THE OBJECTIVE
Carme Chaparro

Yo, robot. Tú, al paro

Sin que nos diéramos cuenta también se marcharon los carniceros, fruteros y pescaderos de los supermercados

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Yo, robot. Tú, al paro

Sin que nos diéramos cuenta también se marcharon los carniceros, fruteros y pescaderos de los supermercados

Primero fueron los señores de las gasolineras. Desaparecieron poco a poco sin dejar rastro. Ya nadie salía a recibiros a tu coche y a ti (buenos días, ¿gasolina o diesel?), ni se impregnaba de olor a combustible por ti, ni contaba el cambio mientras tú te ponías el cinturón. Ahora sois sólo tú, un surtidor y tu tarjeta de crédito.

Después desaparecieron los estanqueros, fagocitados por repelentes versiones robóticas del “su tabaco, gracias”, que evolucionaron a una generación de neveras y cafeteras (afortunadamente mudas) que vinieron a ocupar el lugar de los simpáticos (aunque a veces no tanto) camareros de oficinas y espacios públicos. 

Sin que nos diéramos cuenta también se marcharon los carniceros, fruteros y pescaderos de los supermercados. No los echamos de menos hasta que alguien nos contó que esas maravillosas bandejas autoservicio de polietileno no estaban rellenas de lo que pensábamos; y que, por ejemplo, en vez de la carne picada de toda la vida (me pone mitad cerdo y mitad ternera, por favor) había carne más agua, más proteína de soja, más sal, más lactosa, más proteína láctea, más emulgentes y más antioxidantes. Sólo entonces gritamos ¿¿¿dónde está el carnicero??? con la misma desesperación que gritaríamos si supiéramos que algunos convoyes de metro no tienen conductor. 

Ahora a quienes empiezo a echar de menos es a las cajeras de las grandes superficies. Vale que algunas no sonreían ni el día de su cumpleaños, pero eran más simpáticas y eficientes que los aparatitos lectores de códigos de barras con los que vamos escaneando todo lo que metemos en el carrito. Cada clic manda a una de ellas a la cola del INEM.

El problema no es que gasolineros, carniceros o cajeras hayan sido sustituidos por robots, sino que los robots (bueno, las personas que compran los robots) los han mandado a casa, haciéndoles la vida ya no más fácil sino casi imposible.

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