Por amor a los taxis (III)
Eran las seis de la tarde en Ciudad de México. Íbamos al aeropuerto. Llovía a cántaros y tronaba.
— ‘Vaya pinche tráfico. Esto no se aguanta más, joven’

Eran las seis de la tarde en Ciudad de México. Íbamos al aeropuerto. Llovía a cántaros y tronaba.
— ‘Vaya pinche tráfico. Esto no se aguanta más, joven’
En México lo primero que nos dicen a los visitantes es que de la calle no se deben coger taxis. Que mejor llamar a una línea, o coger un Uber. Pues la amenaza no es solo que le den a uno vueltas laberínticas en una de las megalópolis del mundo, sino que, en algunos casos extremos, la vida misma entre en peligro.
Uno es lo bastante viejo para recordar cuando aquello del debate político basado en datos iba, al menos sobre el papel, de emplear la evidencia disponible para debatir sobre policies, no de usar credenciales académicas para mover cubiletes con bolitas, despistar al personal y hacer trilerismo sobre politics.
Para que el asunto sea útil, tenemos que cambiar no solo el huso horario. También hay que modificar los usos y las costumbres