Es que en un concierto puede sonar explícito una máquina de escribir, la carga de una caballería, un cañón, o un barbero de Sevilla. Pero no un ordenador. Los ordenadores no han traído aún mejores escritores.
Creo que nadie se libra del síndrome de eDiógenes, que es la tendencia a acumular información obsesivamente en nuestros aparatos, un mal mucho más dañino que el propio síndrome de Diógenes ya que en este hay un límite.