THE OBJECTIVE
Andrea Fernández Benéitez

Un verano invencible

«Siempre he creído que estamos construidos de las personas de las que elegimos rodearnos porque son, a fin de cuentas, los artesanos de nuestra biografía»

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Un verano invencible

Priscilla Du Preez | Unsplash

Hace días había pensado que hoy este espacio quincenal estaría dedicado a reflexionar sobre empresas públicas pero la actualidad nos arrolla a tal velocidad que he decidido claudicar: en tan solo un par de jornadas había pasado a ser una cuestión antigua. Obviamente, el gran tema que sería adecuado tratar es el drama afgano sin embargo, me van a permitir que les diga que no podría hacerlo con honestidad porque me falta conocimiento y reflexión para poder aportar algo que de verdad mereciera la pena. Supongo que es una desventaja de la liminalidad que nos atrapa. Al hilo de todo ello, pienso en los refugios que nos quedan. Hablo de pequeñas victorias que nos permiten atravesar ese quicio y habitar verdaderos hogares que los son del alma, lo que nos construye y nos hace mejores; aquello que conecta con el hermoso alegato de Albert Camus en su ensayo El Verano en el que hablaba de ese amor invencible que habitaba dentro de él, pese a todo.

Esta semana me encuentro descansando en algún lugar del litoral español. Lo hago con unas viejas amigas con las que comparto absolutamente todo, como si fuéramos adolescentes. Hay un punto de magia inexplicable en el hecho de que dé igual cuantas veces hayamos contado esa anécdota absurda o el número de ocasiones en las que haya sonado la enésima canción hortera en el coche que hemos alquilado porque sencillamente hay códigos que son sagrados. Hablo de una especie de dialectos que abren la puerta a que prorrumpa una risa que, paradójicamente, solo compartes con quien de verdad se ha sentado a tu lado cuando la vida te ha hecho capitular. Supongo que el calor del verano, el buen rato y el amor fraterno me empuja a escribir sobre la amistad aunque diría que es algo más. Siempre he creído que estamos construidos de las personas de las que elegimos rodearnos porque son, a fin de cuentas, los artesanos de nuestra biografía. Pues bien, en ello tienen mucho que ver los amigos.

Con todo esto no me refiero a personas con las que quedas para un cometido concreto como jugar al pádel o comer de vez en cuando, que es algo bastante anodino, sino que hablo de esas personas con las que te citas y después decides qué hacer. Son esas con las que hablarías y bromearías sobre cualquier cosa, las que se alegran de verte crecer, las que se saben quedarse en silencio a tu lado cuando toca pero también las que acertarían qué pedirte en una barra de bar si no estuvieras delante y, hablando de no estar presente, son también aquellas que te defienden incluso sin saber muy bien de qué va eso del porno porque la amistad nunca debe aspirar a la neutralidad. En definitiva, son las que saben todo de ti porque te sostenían la mano mientras eso importante sucedía. Cuando me he decidido a escribir de esta forma quizás íntima, además de sentir un poco de pudor, he recordado un artículo de Kiko Llaneras algo antiguo que me encanta y que conservo con muchísimo cariño: Los amigos se hacen antes de los 30, reza el título. Y qué cierto es. Es muy difícil que a partir de los treinta alguien pueda incorporarse a tu vida, en el plano de la amistad, para dispensar diversión con bromas inmaduras, para incorporar anécdotas milenarias o para acumular ratos que solo pueden producirse mientras dura la juventud. Quizás hacerse mayor es también valorar la importancia de los buenos recuerdos.

Empecé este texto pensando que hablaría de amistad y en realidad lo hago de gratitud. Todo esto corre el riesgo de ser banal -y puede que lo sea- pero hoy creo que todo lo que de verdad importa cabe en arracimarse para una autofoto con las personas que quieres. En ese instante, hay en mí un verano invencible.

A mis amigas, por quererme y cuidarme siempre.

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