Es una de las escenas más impresionantes jamás compuestas para un escenario. Al final del segundo acto, en la oscuridad de la noche, Don Giovanni –nuestro Don Juan– se complace en sus jugarretas y fechorías ante la mesa bien servida de su palacio sevillano. Alguien llama, con estrépito, a la puerta. Muerto de miedo, el criado Leoporello es incapaz de responder.