THE OBJECTIVE
Antonio Orejudo

Zapatos

La cara es el espejo del alma. Y el calzado también. Mirad la cara de alguien y luego mirad sus zapatos y comprobaréis que se parecen. Nada expresa mejor la ausencia que el calzado vacío.

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La cara es el espejo del alma. Y el calzado también. Mirad la cara de alguien y luego mirad sus zapatos y comprobaréis que se parecen. Nada expresa mejor la ausencia que el calzado vacío.

La cara es el espejo del alma. Y el calzado también. Mirad la cara de alguien y luego mirad sus zapatos y comprobaréis que se parecen, que la línea afilada de sus botas coincide con su el ángulo de su mandíbula, y que su rictus de alegría o amargura se ha marcado, por razones que desconozco, en la arruga del empeine.

Nada expresa mejor la ausencia que el calzado vacío. La desolación de la muerte está en esos zapatos desperdigados que aparecen siempre en el escenario de un accidente o de un atentado. Y son además la prueba de que tras el relato o la estadística hay siempre vidas reales truncadas, personas que un día salieron a comprar esos zapatos, y se los probaron mirándose indecisos los pies en un espejo.

Un atentado en Benghazi ha herido a seis niños. Pero ni siquiera sabemos dónde está Benghazi. Y además estamos tan acostumbrados a la violencia salvaje de los lugares lejanos que somos incapaces de sentir indignación. Ni siquiera viendo los cuerpos mutilados de las víctimas podemos ya sacudirnos la modorra. Los periodistas gráficos lo tienen muy difícil con nosotros para evocar el horror. Estamos acostumbrados a las muertes violentas. La ficción audiovisual —en la que incluyo los telediarios— ha cumplido con efectividad su propósito de anestesiarnos. De otro modo, no podríamos vivir, no soportaríamos la contemplación de tanto sufrimiento.

Por eso le agradezco a Omran Al-Fetori su espeluznante fotografía de estos cuatro zapatos desparejados, destrozados por la granada de mano que alguien lanzó el otro día en una escuela de Libia. Como toda buena obra, lo que cuenta está en lo que no dice: solo unas horas antes de esa foto, cuatro pares de manos infantiles hacían con torpeza y tesón en esos zapatos, quizás recién comprados, un nudo doble que durara todo el día.

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