THE OBJECTIVE
Antonio Jose Chinchetru

Yihadistas por amor

«Tuve la suerte de que no me ordenaran matar, porque lo hubiera hecho». La frase la pronunció Mauricio Rojas en la presentación de su libro ‘Lenin y el totalitarismo’. El autor explicó algo en apariencia contradictorio: hubiera asesinado por amor a la humanidad, y eso incluía a las personas a las que les hubiera quitado la vida.

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«Tuve la suerte de que no me ordenaran matar, porque lo hubiera hecho». La frase la pronunció Mauricio Rojas en la presentación de su libro ‘Lenin y el totalitarismo’. El autor explicó algo en apariencia contradictorio: hubiera asesinado por amor a la humanidad, y eso incluía a las personas a las que les hubiera quitado la vida.

Hace unos tres años se me quedó grabada en la mente una confesión: «Tuve la suerte de que no me ordenaran matar, porque lo hubiera hecho». La frase la pronunció Mauricio Rojas en la presentación de su libro ‘Lenin y el totalitarismo’. El autor explicó algo en apariencia contradictorio: hubiera asesinado por amor a la humanidad, y eso incluía a las personas a las que les hubiera quitado la vida. 

Antiguo militante del chileno Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Rojas abandonó su comunismo de juventud al conocer en el exilio sueco a huidos de la Europa sometida a la bota soviética. A partir de esa experiencia se dedicó además a estudiar los aspectos más profundos de las ideologías totalitarias. Y uno de los fenómenos más perturbadores que ha analizado es el de la «bondad extrema», que logra que personas normales, y hasta generosas, cometan las más absolutas maldades. 

Ocurrió con el comunismo, el fascismo y el nazismo (muchos de sus militantes creían hacer el bien absoluto al exterminar a millones de seres humanos), y ahora con el integrismo islámico. Atraen a miles de personas que creen que cuando asesinan lo hacen por el bien de la humanidad. Muchos yihadistas que sueñan con hacer arder el Vaticano, imponer la sharia en España o destruir a Israel no creen odiar la cultura occidental. Al contrario, están convencidos de que lo aman. Están dispuestos a matar, y lo hacen, por un amor muy mal entendido. 

Creen que lo mejor para los «judíos y cruzados», o para el resto de no seguidores del islam, es ver la luz de la sumisión a Alá. Lo mismo para los musulmanes que no siguen su radical visión religiosa. Asesinan en Bagdag, Trípoli, Jerusalén, Nueva York, Paris o Madrid para llevar la felicidad a sus habitantes. O al menos están convencidos de eso. Y por eso es tan difícil que entiendan la monstruosidad de su pensamiento y su acción.

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