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David Mejía

Villarejo, Redondo y la reconversión de lo cutre

«Si España ha sobrevivido a Villarejo en las cloacas y a Redondo en los despachos, España es invencible»

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Villarejo, Redondo y la reconversión de lo cutre

Eduardo Parra | Europa Press

Dice Alberto Olmos en Vidas baratas: elogio de lo cutre (Harper Collins, 2021) que «lo cutre encuentra en España un grado de pureza mayor que en otros países». Puede que tenga razón. Lo cutre es, casi por definición, lo que el tiempo no corroe. No hay nada más resiliente que lo cutre.

Pensaba estos días en esa resiliencia, rememorando las dos asombrosas declaraciones de la semana: la del excomisario Villarejo en la Comisión del Congreso y la de Iván Redondo en la entrevista con Carlos Alsina. Antes de que saquen conclusiones, aclaro que mi asombro no mutó en decepción, todo lo contrario: hacía tiempo que no me sentía tan optimista respecto a la solidez estructural de nuestro país. Si España ha sobrevivido a Villarejo en las cloacas y a Redondo en los despachos, España es invencible.

Quien escuche hablar a Villarejo reconocerá la cadencia de la España que fue; la de Luis Roldán, Jesús Gil y José María Ruiz-Mateos. Como dice Olmos, los españoles cutres. Pero esa cutrez se agotó con Torrente. No hay vida después de la parodia y la España del euro necesitaba distanciarse de aquello. Lo cutre tenía que adaptarse a los nuevos tiempos.

El modelo contemporáneo de lo cutre es el coach político. «Los acontecimientos políticos producen resultados políticos», repitió Redondo hasta cuatro veces esperando una reacción admirativa que no llegó. Pero entre stakeholders y microdatos, la cutrez fue encontrando su camino. «Os diré una cosa. Hay dos dimensiones en lo que estoy diciendo. Ser el director de Gabinete de la Presidencia del Gobierno de España tiene varios parámetros. Frente amplio, no. Movimiento amplio, sí. ¡Esto es muy importante! Me gusta explicarlo de manera sencilla para que todo el mundo lo entienda. Esto así, métetelo en la cabeza. El tema de la campaña para mí va a ser España. Palabra de vasco».

La imagen de Villarejo, con su calva sonrosada y la rojigualda bordada sobre la mascarilla negra, hablando de inyectar hormonas al rey para controlar su libido, podría provocar desazón entre quienes nos preocupamos por la salud democrática. Y la vacuidad de Redondo podría acongojar a quienes todavía confiamos en el buen gobierno. Pero no. Porque a pesar del palillo entre los dientes de uno y el humo en boca de otro, ahí sigue España. A pesar de ellos.

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