THE OBJECTIVE
Alexandra Gil

Vendrán a por nosotras

«Nos llamarán histéricas cuando reclamemos igualdad, embusteras cuando denunciemos agresiones, golfas cuando estas se prueben»

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Vendrán a por nosotras

“Pagáis las resacas de las golfillas de discoteca que luego se sienten mal consigo mismas”. Quienes, con los ojos como platos y arqueando cejas, hombros y cerebro, insisten en preguntarnos qué más avances reclamamos las mujeres si la igualdad es ya un hecho deberían invertir unas horas en leer al azar respuestas a las noticias sobre el caso Arandina. El citado al comienzo del texto es solo uno de los mensajes de apoyo que los recién condenados por agresión sexual a una menor de edad reciben diariamente en redes. La entrevista exclusiva que un medio español ha realizado a uno de los agresores parece legitimar una suerte de impugnación, por parte de la de la opinión pública, de una sentencia que incomoda por su severidad. Mientras algunos insisten en vapulear el derecho a la información sucumbiendo a la presión del trendic topic, otros vemos en esta práctica el mejor altavoz para una tendenciosa normalización del machismo.

A la ultraderecha le ha faltado tiempo para tildar a los agresores de “pobres chavales” a los que la víctima de la agresión sexual habría destrozado la vida. Ellos, chavales. Ella, golfa. Lo dejó claro Alonso de Mendoza, el que fuera candidato de Vox al Congreso por Madrid, cuando en enero de 2018 culpó a la madre de la menor de haber “criado a una fulana”. Para ellos, los machistas, resulta inconcebible que esa mitad de la población —cuyo único propósito en la vida parecía ser complacer a la otra mitad sin hacer mucho ruido— dé hoy un puñetazo en la mesa, llene calles, plazas y juzgados y obtenga justicia.

Los reconocerán. Son los mismos que hace un par de años lanzaban el chascarrillo “ni un piropo se va a poder decir a una mujer”. Hoy elevan su razonamiento al absurdo: “Ya ni me atrevo a subir con mujeres en el ascensor”, decía un tuitero esta semana. “Por si les da por denunciarme por violación”.

Vendrán a por nosotras.

No los hombres, no. Los misóginos. Nos llamarán histéricas cuando reclamemos igualdad, embusteras cuando denunciemos agresiones, golfas cuando estas se prueben. Ellos, los machistas, ridiculizarán el feminismo, se regocijarán en cada batalla que todavía nos tocará perder y esperarán pacientes a que este hartazgo sea fruto de una de estas crisis tan nuestras. Porque ya no tenemos miedo, y eso asusta a quienes lo instrumentalizaban en su beneficio. Vendrán, sí. Y si por el camino se permiten el lujo de ignorar que en España la edad de consentimiento sexual se sitúa en 16 años, lo harán, por nauseabundo que esto pueda parecernos.

En este caso, de hecho, ni siquiera podría decirse que el desconocimiento de la ley exime de su cumplimiento. Sabían que tenía 15 años, como quedó acreditado en la sentencia que, asumo, muchos de quienes se alzan en defensa de los agresores ni se habrán molestado en leer. Y lo asumo así con la certeza de que cualquiera que hubiese leído las páginas 12, 13 y 14 de la misma —que recogen la conversación del grupo autodenominado ‘La Trupe’— sería incapaz de defender a quienes celebran “haber hecho de todo” a una menor de edad. “Es la típica que se deja hacer de todo. No decía nada” —reían—. A la descripción de los hechos y al jaleo propio de una manada (así se definen ellos en la entrevista arriba citada) se añaden calificativos a la víctima que casualmente no se alejan demasiado de los que los machistas profieren hoy a la menor: “Qué guarra” o “menuda cerda” son solo algunos de los comentarios de los agresores en ese chat, recogidos en la sentencia.

Vendrán a por nosotras, sí. Los mismos que hoy intentan a toda costa sexualizar a la víctima para eximir a los agresores de su responsabilidad penal. Y vendrán a por nosotras precisamente por eso: porque hoy van a por ella. No es causalidad que al introducir “víctima Arandina” en Google el buscador no nos proponga automáticamente “sentencia”, “edad”, ni “hechos”. El primer resultado es, y seguirá siendo, “quién es”.

Esto nos recuerda que cuando nos atrevamos a alzar la voz, les tendremos enfrente. Buscándonos, señalándonos, culpabilizándonos. Lo hicieron con la víctima de la Manada y ya han comenzado su caza virtual: quieren saber quién es, cómo habla, dónde vive. ¿Para qué? Para ponerle cara, cuerpo, altura, formas. Para cosificarla con conocimiento de causa, degradarla y culpabilizarla. “Habría que ver cómo es, porque hay niñas de 15 años…y niñas de 15 años”, se puede leer en redes.

No. Es una menor. Todo lo demás es machismo adornando la escena. ¿Escucharíamos vejaciones y reflexiones similares en torno a la víctima de una agresión sexual si tres mujeres hubiesen abusado de un menor de 15 años? Si la respuesta es «no», la igualdad que muchos nos asignan como lograda es una utopía.

Vendrán a por nosotras, sí. Pero ya no estaremos solas. Estaremos juntas.

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