THE OBJECTIVE
Rafa Latorre

Usted debía estar muerto

Durante un viaje a Cuba, Graham Greene le habló a Fidel Castro del día en que jugó a la ruleta rusa. Gabriel García Márquez fue testigo de aquella conversación y lo contó en un artículo publicado en El País en 1983. El escritor británico le dijo al dictador que había arriesgado los sesos jugando con una vieja pistola de su hermano. “En cuatro ocasiones diferentes”. Entre las dos primeras había pasado una semana y las dos últimas fueron sucesivas. Entre una y otra, Greene sólo había dejado pasar unos minutos.

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Usted debía estar muerto

Durante un viaje a Cuba, Graham Greene le habló a Fidel Castro del día en que jugó a la ruleta rusa. Gabriel García Márquez fue testigo de aquella conversación y lo contó en un artículo publicado en El País en 1983. El escritor británico le dijo al dictador que había arriesgado los sesos jugando con una vieja pistola de su hermano. “En cuatro ocasiones diferentes”. Entre las dos primeras había pasado una semana y las dos últimas fueron sucesivas. Entre una y otra, Greene sólo había dejado pasar unos minutos.

La reacción de Castro fue un canto al materialismo, no sé si dialéctico. Cerró los ojos y calculó probabilidades. “Usted debía estar muerto”, le dijo. Greene se comportó entonces como un inglés: “Menos mal que siempre fui pésimo en matemáticas”.

Castro ha muerto tantas veces que hasta yo pedí un visado hace una década para cubrir su entierro para una radio que ya no existe. Peor fue lo de Andrés Oppenheimer, que escribió La hora final de Castro. En 1993. Fidel tampoco debía de ser muy bueno en matemáticas. 

Ahora, en su muerte definitiva, nos hemos hartado de escuchar la letanía de las luces y las sombras. Como si convertir tu país en una cárcel fuera una de las consecuencias molestas de mantener un sistema sanitario público gratuito o unos aceptables índices de alfabetización. 

Para comprobar hasta qué punto ese paliativo de ‘los logros de la Revolución’ es un repulsivo cataplasma de la corrección política, basta con mencionar en una conversación civilizada las autopistas que construyó Mussolini. No existe un hilo invisible entre la tiranía y la eficacia, sino todo lo contrario y por eso las guerras las suelen desatar las dictaduras para que las ganen las democracias. Incluida la Guerra Fría y sus penosos rescoldos humeantes.

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