Un gran baile de máscaras

Yo siempre digo que vivo en un mundo de mentira. Es un gran baile de máscaras, el espectáculo de una vida aparente. Andamos todos disfrazados con nuestras caretas de cartón piedra y nuestros problemas de pacotilla.

Ha llegado el carnaval. Es hora de ponerse la máscara y el disfraz y dejar de ser uno mismo para simular que se es otro. Desinhibirse, hacer ver que es divertido, sobretodo ver sin ser visto. Esa es la teoría, pero esta teoría tiene el mismo problema que la mayoría de especulaciones que hacemos para intentar entender algo: que nada tiene que ver con la verdad, porque la verdad es que no nos quitamos la máscara ni siquiera cuando nos vamos a dormir, ni al meternos en la ducha, tampoco cuando estamos solos sin que nadie nos mire. Vivimos tan pegados a ella que ya nos hemos fusionado y nos hemos perdido de vista del todo.

Yo siempre digo que vivo en un mundo de mentira. Es un gran baile de máscaras, el espectáculo de una vida aparente. Andamos todos disfrazados con nuestras caretas de cartón piedra y nuestros problemas de pacotilla. Las mismas necesidades inventadas, los mismos afectos, idénticos defectos. Todo al punto para que encaje en el personaje que nos ha tocado interpretar en este gran drama de dramas, en este planeta de personitas perdidas buscando lo inencontrable.

Alguien escribió “Despertar es descubrir que estamos en una cárcel”. Quizás esa cárcel no sea más que estos disfraces que cada vez tienen más capas. Y pesan. Quizás llegado el carnaval estaría bien desprenderse de ellos en lugar de ponerse uno más encima y seguir aumentando un peso que acabará por aplastarnos del todo.