THE OBJECTIVE
Fernando L. Quintela

Yo me cagué

Míralo, ahí lo tienes. Una vez más, con esa mirada perdida y cansada de la vida. Bueno, de su vida. La mirada del miedo, la que muchos de sus compañeros esconden bajo sus telas, un miedo que queda al descubierto por su posición sumisa.

Opinión
Comentarios
Yo me cagué

Míralo, ahí lo tienes. Una vez más, con esa mirada perdida y cansada de la vida. Bueno, de su vida. La mirada del miedo, la que muchos de sus compañeros esconden bajo sus telas, un miedo que queda al descubierto por su posición sumisa.

Míralo, ahí lo tienes. Una vez más, con esa mirada perdida y cansada de la vida. Bueno, de su vida. La mirada del miedo, la que muchos de sus compañeros esconden bajo sus telas, un miedo que queda al descubierto por su posición sumisa, en cuclillas. Ahí los tienes, apretados y acojonados.

Ahí están, encaramados a la esperanza de abandonar su soledad. Una continuidad de las palabras del explorador Mungo Park al describir a los esclavos que esperaban a ser embarcados hacia América o Europa: «Se sentaban todo el día en una especie de lúgubre melancolía, con los ojos fijos en el suelo». O como dijo el arabista Pedro Buendía “Es la mirada de quien no tiene nada que perder y sólo le queda la esperanza de moverse, de salir zumbando y poner tierra de por medio. No es el hambre, a ver si te enteras. No es la necesidad ni la indigencia. Es la absoluta falta de horizontes, la negación cotidiana de cuanto mantiene vivo a un hombre: la esperanza y la libertad; la fe en que los días de mañana pueden ser mejores”.

Lo viví una vez con ellos. Intensamente. Hasta casi el final, porque ese final hubiera sido la muerte. Me embarqué en un cayuco lleno de chavales con esa mirada de miedo, cuando los cayucos viajaban desde Mauritania durante 800 millas hasta las Islas Canarias; quién sabe si la mitad de ellos no acabaron en el fondo del océano. En mi cayuco sí, dos de ellos murieron. Fueron arrojados por la borda. Y yo ahí, callado, el testigo blanco, silencioso, el que les quería dar voz en esos momentos sin darme cuenta de que en mi naturaleza no está su condición: la del valiente con consecuencia. Ellos zarparon con la muerte en la mochila, y aceptaban la posibilidad. Era eso o el triunfo de llegar al lugar en el que despertar de lo que llevaban una vida soñando: Europa. Mentira, Europa no es su solución, Europa es una trampa, la tumba de su inocencia y su felicidad. El cayuco se hundió.

Y yo, decía, acojonado por perder una vida, la mía, de absoluto privilegio. Alguien dijo sobre mí “se hizo caca en el cayuco”. Es verdad, me cagué y me meé de miedo. Como un bebé.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D