THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Vertebración

«Gran parte de la literatura participa de la amoralidad o de la inmoralidad, porque a veces la moral es un impedimento para algunos aspectos de la creación literaria»

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Vertebración

Elisa Cabot | CC BY-SA 2.0

El Gobierno francés ha desechado la posibilidad de que los restos de Rimbaud y de Verlaine —que fueron amantes entre escándalo y escándalo, con algún disparo de pistola incluido— ingresen en el Panteón de Grandes Hombres de la nación. «Si ellos quisieron vivir al margen —ha argumentado Macron— ¿por qué hay que situarlos en el lugar por excelencia de la ortodoxia francesa?». O sea que el asunto no trataba de literatura, sino de otra cosa: llamémosle malditismo, y sospecho que ambos habrían estado de acuerdo con la resolución gubernamental.

En España tenemos Panteón de Hombres Ilustres, aunque de quita y pon sus restos, más políticos que literarios. Para los segundos tenemos cajas de seguridad en la sede del Instituto Cervantes —un antiguo banco— y en la actual controversia alrededor de la figura del poeta Gil de Biedma tampoco es exactamente de literatura sobre lo que se discute. Pero así como la negativa a situar a Verlaine y Rimbaud en el Panteón no afecta a la mirada francesa sobre su poesía, no estoy tan seguro de que las críticas al hombre Gil de Biedma no afecten al poeta Gil de Biedma. Aquí nunca son descartables las razones ad hominem; es más: suelen ser las habituales, más o menos camufladas en aspiraciones más altas.

Los casos de Matzneff y de Duhamel en Francia —denunciados por pederastia e incesto en sendos libros de éxito— ya tienen su eco español en la vuelta sobre los pasos del diario del poeta barcelonés y sus indecentes andanzas filipinas. O sea que el amarillismo ha llegado no a la literatura española sino a la mirada sobre la vida de los poetas. ¿Defiendo los pecados de Jaime Gil? Ni los defiendo ni los ataco: son suyos y además no soy quién. Que al escribirlos en su diario el poeta buscara una forma de redención es posible, pero esto no quiere decir que la obtuviera; solo que posiblemente la buscó. Es su obra poética la que lo defiende incluso de sí mismo y de sus bajezas, cuando las tuvo, aunque no lo absuelva ni lo convierta en santo: no se escribe para esto. ¿Nos hemos de cargar a Cavafis, a quien tanto debemos, por ejemplo, los poetas españoles?

Un diario lo es de vida. Que coincida a veces con la literatura —es decir, que sea buena literatura— se debe a una perogrullada: a que su autor es poeta o es escritor, o ambas cosas. Pero aunque algunas excepciones haya, los poetas y los escritores no son santos laicos. Otra cosa es el perfil que elijan para escribir las notas de sus diarios. Pensemos en John Cheever y enfoquémoslo de otro modo: ¿tienen el mismo valor literario un poema de Eliot y una nota de sus diarios, si los hubiera escrito? ¿Nos atañen de la misma manera? Por muy bueno que, de haber existido, fuera ese diario, la respuesta solo es una: no. Siempre será superior un fragmento de los Cuatro Cuartetos, por ejemplo, a cualquier página diarística del poeta. Porque es en los Cuatro Cuartetos donde se da el sentido más puro a las palabras de la tribu, no en un apunte sórdido sobre su vida cotidiana. Y esto es lo verdaderamente importante, no como vivía los trastornos menstruales de su primera mujer, y los cito porque fueron muchos –como síntoma y como efecto– los problemas que le causaron a ella y los que le causaron a él en su matrimonio.

Y en el caso de Gil de Biedma —a quien, por cierto, tanto debemos también la mayoría de poetas españoles contemporáneos— ¿están a la par lo que cuentan las líneas de marras de su diario filipino y su obra poética? Si la segunda no lo exonera del pecado de las primeras, ¿deben esas líneas manchar su poesía, que no es solo lo que queda de él, si no que es él —repito: lo que era y es él—, que siempre aseguró que aspiraba a ser poema? La respuesta evidente es que no. E incluso en el poema que aspiraba a ser —y que abarca toda su obra—, sobre quien más carga el poeta Gil de Biedma es sobre el hombre Gil de Biedma. Y uno tiene la sospecha de que nada de lo que le pudiera decir su peor enemigo, nada, no se lo dijo él a sí mismo en vida. Por otra parte, no creo que la literatura necesite de una voz moral para existir. Otra cosa es que esto nos guste o no; como no nos gustan los actos deleznables. Pero gran parte de la literatura participa de la amoralidad o de la inmoralidad, porque a veces la moral es un impedimento para algunos aspectos de la creación literaria, o bien un negativo desde donde partir en su busca. O porque la literatura también puede ser una forma de rebelarse contra la moral. Pensemos en Apollinaire, en Maldoror, en Genet

Y volvamos a la memoria: el debate no es nuevo: ya en los años 50, a Jaime Gil de Biedma le denegaron el ingreso en el Partido Comunista por las mismas cosas por las que ahora es puesto otra vez en solfa. La paradoja es que sea otro comunista —el director del Cervantes, candidato que fue de Izquierda Unida— el responsable del homenaje institucional criticado, que ha provocado que se aventaran las cenizas amorales del autor de Moralidades en Filipinas. Vuelvo a lo mismo: ¿es válido éticamente el amarillismo como lente para juzgar lo que queda de un escritor? No es una pregunta retórica. La literatura también vertebra una sociedad.

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