THE OBJECTIVE
Enrique García-Máiquez

Un pasito más

Como en las obras de Shakespeare, la vida. Hasta el final no se sabe si estamos ante una comedia o una tragedia. A ver, por tanto, cómo acaba el procés.

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Un pasito más

Como en las obras de Shakespeare, la vida. Hasta el final no se sabe si estamos ante una comedia o una tragedia. A ver, por tanto, cómo acaba el procés. Y el proceso del procés. Y cómo procesamos el proceso del procés.

Por ahora, pinta bien. Porque algo muy importante está quedando en limpio. Que la democracia no es un as en la manga que invalide lo que diga la ley. Parece elemental, pero quizá por una sobredosis histórica de demagogia, en España no se tenía nada claro. Alguna vez he contado lo que sucedió en el instituto de secundaria donde trabajo. Un alumno muy alterado entró a gritos sin llamar en el despacho del director preguntando: «¿Crees que Franco ha muerto? ¿Crees que Franco ha muerto, eh, eh?». El director le dijo que él, en particular, a diferencia de algunos políticos célebres, sí pensaba que había muerto, ¿por qué? «¡No ha muerto, vive, vive, y da clase en primero de Electricidad!» Resulta que el profesor pretendía que los alumnos llegasen a clase puntuales y hablasen sólo tras levantar la mano. El malentendido de los nacionalistas catalanes se parece muchísimo al de aquel alumno epitoménico. Es de desear que, tras el proceso, nadie cometa el error de ir seguir confundiéndolo todo

Diría que se va a conseguir. Hay una labor pedagógica de la acusación particular, de la Fiscalía y del Tribunal Supremo (por estricto orden cronológico) que está calando. Casi todo el mundo asume ya y proclama que sin respeto a la ley la democracia no funciona y que votar no arregla todo por arte de magia sin respeto a los cauces reglamentarios. Es un pequeño paso para el sentido común pero un gran paso para nuestra organización social.

La política nunca es perfecta y queda otro pasito más. Como remate de la conclusión del debate entre democracia y ley, se concluye que, si no les gusta la ley, se dejen de referéndums ilegales y cambien la Constitución. La conclusión perfecta, parece. Pero, oh, no, tampoco es tan fácil, porque (y éste es el paso que aún nos falta por dar) hay valores previos a la Constitución, que son la base de ésta y que, del mismo modo que la democracia no puede prevalecer sobre la ley, ella, la Constitución, no puede cambiar.

Se ve muy bien con los derechos fundamentales. A una comunidad puede no gustarle que el homicidio sea delito. Lo vota y ganan los partidarios del finiquito fácil. Entonces, hoy en día, todos les diríamos: «Eso no va a así, muchachos; cambien ustedes la ley y la Constitución en el Parlamento, y entonces sí». Parece una reductio ad absurdum, pero es un último reducto de lógica política. Hay muchos valores preconstitucionales que no se pueden derogar ni con una reforma constitucional. Los derechos humanos, claro, aunque luego en la práctica, ay de nosotros, no estén tan claros todos; y los derechos de la nación, igual.

Ese paso quizá no nos ha hecho falta darlo todavía, porque las mayorías sociales de nuestro país lo tienen inconscientemente claro, y votamos en consecuencia. Pero yo, que soy un teórico, prefería que se dijese más alto. Por eso lo digo.

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