico de Madrid fuera de izquierdas, este innovador avance en los célebres ODS estaría siendo más que aplaudido. 

Madrid debe sus alcantarillas a Carlos III, el mismo rey que puso farolas de aceite en las calles y mandó construir tantos edificios emblemáticos de la ciudad, incluido el que hoy es sede de la presidencia de la Comunidad Autónoma. Esa red de alcantarillado de la región mide ya 15.000 kilómetros (15 veces la distancia entre Coruña y Cádiz por carretera). Es algo mayor de lo que pudo imaginar aquel rey-alcalde que fundó los Colegios de Cirugía de Barcelona y Madrid, y da nombre al principal centro que sigue con detalle la evolución de la pandemia: el Instituto de Salud Carlos III. Porque la clave, tanto en tiempos de aquel singular rey ilustrado del siglo XVIII como en los actuales, es que la voluntad política de mejora y reforma llegue a impregnarlo todo. 

El Vigía funciona porque la información que recaba se traslada a las autoridades sanitarias, y se adapta a sus necesidades de predicción y análisis. La decisión política del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso de evitar a toda costa cierres totales e indiscriminados tiene así en el Vigía una herramienta científica de apoyo: ayuda a ver por adelantado, y con detalle geográfico concreto, cuál será la evolución del virus para limitar la movilidad sólo a las zonas más afectadas. 

Unan a ese indicador adelantado el modelo de flexibilidad logrado con los hospitales del Ifema y el Zendal -que han servido de colchón para amortiguar los picos de demanda hospitalaria por la pandemia en una región con solo 8.000 kilómetros cuadrados para casi 7 millones de personas- y tendrán dos de los tres ingredientes que explican la suerte de Ayuso en la segunda y la tercera olas del Covid, tras una primera que fue terrorífica. Es la suerte de atreverse, de innovar, de no conformarse con soluciones medievales, y de buscar fórmulas para vivir con el virus, para superar todas las dificultades que pretendan enterrar la prosperidad y acabar con el progreso.  

El tercer ingrediente también explica la suerte de Ayuso: es el ansia individual de libertad. Es toda esa gente dispuesta a salir adelante por sí mismos, sin miedo ni al miedo. Con una garantía: las personas que valoran su libertad por encima de todo saben que ésta es imposible sin responsabilidad. Porque tan individualista es el ansia de libertad personal como la asunción de responsabilidad. 

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