THE OBJECTIVE
José Carlos Rodríguez

Un hálito de esperanza para Ciudadanos

Rivera sólo tiene una cualidad que supera a su autoconfianza, que es la sordera ante el criterio de otros

Opinión
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Un hálito de esperanza para Ciudadanos

Reuters

Estas han sido unas elecciones de perdedores. Pedro Sánchez nos llevó a unas nuevas elecciones porque le iban a dar un mandato más claro con el que formar gobierno. Y ha obtenido casi ochocientos mil votos y tres escaños menos, y se le han achicado las opciones de llegar a un acuerdo de gobierno. El Partido Popular apenas ha recabado un cuarto del voto que ha perdido Ciudadanos, y ve cómo Vox le mira de tú a tú en el bloque del centro-derecha. Errejón se ha ganado su puerta de entrada en el PSOE, pero nada más.

Unidas Podemos, que ha perdido más de medio millón de votos y 7 escaños, en realidad mantiene su posición y ha evitado que Errejón haga a su lado otra cosa que el ridículo. Pero también ha salido perdiendo, pues más allá de la voluntad de Sánchez de llegar a un acuerdo, éste es ahora más difícil que antes. Y Ciudadanos está al borde de quedar para la historia. El único que ha ganado más allá de toda duda es Vox.

Pero la noticia del momento es la de Ciudadanos. Albert Rivera ha dimitido como líder del partido, deja su acta de diputado, y abandona la política. Es pronto para saber si es un Cincinato. Le espera en la calle una miríada de intereses organizados, deseosos de colmarle de bienes a cambio de sus contactos.

Este final era hasta cierto punto previsible. Rivera sólo tiene una cualidad que supera a su autoconfianza, que es la sordera ante el criterio de otros. Ya demostró en el pasado, cuando se alió con Libertas, que es capaz de tomar decisiones catastróficas contra el criterio de quienes le rodeaban. Al frente de un gobierno, Rivera suponía un auténtico peligro.

Se ha vuelto a equivocar. Quienes hemos seguido ese partido desde sus orígenes lo sabemos bien. Ciudadanos se presentó ante los españoles como un partido entre la tecnocracia y la defensa de la Constitución y de la continuidad histórica de España, y que trababa una propuesta política escasa, pero sobre la sólida base de las palabras “libres e iguales”. Y era un refugio ante los desmanes de los dos partidos mayoritarios, y un apoyo crítico de los mismos, alternativo a los nacionalistas.

A Albert Rivera ese proyecto político se le quedó pequeño, y aprovechó la grave crisis del Partido Popular para intentar ocupar su puesto, cuando su sitio estaba en el centro o la izquierda moderada, pero constitucionalista y nacional. No sustituyó al PP, pero sí le otorgó un espacio enorme en el Congreso de los Diputados; 57 escaños que hubieran servido para ofrecer al PSOE una salida alternativa al pacto con los anticonstitucionalistas o a la repetición de las elecciones. Pero no lo hizo. Ni bisagra, ni alternativa, Ciudadanos se ha convertido en un partido carente de utilidad.

A Ciudadanos le ha castigado especialmente el éxito de Vox; al dejarle en tercera posición dentro del bloque de centro-derecha, le condenaba al terreno en el que cada diputado cuesta centenares de miles de votos, y no decenas de miles. No lo ha perdido todo. Tiene a más de un dirigente que puede sustituir a Rivera. Y gran parte de su electorado ha preferido irse a la abstención, porque todavía la prefieren a otros partidos. La decisión de Rivera de marcharse al día siguiente ha restituido de una vez su buen nombre y el de su partido. Todavía tiene hueco en la política española.

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