THE OBJECTIVE
Pablo Mediavilla Costa

Un mono con dos platillos

Según la conocida como «curva del olvido», si no se toman notas o se repasa el texto tras la lectura, el cerebro tiende a soltar lastre como un contrabandista en apuros.

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Un mono con dos platillos

Reuters

Media vida de mentiras, de respuestas como «sí, sí, buenísimo» o «esa es la mejor parte» y resulta que casi nadie se acuerda de lo que ha leído en los libros. «Recuerdo la edición, recuerdo la portada, suelo recordar dónde lo compré o quién me lo dio. Lo que no recuerdo -y es terrible- es todo lo demás», dice Pamela Paul, nada menos que la editora del The New York Times Book Review, a Julie Beck, la periodista de The Atlantic que ha escrito un artículo sobre el fenómeno.

Según la conocida como «curva del olvido», si no se toman notas o se repasa el texto tras la lectura, el cerebro tiende a soltar lastre como un contrabandista en apuros. Lo que sobrevive suele permanecer, pero puede ser muy poco, apenas un aroma, una sensación, la luz cegadora de un día de playa de la infancia. Somos turistas de los libros y cuando abandonamos su territorio, volvemos a casa con souvenirs que no hemos elegido. En la cabeza del lector habita un mono con dos platillos.

La escritura y ahora internet han adormilado nuestra capacidad de recordar: sabemos dónde consultar la información y no nos esforzamos por retenerla. En el artículo lo llaman «memoria externalizada». Olvidamos los libros porque tenemos libros. De El Gatopardo queda el paso del tiempo y el sol siciliano (también los hombros de Angelica). De Corazón tan blanco, el disparo del inicio, cuando no quiso saber, pero supo. De Santuario, la noche cerrada y violenta. De La carretera, el miedo cerval. Y así.

Una tarde en Brooklyn, en una barbacoa de unos amigos, un joven -es un decir- escritor español se arrancó con un pasaje de Las mil y una noches: «Apoyó su oído en la tierra y escuchó el ruido del mundo». Ya no sé si era Las mil y una noches o el ruido o el silencio del mundo, pero ahora tengo la confirmación de que no recordaba la cita, solo era un truco (cursi), repetido quién sabe cuántas veces para impresionar al público femenino (hay un tipo de escritor que nunca está con desconocidos o amigos, sino con público).

Jean Cocteau dijo que, en caso de un incendio en El Prado, salvaría el aire contenido en Las Meninas. De los buenos libros queda el aire de un mundo desenfocado, como un primer beso. Es un descubrimiento liberador, un refugio en el que parapetarme cuando me vea de nuevo en un fuego cruzado de citas, anécdotas y demás filigranas. Y poder decir a secas: no me acuerdo de nada.

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