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Sean Baker: el realismo social nunca fue tan bello

Con un micrófono en la mano y la otra en el bolsillo, Sean Baker está de pie y sobre una pequeña tarima frente a decenas de personas. A su derecha hay un cartel promocional de un metro y medio de alto por uno de ancho y tiene una imagen de la película, The Florida Project, impresa sobre el papel. El público está literalmente a la espera de la proyección. A la sala de cine de la Academia, situada en el edificio contiguo a la sede del Partido Popular en Madrid, no le falta detalle: uno se siente más en un teatro que en una sala comercial y la calefacción está demasiado alta.

Sean Baker: el realismo social nunca fue tan bello

Con el micrófono en una mano y la otra en el bolsillo, Sean Baker está de pie y sobre una pequeña tarima frente a decenas de personas. A su derecha hay un cartel promocional de un metro y medio de alto por uno de ancho y tiene una imagen de la película, The Florida Project, impresa sobre el papel. El público está literalmente a la espera de la proyección. A la sala de cine de la Academia, situada en el edificio contiguo a la sede del Partido Popular en Madrid, no le falta detalle: uno se siente más en un teatro que en una sala comercial y la calefacción está demasiado alta.

Baker presenta brevemente su última película ante un aforo que está completo. Pero antes de darle paso, anuncia algo: no estará durante la proyección y regresará en 111 minutos. A los cineastas no les suele gustar ver sus películas en más de una o dos ocasiones casi obligatorias, y se mueren de los nervios por los gestos y reacciones de los espectadores y por las escenas que interpretan, a posteriori, que habrían mejorado con más tiempo y dinero.

Así que Sean Baker, que nació en Nueva Jersey y tiene 41 años, cumple su palabra y regresa a los 111 minutos, embriagado por un aplauso que ha arrancado el hombre sentado a mi derecha, y se dirige hasta su asiento en la tarima. Uno puede sentir en estas conferencias que los artistas forman parte del evento del mismo modo que lo hacen los cuerpos desnudos en una clase de Anatomía, dispuestos para ser diseccionados.

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Sean Baker, Brooklynn Prince y Willem Dafoe, en una sesión promocional. | Foto: Chris Pizzello/AP

The Florida Project es maravillosa y no solo tiene una ambición artística inusual, sino que el resultado es genuinamente conmovedor. Se puede leer en los rostros de la gente. Es tan atractiva visualmente que parece un lienzo en movimiento. La película relata una historia que encajaría sin duda dentro del realismo social británico: desarrolla con inteligencia una crítica al sistema desde los ojos de la hija de una madre desesperada, sin empleo y demasiado joven que vive en un motel a las afueras de Orlando.

Sean Baker no esconde sus influencias y dice que admira profundamente a los autores británicos del realismo social, y entre todos ellos a Ken Loach, “que es capaz de hacer crítica social a la vez que entretiene”. Y eso, dice, es algo que echa de menos en Estados Unidos. Por ello se ha convertido en uno de sus precursores, no tanto desde Hollywood como desde las periferias del cine independiente. Los personajes podrían tener historias paralelas al hilo principal y todas ellas merecerían una película. Por ejemplo, el caso de Bobby, interpretado por Willem Dafoees curioso y divertido que Baker llame a los actores por el nombre de sus personajes y no por sus nombres reales, incluso en este momento–, es fascinante. Un conserje amable, atento, paciente, con un hijo de unos 20 años que le acompaña solo a veces y que vive con su madre, con quien debió tener una ruptura tormentosa que lo llevó a recluirse en un motel de las afueras, rodeado de una miseria que representa algo cercano al lado vencido del sueño americano.

“Abrazamos el contratiempo. Es algo que Hollywood nunca haría, pero esto es lo que hace especial al cine independiente”

Hay casos particularmente llamativos: a la protagonista de siete años, llamada Brooklynn Prince, la encontraron a falta de una semana para el rodaje a partir de una base de datos local en Orlando. Solamente había participado en algunos anuncios comerciales de televisión y en una película independiente. Baker reconoce que supo que ella era Moonee desde el momento en que entró, y llegó después de un largo proceso de selección con decenas de candidatas. A Bria Vinaite, que interpreta a su madre, la encontraron a través de Instagram: ni siquiera es actriz y todos los tatuajes que aparecen son los suyos. Baker cree que el papel de Halley es una extensión bastante aproximada de la propia Bria.

Willem Dafoe –le llamaremos Bobby– está nominado a mejor actor secundario en los Oscar, honor que le concedieron tanto el Círculo de Críticos de Nueva York como el de Los Ángeles. La película quedó fuera del radar de los Oscar, pero Baker recibió el premio a mejor director por los críticos neoyorquinos y el prestigioso American Film Institute la introdujo entre las diez mejores de 2017. La crítica también se rindió en elogios en 2015 ante su película anterior, Tangerine, que tiene el atributo meritorio de estar íntegramente rodada con iPhones.

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Willem Dafoe y Brooklynn Prince, en un fotograma de la pelicula. | Foto: Diamond Films

En esta película, Baker tampoco emplea métodos convencionales: rueda en 35 milímetros, lo que representa un ejercicio que va más allá de la nostalgia, y renuncia a lo digital. El rodaje en celuloide es una cuestión de “calidad” que “no puede replicarse digitalmente”. El cineasta quería recrear los escenarios y colores de las viejas postales de Orlando. Con todo, no se puede negar el componente reivindicativo: “Queríamos aportar nuestra parte en conservar el celuloide. La única compañía que lo fabrica es Canon y no le va precisamente bien. Quizá sea más barato o más fácil con otros medios, pero este arte comenzó con 35 milímetros”.

Todo en la película tiene ese punto de autenticidad y Baker cuenta una anécdota: durante el periodo en que analizaron la localización del motel, escenario central del rodaje, no había un helipuerto instalado a menos de medio kilómetro. Cuando regresaron tres meses después para comenzar un rodaje para el que disponían de un tiempo escaso –35 días– y unas condiciones especiales –los niños no pueden rodar más de 6 horas por jornada–, casi pierden la cabeza: no solo estaba allí, sino que había tránsito de helicópteros cada 15 minutos y el sonido se colaba en cada escena.

El equipo de Baker decidió, entonces, integrarlos en la película, tanto que el sonido de las hélices puede escucharse por momentos y aparecen en pantalla casi todo el tiempo. “Abrazamos el contratiempo”, explica Baker, que sonríe. “Es algo que Hollywood nunca haría, pero esto es lo que hace especial al cine independiente”. Tan real fue la circunstancia que acaba marcando la película como el escenario de la misma: el Castillo mágico es el nombre original del motel, y también lo son los precios.

“Por favor: apóyenlo”, bromea Baker. “Pueden dormir allí por 35 dólares la noche”.

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