Por lo que respecta a la mentira, quizás el tiempo la pondrá en su lugar. Pocos se creen ya, por ejemplo, la publicidad en televisión. De que por comprarse un vehículo nuevo se conseguirá a la chica que aparece junto a ese modelo cuatro ruedas. Para ello, no obstante, es más importante que nunca el papel del periodismo y su constricción a la veracidad de los hechos.
Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional, tiene ya el programa con el que quiere ser la primera presidenta de Francia de la Historia. Éste incluye las siguientes medidas:
En ocasiones, los atestados de tráfico se parecen mucho a la política. En contra de la apariencia, se descubre que el vehículo ha caído por el barranco en el que no se encontraba el peligro. La corrección de la trayectoria, bienintencionada pero excesiva, hace al conductor precipitarse por el lado contrario al riesgo del que se quería huir. El fenómeno Donald Trump tiene, en efecto, algo de trágico: es una huida que lleva hacia la muerte que se pretende sortear.
Cuando Robert Lee fue derrotado en 1865 se instaló en Washington College, una pequeña universidad en las montañas de Virginia. El general confederado encontró refugio en el campus de Lexington gracias a su mujer, descendiente del fundador de Estados Unidos. Lee se convirtió en un admirado rector y hoy este college se llama por la unión de dos nombres, Washington and Lee. El ilustre general animaba a los estudiantes a superar las divisiones causadas por la contienda civil. En el código de honor que redactó solo les pedía que actuasen como caballeros. Esta exigencia de auto-corrección, moderación y sentido del deber, la esencia del mejor mundo anglosajón, parece haberse convertido en el paisaje de un país extraño.
La nobleza como cualidad humana se ve, se presiente. Se intuye cuando uno, yo mismo, ha pateado ciudades y gabardinas. La insoportable maldad del Ser Humano también se intuye en cualquier parada del bus, en cualquier esquina. Pero la bondad se huele en el rostro ajado y en la mirada limpia de quienes te venden el periódico y te hablan de cómo viene febrero para el terruño. La nobleza se ve en el gesto de los hombros de las gentes buenas y en la posición del abrigo cuando lo dejan en la percha a la hora del clarete. Porque, a pesar de todo, el Hombre como especie, ha evolucionado; ha hecho un proceso divino de ‘amejoramiento’ para dejar de ser mapache y pasar a ser cowboy en ‘Times Square’. Y, sin embargo, Donald Trump, ahí, triunfante con lo suyo que es el mundo, con su gato amarillo acostado en la frente, sus queridas y sus enemigos. Ya nos dijo en célebre contraportada el maestro Manuel Alcántara que, incluso sin votarlo, íbamos a sufrir aquí al que yo llamo ‘coloso en damas y en nadas’: Trump, Donald.
De Donald Trump se desconoce lo básico: si es un lunático sin más o si “hay método en su locura”. Esto no lo hace menos abyecto, pero sí lo haría, de alguna forma, más predecible. Se podrían elaborar respuestas políticas, diplomáticas y comerciales con más precisión. El problema es que aún no sabemos en qué cancha y con qué reglas estamos jugando. Son los propios altos funcionarios norteamericanos los que muestran su desconcierto. Los demás asistimos a las firmas de sus órdenes ejecutivas entre abochornados e incrédulos.
La prensa insiste en el renovado interés por Arendt y Orwell, autores que se ocuparon de la verdad. E insiste en llamar a esta nueva época la era de la posverdad, concepto ligado a dos fenómenos: Trump y el Brexit.
En La democracia sentimental, Manuel Arias Maldonado escribe que “hay una estrecha relación entre radicalismo y felicidad […] El radicalismo hace más feliz que la moderación: sobre todo cuando el gobierno no nos representa.” Si a esto se le une una elevada sensación de pertenencia, una amenaza exterior o interior que funcione como chivo expiatorio, cierta disonancia cognitiva que te impida ver los errores propios y una sensación de superioridad moral, uno ha de ser enormemente feliz. Porque afrontar la complejidad de la realidad es extenuante. Y, bueno, a veces triste.
Para saber de Obama lo mejor es leer las columnas de Juan Claudio de Ramón. Hace menos de cien días y ya lo echamos de menos. Su elegancia. Su manera de escupir por el colmillo a Putin. Su ritmo bailando el Rock.