THE OBJECTIVE
Carme Chaparro

Un viaje de dos años.

Son las mismas aguas cristalinas en las que algunos afortunados se bañan en vacaciones. Las mismas aguas con las que todos soñamos para nuestro verano perfecto. Las aguas de un Mediterráneo que sólo se transparentan en unas pocas playas de ensueño.

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Un viaje de dos años.

Son las mismas aguas cristalinas en las que algunos afortunados se bañan en vacaciones. Las mismas aguas con las que todos soñamos para nuestro verano perfecto. Las aguas de un Mediterráneo que sólo se transparentan en unas pocas playas de ensueño.

Son las mismas aguas cristalinas en las que algunos afortunados se bañan en vacaciones. Las mismas aguas con las que todos soñamos para nuestro verano perfecto. Las aguas de un Mediterráneo que sólo se transparentan en unas pocas playas de ensueño. Esas playas son ahora la tumba a la que van llegando los cuerpos de decenas de inmigrantes.

El agua cristalina nos permite ver –para nuestra vergüenza- hasta el último centímetro de piel de cada uno de los más de doscientos hombres, mujeres y niños que han muerto estos días persiguiendo el sueño de una vida digna, y cuyos cuerpos devuelve ahora el mar a las costas libias de las que salieron en barcas de juguete. En lo que llevamos de año 1.880 inmigrantes han muerto ahogados en nuestro Mediterráneo, en el Mediterráneo en el que tan ricamente nos bañamos cada verano. Son el triple de fallecidos que en todo el año pasado. 

El mar es la última barrera para decenas de miles de personas (123.380 este año) que cada año abandonan su casa y su familia en busca de algo de esperanza. Un largo camino de dos años en el que atraviesan andando medio continente africano, -sufriendo todo tipo de penurias, timos, humillaciones y abusos sexuales- y para el que una lancha de juguete y un trozo de mar son el último de los obstáculos. A esos africanos del sur del Sáhara se les han unido estos últimos años los refugiados de países inmersos en violentísimas guerras civiles, sirios y libios, sobre todo, lo que ha multiplicado por dos el número de pateras en unos pocos meses.

«La mayoría de quienes arriesgan sus vidas en el mar son refugiados que huyen de la violencia, la guerra y la persecución», cuenta la portavoz de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados. Italia es su principal destino, seguido de Grecia y España. A menudo tienen que acelerar el salto a Europa huyendo de la guerra civil en Libia (el país desde el que más parten, porque es el más cercano a las costas italianas) o del acoso y las palizas a los que los someten los marroquíes en Tánger. De todo eso huyen esos hombres, mujeres y niños que casi cada día vemos en los informativos, ateridos de frío y de miedo, envueltos por las mantas de la Cruz Roja, pisando, por fin, suelo español. Son los que han conseguido sobrevivir a uno de los viajes más arriesgados y duros que existen.  

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