THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

Versos fúnebres para el procés

No da más de sí. Cada minuto que pasa es una losa en el prestigio y las posibilidades futuras de un proyecto político que reclama, a su vez, ser parte de la Unión Europea. La tragicómica huida de Puigdemont a Bruselas, lejos de internacionalizar el “conflicto”, ha extendido el miedo a los nacionalismos en el resto de la UE, que reacciona y toma nota. La solidaridad con España en el exterior crece al mismo ritmo en que lo hace la pulsión interior por defender la unidad y la democracia constitucional. Quién lo hubiera dicho hace dos meses.

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Versos fúnebres para el procés

Reuters

No da más de sí. Cada minuto que pasa es una losa en el prestigio y las posibilidades futuras de un proyecto político que reclama, a su vez, ser parte de la Unión Europea. La tragicómica huida de Puigdemont a Bruselas, lejos de internacionalizar el “conflicto”, ha extendido el miedo a los nacionalismos en el resto de la UE, que reacciona y toma nota. La solidaridad con España en el exterior crece al mismo ritmo en que lo hace la pulsión interior por defender la unidad y la democracia constitucional. Quién lo hubiera dicho hace dos meses.

En su huida hacia adelante, el ex president ha actuado –y actúa– como vacuna preventiva y acelerador de la integración comunitaria, y como costurero de los jirones nacionales en España. Su poder taumatúrgico ha conseguido disolver de golpe algunos complejos bien arraigados, como la urticaria hacia la bandera, la simpatía política progresista hacia los nacionalismos periféricos o el tabú ante la recentralización de competencias. Su hoja de resultados es desoladora: pérdida del autogobierno, división social, irreparable crisis reputacional de su movimiento político, incertidumbre e incluso recesión económica, abandono de aliados históricos, fortalecimiento de rivales políticos y horizonte penal sombrío.

El viaje de Puigdemont y sus exconsejeros (que patéticamente ellos presentan como un celiniano “viaje al fin de la noche”), así como las declaraciones ante el Tribunal Supremo de los miembros de la Mesa del Parlament acatando el 155 y hablando del poder exclusivamente “simbólico” de la declaración de independencia, dejan clara una cosa: el tránsito de la etapa mesiánica a la del sálvese quien pueda. Del romanticismo político se ha pasado a un miedo hobbesiano básico, aun travestido con una épica de cartón piedra para la campaña electoral que no alcanza a esconder en algunas miradas vidriosas un lamento de fondo: “¿cómo he llegado hasta aquí?”.

Decía Paul Valéry que “todo el que participa en una discusión defiende dos cosas: una tesis y a sí mismo”. La segunda parte del epigrama parecía olvidada en muchos sectores independentistas, pero quién puede echar en cara a nadie que intente evitar la cárcel y acabar sin patrimonio. Más razonable parece reprochar a esos líderes el engaño previo durante tantos años. Y autorreprocharse la candidez para dejarse engañar a estas alturas de la Historia cuando te venden una moto averiada nacionalista en la Europa democrática y en construcción del siglo XXI.

Recuerdo estos días unos versos oscuros de José Hierro sobre el sinsentido de la vida que se amoldan a la perfección al sinsentido del funesto procés: “No queda nada de lo que fue nada. / (Era ilusión lo que creía todo / y que, en definitiva, era la nada). / Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada”.

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