«De todos es sabido que doña Emilia sentía una gran admiración (que nunca la cegó) por la obra y la persona del fundador del naturalismo»
«Sí, hay una España brillante oculta en el sótano de la historia, y comparto la idea de Roca Barea: hay que desenterrarla»
El nombre de María Rosa Lida no dirá mucho a mucha gente en estos tiempos. Su nombre, y no digamos su obra, son pasto del olvido y el desconocimiento, tal vez a causa de la intrascendencia profunda en que hace años cayó todo lo relacionado con las letras hispánicas clásicas y con su estudio. La injusticia de ese olvido, de ese desconocimiento, es patente, y más en estos tiempos proclives a la tan justa como no siempre bien fundada reivindicación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida: estamos hablando de una de las más grandes estudiosas de las letras medievales y clásicas españolas, de la autora de obras tan imprescindibles como perdurables, de una mujer que, curiosamente, jamás puso pie en España, o en Europa, de una mujer que murió muy joven. Sirvan estas líneas como homenaje y vindicación de una figura fundamental de la cultura hispánica del siglo XX.
¿En qué secreto quedó atrapada Laforet, incapaz de reactivar su carrera de escritora durante décadas?
María Jesús Espinosa de los Monteros
«Los tangos, como los matrimonios, son algo que uno tiene que bailar hasta el final»
Beatriz Ledesma ha editado un libro que compila un puñado de artículos de Clara Campoamor, junto con alguna entrevista publicada en la prensa. Pertenecen los textos a su exilio argentino, entre el final de la guerra y mediados de los años 50, cuando pasó a vivir en Suiza la extrañeza de España.
Este año nos ha regalado muchos libros maravillosos. Varios de ellos han venido a lomos de Libros del Asteroide, esa editorial que es fuente de alegría y de pesar: alegría entre las manos y pesar en la billetera.
Virginia Cowles llegó a Madrid en 1937, una semana después de la batalla de Guadalajara, con tres vestidos de lana y una chaqueta de pieles en la maleta.
Hay decenas de ejemplos: la novela Chulas y famosas, de Terenci Moix, comenzaba en el funeral de Jordi Pujol, y en Anatomía de un instante Javier Cercas hablaba todo el rato de Santiago Carrillo como si ya hubiese muerto (varios años antes de que, efectivamente, falleciese), y ése era el detalle por el cual el lector avisado podía intuir que había que leer aquel libro con toda la cautela, pues es sabido que una sola gota de ficción tiñe todo el libro de ficción. Un error en un libro de Historia es una negligencia, un dato falso en una crónica es una mentira, pero un desajuste deliberado en un relato con aires de ensayo o apariencia de reportaje o vocación de biografía es, ay, literatura. Si todos los lectores del mundo comprendieran eso (y si ningún autor de ficciones traspasara los límites éticos elementales: no desfigurar hasta la afrenta, no insultar, no acusar de crímenes falsos…) no habría controversias como ésta que han protagonizado ahora Víctor Erice y Elvira Navarro, pero es algo que jamás sucederá, y por tanto Erice, que desde luego comprende la ficción (¿cómo no va a comprenderla el autor de dos de las ficciones más hermosas de la historia de España?), probablemente no tiene razón, pero sin duda tiene razones para estar molesto por la publicación, hace pocas semanas, de la novela Los últimos días de Adelaida García Morales, de Elvira Navarro, por mucho que ésta no se haya sobrepasado en absoluto en la manipulación de la que ya es su criatura.