THE OBJECTIVE
Política

Ricardo Dudda: «Las políticas de identidad en España son políticas de apaciguamiento con el nacionalismo»

El periodista habla con David Mejía sobre sus inicios en la profesión, la situación política de España y sus proyectos de futuro

Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista, miembro de la redacción de Letras Libres y columnista de THE OBJECTIVE y del diario EL PAÍS. Es autor del ensayo La verdad de la tribu. La corrección política y sus enemigos (Debate, 2019) y recientemente fue finalista del II Premio de No Ficción Libros del Asteroide con La vida anterior de Gernot Dudda, obra que será publicada en 2023.

PREGUNTA. Eres el primer invitado que tenemos nacido en los años 90.

RESPUESTA. Ostras, tengo que estar a la altura.

P. Sí, una generación te observa. Recuerdo que, en una presentación de Letras Libres, dijiste que en la Facultad de Periodismo de la Complutense te preparaban para redactor de El País o presentador de Televisión Española.

R. Pues sí, no me acordaba, pero lo sigo manteniendo. Te enseñaban poco, y te enseñaban un periodismo que no existía ya. Recuerdo estar en la carrera en 2011, en plena crisis económica, con unas perspectivas de futuro malísimas, y te estaban enseñando a entrar en un mundo laboral que ya no existía, el de redactor de una gran institución periodística, como El País, el ABC, El Mundo, o redactor de una cadena de televisión. Creo que los profesores enseñaban esto porque todavía no habían aceptado que existían más cadenas de televisión, sus apuntes eran de antes del 89, cuando empezaron las cadenas privadas. Y no sé si ha cambiado en este tiempo, pero creo que es una carrera que directamente no debería existir.

«La carrera de periodismo no debería existir»

P. ¿Qué consejo le darías a un joven que quiere ser periodista?

R. Yo creo que el problema con la carrera de periodismo es estructural, porque lo mejor sería hacer una carrera de algún tema que te guste y luego hacer un máster de periodismo. Algo como existe en Francia. A mí que me interesa mucho la política, la historia o la sociología, me habría gustado hacer como en el mundo anglosajón: el Major in Arts. Pero creo que esto es un problema que tenemos aquí en España, una supuesta queja de intrusismo en periodismo, y me parece una estupidez. Mis mejores maestros periodistas, durante las prácticas y después trabajando, no han sido periodistas de carrera. Uno era físico, otro biólogo, otro filólogo. No tiene sentido el corporativismo en la carrera de periodismo. Pero como decía, el problema es estructural, es casi incluso sociológico, esa idea de que uno no puede ejercer una profesión si no tiene una carrera universitaria. Yo soy muy antiuniversidad, desde el punto de vista de que hay determinadas carreras en las humanidades, en la comunicación, que son más oficios que carreras per sé, y no necesitan una enseñanza formal. Desconfío mucho de las credenciales en general, y de las credenciales universitarias en determinados sectores. Evidentemente yo me voy a fiar de un ingeniero que ha tenido su proceso de especialización, pero en una carrera de diletante, como es la de periodismo, no creo que las credenciales sirvan mucho.

P. De tus compañeros de promoción, ¿cuántos están trabajando de periodistas?

R. Muy pocos. Uno que sí trabaja de periodista y le va fenomenal es Emilio Doménech, que está en La Sexta y es un streamer de twitch cojonudo. Últimamente se critica a personas que hablan un poco de todo, pero yo eso lo valoro mucho, porque la virtud es precisamente poder comunicar sobre muchos temas. Y eso es lo que él hace. Otros compañeros están en el mundo de la comunicación,  en agencias de relaciones públicas, agencias de marketing… pero no en periodismo. Creo que hay cierta resignación, cuando uno llega a cuarto de carrera ya asume que hay demasiada oferta para la poca demanda de periodistas que hay.

P. ¿Y cómo es tu entrada en el mundo laboral?

R. Es curioso porque todo lo que he conseguido en mi vida profesional ha sido a través de Twitter. Yo conozco a Ramón González-Ferriz, que era por entonces director de Letras Libres, en una presentación de Politikon; estaban buscando a alguien para la revista, y él me conocía por Twitter. Daniel Gascón se convirtió en el editor jefe de España y yo me quedé como segundo. Tuve muy poco tiempo entre medias, porque al terminar la carrera, en junio, me volví a Murcia con mi padre, y en octubre ya estaba teletrabajando desde Murcia, y yendo de vez en cuando a Madrid. Y decía lo de Twitter, porque al final para el sector de periodistas, politólogos, sociólogos,… es donde realmente puedes conseguir algún trabajo o colaboración. Yo LinkedIn no lo uso, yo uso Twitter.

Ricardo Dudda (Foto: Carmen Suárez)

P. Y ahí empiezas a trabajar tanto en labores de edición como escribiendo.

R. Así es. Una de las cosas que más aprecio de Daniel Gascón como director es que me dio una confianza absoluta, lo cual me dio un vértigo también tremendo. Es decir, yo recién salido de la carrera, con 22 años, y desde el principio me están dejando escribir de lo que sea y permitiéndome tomar decisiones editoriales con responsabilidad. Le estaré agradecido de por vida, porque fue una especie de máster a la vez que un trabajo.

P. ¿Cuándo empiezas a colaborar con THE OBJECTIVE?

R. Pues llevo ya cinco o seis años. Recuerdo que me contactó Ignacio Peyró, creo que fue en 2016, y también tenía el mismo complejo, el mismo síndrome del impostor… Pero mientras cuele, mientras no se enteren de que no soy importante, pues lo que aguante.

P. Y todavía está colando.

R. Todavía está colando, sí.

P. Y luego se la colaste a El País también, que te ofreció una columna mensual.

R. Sí, recibí una llamada de José Ignacio Torreblanca, cuando era jefe de opinión. Y mira, justo las tres personas que he mencionado, Gascón, Peyró y Torreblanca, creo que tienen algo en común, que es la intención de querer sacudir un poco,  añadir voces nuevas, con la idea de que mientras digas algo interesante, da igual desde dónde lo digas. Y Torreblanca dio un toque diferente a El País al meter a politólogos y sociólogos, como Jorge Galindo, Víctor Lapuente. Logró un híbrido entre noticia y opinión con análisis. Por ejemplo, citar un paper en una columna de opinión, era rarísimo. Y creo que esto fue algo que le vino muy bien al periódico, la verdad.

P. Y el periódico ha seguido contando con tu colaboración.

R. Sí, hasta que se enteren de la farsa (ríe). Han cambiado tres directores y yo estoy como detrás de un arbusto, van cayendo los demás y creo que no saben que estoy ahí. Yo no tengo ningún reproche, he podido escribir siempre lo que he querido, no me han tocado ni una coma, incluso cuando he estado muy en contra de la línea editorial. Y eso es algo que es un privilegio. También uno se malacostumbra porque piensa que el mundo es así y luego no lo es. Pero el privilegio que tengo de que nunca me hayan cambiado nada en ninguno de los medios donde he escrito es enorme, y habla muy bien de la calidad de la prensa. Al menos yo, en mi experiencia, he tenido una libertad absoluta.

P. También quizá porque tus opiniones son sensatas, más allá de que puedan ir en contra o a favor de una línea editorial concreta.

R. Sí, yo no voy a hacer un ataque gratuito ad hominem, pero poder decir en un periódico que está apoyando al presidente, que el presidente es un mediocre… esa es la regla de la libertad de expresión. Es poder decir en la casa del rey que el rey está desnudo. No sé si es mi caso concreto, pero me parece muy necesario.

«La medida de la moderación en España es la posición que tenga uno con el nacionalismo»

P. Tú defiendes una postura cada vez más solitaria en la esfera de la opinión pública con la que yo me identifico, que es una defensa de la socialdemocracia, pero disidente de lo que lo que hace la izquierda en España en materia de política territorial, que implica la política lingüística y tantas otras cosas.

R. Yo me acuerdo mucho de algo que dice Cayetana Álvarez de Toledo: la medida de la moderación en España es la posición que tenga uno con el nacionalismo. Es decir, uno puede decir las mayores burradas en otros aspectos de política, pero si uno es complaciente con el nacionalismo, entonces se le considera moderado. Y esto es una trampa, porque al final nos despistamos e identificamos ideológicamente a alguien solamente a partir de esos parámetros. Hay intelectuales catalanes que tienen unas posiciones muy poco progresistas en muchísimos aspectos: redistribución, Estado de Bienestar, incluso en multiculturalismo… Y sin embargo, se les considera progresistas simplemente porque forman parte de un catalanismo que se entiende como progresista. Estoy pensando, por mojarme, en una persona como Enric Juliana, alguien que puede ser considerado conservador en muchísimos aspectos, una especie de derecha cristiana o un conservadurismo moderado. Y sin embargo, es un referente progresista simplemente por lo que piensa del conflicto catalán o del nacionalismo. El PSOE tiene un problema por dar demasiada importancia a eso, y no a otras cosas que también marcan ideológicamente. Hay cuestiones de clase o de defensa del Estado de Bienestar que te definen mejor como alguien de izquierdas.

P. Por ejemplo, situar las relaciones materiales sobre las relaciones identitarias.

R. Exacto, este es el debate de siempre. Las políticas de identidad en España son políticas de apaciguamiento con el nacionalismo, las Identity Politics en España son el independentismo o el nacionalismo. Es la idea de que uno puede olvidar sus valores de izquierda materialista en favor de cuestiones esotéricas, esencialistas, de la tierra, de la nación. Del mismo modo que en Estados Unidos, por ejemplo, la gente está con ese mismo esencialismo con respecto a minorías raciales o de género.

P. ¿Considerarías que otro elemento que muestra la inclinación del tablero es el trato al adversario político? Por ejemplo, una persona que se considera moderada puede lanzar los exabruptos más histriónicos y dolosos contra un político de derechas, y seguir siendo considerado moderado.

R. Sí, la idea de que no hace falta ser feminista con una mujer de derechas. Las cosas que uno criticaría sobre un hombre machista por considerar a una mujer inferior, se disculpan si esa mujer es de derechas. Existe esta sensación de que el daño no es tan grande si el adversario realmente se lo merece.

P. Otro tema muy recurrente en este sofá es la salud institucional de España. La manera en la que el Gobierno de Pedro Sánchez está lesionando las instituciones, y el silencio de quienes, sin embargo, están tan preocupados por lo que sucede en otros países.

«Hay expertos en Orwell que viven en Barcelona y no ven lo orwelliana que es la propaganda independentista»

R. Sí, esto siempre me hace gracia: el experto en Hanna Arendt y el totalitarismo que no ve el totalitarismo en su puerta. O el experto en George Orwell, que vive en Barcelona y no ve lo orwelliana que es la propaganda independentista. Está esa idea de que si uno se hace experto en algo de fuera, a lo mejor no tiene que mojarse cuando eso ocurre en su puerta. Estás centrado en la reforma del Tribunal Constitucional de Hungría y luego no dices absolutamente nada sobre lo que puede estar pasando aquí con el CIS o con una fiscal general del Estado que era anteriormente Ministra de Justicia. Cuestiones que si nos las cuenta The Economist sobre Polonia o Hungría, ponemos el grito en el cielo. Al final esto a mí me parece una cuestión muy básica de arribismo y de gente que tiene siempre la esperanza de que puede hacer carrera institucional y no quiere mojarse. Y es muy triste, porque al final es cómodo ser un intelectual público preocupado en estas cosas siempre de cara al extranjero. En cierto modo, se explica porque en un mundo tan cercano a la política como el periodismo político hay trasvases constantes de gente que está trabajando en medios y de pronto acaba de jefe de prensa de un político.

P. ¿Crees que tus posiciones te han afectado?

R. A lo mejor me ha quitado oportunidades, pero creo que puedo asumir el coste. Yo nunca he querido entrar en política y creo que he hecho bien en no querer hacerlo, para mí la política es como Twitter, es una relación de amor-odio. Quiero escapar de ella y estoy constantemente escribiendo sobre cómo la política no debería determinar toda experiencia humana.

Ricardo Dudda y David Mejía (Foto: Carmen Suárez)

P. Pero existe una diferencia entre preocuparse por los asuntos públicos y considerar que todo tiene que estar absolutamente politizado.

R. Exacto. Y luego también hay una cuestión que es para pararse a pensar si se está hablando de política o se está hablando de, digamos, un cotilleo de un sector. Lo que pasa es que tiene el aura de que estás hablando de asuntos públicos, de cosas elevadas, pero al final estás hablando de algo de un sector muy concreto. Yo que estoy muy metido en el sector literario, por trabajar en Letras Libres, me doy cuenta de que hablamos de quién ha ganado un premio, dónde está publicado este otro, a quién se ha entrevistado…y veo que en política es exactamente lo mismo, hay mucho cotilleo corporativista.

P. Tú has escrito un libro que se llama La verdad de la tribu, que habla sobre una discusión que sigue muy abierta sobre guerras culturales. Es un libro que tiene un enfoque más global, es decir, que no se circunscribe a la realidad española y que en buena parte se nutre de debates que han sucedido, sobre todo, en Estados Unidos. ¿Tú crees que hemos importado un debate o crees que ese debate existe en España?

R. Eso es algo que explica muy bien David Jiménez Torres, que no existe un debate racial en España equivalente al de Estados Unidos. Y lo mismo pasa muchas veces con el feminismo. Cuando se habla de feminismo interseccional, en Estados Unidos tienen una historia de guerras culturales de los años 60 o del feminismo de segunda ola. Y cuando llega a España, el debate es diferente, porque interseccional implica integrar diferentes causas y en España no tenemos esas minorías de color. Creo que a veces tenemos un poco de complejo de colonia cultural con Estados Unidos.

«No creo que Vox sea un peligro para la democracia»

P. Mencionabas todo un vocabulario que ha tenido mayor o menor fortuna en España, desde el micromachismo a la interseccionalidad, ¿pero no crees que la derecha también está importando su parte?

R. Sí, totalmente. Cuando importamos ideas o respuestas de Estados Unidos, estamos importando también el problema contra el que se supone que se lucha. Y esto lo hacen los dos lados; la izquierda tiene que decir que existe el problema del racismo sistémico para poder tener la reacción al privilegio blanco. Y la derecha también hace esto, por ejemplo Vox importa la incorrección política. Un ejemplo muy obvio es el debate de las armas, que no tiene gran sentido en un país en el que quien tiene armas es para cazar perdices, no para protegerse. Pero sí, todo ese marco de incorrección política, la idea de una derecha antiestablishment que quiere defender unos valores de libertad, está importada de Estados Unidos. Está, por ejemplo, en el discurso de Ayuso, que es muy diferente, pero la irreverencia, la espontaneidad un poco populista, toma bastante de Estados Unidos. La clave es cómo adaptarlo a España, pero el problema que tiene Vox con algunos de sus miembros es precisamente que no saben adaptar el discurso al contexto español.

P. ¿Crees que Vox es un peligro para la democracia?

R. Yo creo que no. Es un peligro para el debate público: con su idea anti establishment lo que intentan es romper consensos, como puede ser la España autonómica. Me parece una estupidez abrir el melón de la España autonómica cuando realmente está funcionando, pero es una respuesta a la crisis territorial en Cataluña y al independentismo. Por eso creo que es más un problema de debate público, de polarización, pero no creo que Vox sea un peligro para la Constitución.

P. ¿Y si llegara a gobernar, no habría un riesgo para los derechos del colectivo LGTBI, por ejemplo?

R. Soy cauteloso al respecto, pero por el equilibrio de fuerzas en el Parlamento existe la posibilidad de frenar eso. Otra cosa sería que tuvieran un poder absoluto, ahí ya sí que me preocuparía, porque en general todo poder absoluto me suele preocupar, más con valores tan rupturistas. Pero no lo veo posible por cómo funcionan los contrapesos institucionales.

P. ¿Cómo ves el Gobierno de coalición? ¿Consideras que está en mal estado?

R. Yo creo que no, pero soy muy mala Casandra. Veo una sobrerreacción por parte de Podemos para demostrar que siguen ahí. Pero Podemos tiene poco poder de desestabilizar al Gobierno. Me preocupan más los independentistas, por ejemplo, la manera en cómo reaccionaron al supuesto caso de espionaje de Pegasus, porque al final es su dinámica, juegan con otros tiempos y quieren resucitar el procés de alguna manera. Y de pronto se ven víctimas, cuando es comprensible que el CNI estuviera espiando a alguien que quiere subvertir el orden constitucional, pero para su relato les viene fenomenal.

P. ¿Te preocupa la salud de la democracia española?

R. Diría que sí, pero evidentemente con matices. No pienso que la democracia liberal esté desapareciendo, no pienso que estemos yendo a un modelo de democracia defectuosa. Pero sí hay un miedo a la erosión de las bases de la democracia liberal, de la separación de poderes, del respeto por cuestiones que trascienden la cuestión partidista. Son cuestiones que parecen de protocolo: ¿cómo puede Pedro Sánchez nombrar a la Ministra de Justicia como fiscal general? Me preocupa también el vaciamiento de la política, los partidos dedicados a un juego autorreferencial que no hablan nada a la población, es la idea de Peter Mair de privatización de los partidos. Y este es un problema que viene de lejos. El ejemplo perfecto es el vaciamiento del PSOE, la idea de convertirlo en un partido exclusivamente a las órdenes de un líder que no tiene contrapesos territoriales como tenía antes. Antes hablábamos mucho más de los barones, pero ahora ha habido una limpieza absoluta. Y me preocupa mucho, porque yo soy muy crítico con el PSOE, pero es un partido que tiene que existir y sería mejor que existiera de una manera más democrática.

Ricardo Dudda (Foto: Carmen Suárez)

P. Ahora estás inmerso en un proyecto de escritura que tiene poco que ver con la política, ¿nos puedes contar de qué trata?

R. Es la historia de la infancia y juventud de mi padre. Mi padre nació en el año 1940 en lo que ahora es parte de Polonia, pero entonces era parte de Alemania, parte de Prusia. Y en el año 45, con la llegada del Ejército Rojo a ese territorio que era alemán, se adhirió a la Polonia comunista. Vivió durante casi diez años como refugiado, tanto en la Alemania del Este como en Alemania Federal. Y es la historia de su infancia y adolescencia, hasta que llega a España en el año 63, y ya se queda para siempre.

P. ¿Por qué vino a España?

R. Vino para hacer una sustitución en una escuela de idiomas en Burgos -imagínate cómo sería dar clases de alemán en Burgos en el año 63- y ya se quedó. Es un libro muy diferente a lo que he escrito hasta ahora. Es narrativa, narrativa de no ficción; no quiero hacer un libro de historia porque, por ejemplo, he descubierto que mi abuelo estuvo en el frente oriental con la Wehrmacht y estuvo en zonas donde ocurrieron cosas terribles. Es una historia familiar, pero también es una historia muy universal: una persona descubriendo que su abuelo a lo mejor estuvo involucrado en crímenes de guerra, hay muchísima literatura al respecto. Estoy intentando encontrar el equilibrio entre lo que me interesa a mí, porque es parte de mi familia y lo que puede interesar a un lector que a lo mejor haya leído algo parecido; hay mucha bibliografía sobre padres e hijos, desde Patrimonio de Philip Roth a Un buen hijo de Pascal Bruckner… Es muy bonita esa idea de comprender al padre desde la distancia.

P. Y para terminar, ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?

R. Te diría Aloma Rodríguez. Es una persona muy divertida, capaz de hablar muy bien tanto de la vida como de literatura.

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