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Fútbol

Fútbol y poder en la URSS de Stalin

En Rusia, principios del siglo, el totalitarismo estalinista acabó por unirse al fútbol en una apasionante historia que ha puesto por escrito Mario Alessandro Curletto en el libro “Fútbol y poder en la URSS de Stalin”.

Fútbol y poder en la URSS de Stalin

El siglo XX fue la centuria de los totalitarismos. Ideologías extremas y violentas que controlaban bajo un férreo yugo todas las facetas de la vida en sociedad. El teórico italiano Emilio Gentile habló de la “religión política”, para definir a estas ideologías que, con el culto al líder y a una serie de símbolos, acababan por sustituir en sus respectivos países a las religiones tradicionales.

Pero el siglo pasado fue también el del nacimiento de una nueva religión, quizás la más global de todas, ya lo dijo Manuel Vázquez Montalbán, una religión inocua, frente a la historia sangrienta de la mayoría: el fútbol.

En Rusia, principios del siglo, el totalitarismo estalinista acabó por unirse al fútbol en una apasionante historia que ha puesto por escrito Mario Alessandro Curletto en el libro “Fútbol y poder en la URSS de Stalin” y ha traducido al español la editorial Altamarea, nuevo e independiente sello que está editando algunas joyas de las letras italianas inéditas en nuestro idioma.

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Portada del libro “Fútbol y poder en la URSS de Stalin”. | Imagen vía Editorial Altamarea.

El Spartak o el equipo del pueblo

En una Unión Soviética donde todo quedaba bajo el control estatal, donde hasta los quintales de trigo o la producción de ropa interior quedaba a merced de las necesidades de la planificación gubernativa, un grupo de jóvenes de un barrio obrero moscovita se dejaron llevar por el entretenimiento burgués del ‘sport’. Crearon de esta manera, unos pocos años después de la revolución bolchevique, varios pequeños equipos de fútbol que, tras superar inconvenientes de todo tipo, incluidas las reticencias de las autoridades que no deseaban perder el control del deporte, acabaron por desembocar en la creación del Spartak de Moscú, hoy en día uno de los equipos más populares y laureados de Rusia.

Obreros en las fábricas a tiempo completo, por el bien de la madre patria,  que al sonar el timbre que señalaba el final de la jornada laboral se convertían en jugadores-obreros y acudían al campo de su recién nacido club, a construirlo con sus propias manos. El terreno de juego y las gradas fueron resurgiendo de entre la nieve con el presupuesto configurado a partir de los humildes sueldos de los socios fundadores. Se granjearon pronto, por tanto tesón y esfuerzo, el apoyo de las masas populares que vieron, frente a los todopoderosos clubes deportivos dependientes del Ejército Rojo o de otras instituciones públicas, al equipo del pueblo en el Spartak.

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Contrato firmado por varios jugadores del Spartak.

Curletto, profesor italiano autor de varias obras sobre fútbol en la Unión Soviética, narra la historia de la familia Stárostin, jugadores y fundadores del club, que nos sirve también para recorrer los orígenes de este deporte en la URSS, a las puertas como estamos del mundial de Rusia, y para ver cómo Stalin y sus adláteres intentaron aprovecharse del deporte rey para perseguir el adoctrinamiento y  la movilización social de la población.

Fútbol en los gulags y en la plaza Roja

El hilo conductor del libro son las peripecias de los cuatro hermanos Stárostin, y especialmente de Nikolái, el mayor de éstos, que fueron haciendo crecer al equipo hasta cometer la insolencia de rivalizar con las escuadras controlados por el Estado. Carlos Taibo, autor del prólogo, define la vida de Nikolái como “la historia de un deportista al que el fútbol encumbró, luego condenó y a la postre acabó salvando”, ya que a la popularidad cosechada por el mayor de los Stárostin, y a los éxitos del club, le sucedieron detenciones, torturas y condenas, acusado injustamente de un robo o de ser un “defensor del deporte burgués”.

Y es que los protagonistas del libro sufren las represiones estalinistas, son perseguidos por el temido general Beria y acaban en gulags, donde los dirigentes comunistas al mando, actuando como pequeños virreyes, los convierten en entrenadores de los equipos de los campos de concentración, dejándoles vivir de una manera algo más soportable, aunque cautivos y lejos de sus familias.

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Instantánea del partido celebrado en la Plaza Roja.

Antes, son testigos de momentos históricos del fútbol en la Unión Soviética, como de diferentes partidos internacionales contra equipos occidentales, en los que los amateurs soviéticos se jugaban el honor de la revolución, y el porvenir personal, frente a equipos occidentales profesionales como el Racing de París, o frente a la selección vasca que acudió a Rusia en 1937, en plena Guerra Civil Española, recaudando fondos y llamando la atención sobre la causa republicana, partidos en los que pudieron comprobar la distancia táctica con los equipos profesionales y cómo los jugadores se convertían en peones de un juego político que desconocían y que podía costarles a la postre la vida.

Como si de una tétrica metáfora de la época se tratase, el libro narra una anécdota tragicómica, el partido teatralizado con el que se pretendía mostrar las bondades de este deporte al padrecito Stalin. Para no aburrir al tirano, guionizaron el partido, como si de una película se tratase, contrataron a un dramaturgo, redujeron los tiempos, y enmoquetaron la plaza Roja, creando un prado bajo el Kremlim que, quizás, pudiera ser considerado uno de los primeros campos de fútbol artificial. En la ardua tarea colaboraron trescientos deportistas del Spartak, de todas las edades. Armados con agujas de zapatero y metros de hilo de bramante, llegaron a coser tela de fieltro verde como para cubrir 10.000 metros cuadrados, recubriendo así toda la plaza, desde la iglesia de San Basilio hasta el Museo Histórico.

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Otra imagen del partido celebrado en la Plaza Roja frente a Stalin.

Durante la media hora de juego pactada se marcaron, según marcaba la escaleta, goles de todas las facturas: de falta directa, de penalti, de cabeza, con tiros de media y larga distancia… mientras que un miembro del club vigilaba de cerca los gestos de Stalin, con la misión de levantar un pañuelo blanco, que daría la señal a los jugadores de dar por concluido el encuentro, ante el menor signo de aburrimiento en la tez del dictador. Pero algo imprevisto acabó por suceder, algo que no estaba contemplado en los ensayos: Stalin mostró tanto interés que la representación se alargó hasta los cuarenta y tres minutos, obligando a los jugadores a improvisar durante 13 minutos tras los cuales los espectadores, ignorantes del factor teatral, rompieron en aplausos entusiastas. 4-3 entre el primer y el segundo equipo del Spartak, como estaba previsto, sin escaparse los goles a la planificación soviética.

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