THE OBJECTIVE
Andrea Mármol

Una certeza fundada

Con toda probabilidad los españoles convertiremos en menos de una semana a Unidos Podemos (UP), ese paraguas pretendidamente socialdemócrata bajo el que conviven marxistas, comunistas y gentes de toda ralea, en la segunda fuerza política del país. El sistema democrático de que gozamos es incompatible con el uso de la forma impersonal para estos casos: se conoce que serán los ciudadanos quienes libremente acudirán a las urnas para “ejercer sus facultades morales y perseguir las determinadas concepciones que hayan llegado a formarse del bien”, por expresarlo con la fórmula del filósofo político John Rawls.

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Una certeza fundada

Con toda probabilidad los españoles convertiremos en menos de una semana a Unidos Podemos (UP), ese paraguas pretendidamente socialdemócrata bajo el que conviven marxistas, comunistas y gentes de toda ralea, en la segunda fuerza política del país. El sistema democrático de que gozamos es incompatible con el uso de la forma impersonal para estos casos: se conoce que serán los ciudadanos quienes libremente acudirán a las urnas para “ejercer sus facultades morales y perseguir las determinadas concepciones que hayan llegado a formarse del bien”, por expresarlo con la fórmula del filósofo político John Rawls.

El valor político que nuestro sistema otorga al ciudadano le convierte en corresponsable junto al resto de sus iguales de la composición del parlamento nacional. La claridad con la que los líderes de UP exponen sus planes para España refuerza nuestra obligación como titulares de la soberanía de ser consecuentes. “Podemos funciona porque es sexy”, sentenciaba complacido Pablo Iglesias al tiempo que su ¿cuate? Íñigo Errejón empezaba a mostrar sus armas seductoras publicando abiertamente tribunas en las que apostaba por “un discurso patriótico de nuevo tipo, refundacionalista” e incluso confesaba la “hipótesis nacional-popular” original en Podemos. Mención aparte merecen atractivos de la formación como la voluntad declarada del control público de los medios de comunicación, las fuerzas de seguridad o la Justicia. Todo eso está ya sobre la mesa -¡y en el Congreso!-.

Pero una campaña electoral en solsticio de verano ha alterado tanto la sangre de nuestros particulares conquistadores que este fin de semana Errejón pedía al sector cultural que “acompañe los tiempos del cambio”. Que hay mucha hembra y no vamos a hacer nosotros todo el trabajo sucio. Desatado, en el mismo acto, habló de “fundar nuevas verdades y nuevos símbolos” para la construcción de la patria que tienen en el horno. Otra inequívoca declaración de intenciones recibida con aplausos, sonrisas, y puede que alguna lágrima.

Esas nuevas verdades, lejos de pretender mejorar lo que en nuestra democracia tiene margen y urgencia de mejora, suponen el destierro de lo que UP considera certezas caducadas, a saber, el pacto constitucional y el marco de convivencia alcanzados de consuno entre todos los españoles. Necesitan renovar los símbolos porque los ahora vigentes y reconocidos les impiden desarrollar su proyecto político. Que esas reglas de juego comunes que tanto torpedean las intenciones del populismo sigan siendo válidas depende de la disposición de los ciudadanos a permitir que las manejen quienes han anunciado reiteradamente que quieren volarlas.

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