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Cine

Fernando Trueba: «Estamos en una sociedad tan aburrida que la gente busca héroes todo el rato»

El cineasta estrena ‘El olvido que seremos’, basada en la novela homónima de Héctor Abad Faciolince que se convirtió en un fenómeno de masas en Latinoamérica

Esta no era la primera vez que Fernando Trueba se aventuraba a adaptar una novela al cine. Lo había hecho con El baile de la victoria, El sueño del mono loco o El embrujo de Shangai. Sin embargo, cuando le ofrecieron por primera vez llevar El olvido que seremos al cine, se negó rotundamente. 

La novela cuenta la historia de Héctor Abad Gómez (interpretado por Javier Cámara en la película), médico colombiano y activista por los derechos humanos en el Medellín polarizado y violento de los años 70, que terminó siendo asesinado por grupos paramilitares en 1987. Cuando murió, el doctor llevaba en el bolsillo de su pantalón una lista de amenazados en la que se le incluía a él y un soneto de Borges, Epitafio, cuyo primer verso daría nombre a la historia: «Ya somos el olvido que seremos…».

Veinte años después de la muerte del doctor, su hijo, Héctor Abad Faciolince, reabrió la herida y publicó el libro homónimo en el que se ha basado la película. La novela se convirtió en todo un fenómeno de culto en Latinoamérica. El propio Trueba la había leído, llorado y regalado a sus seres queridos, y cuando Faciolince le hizo la propuesta, se vio incapaz de llevar un texto como este a la gran pantalla. Todo cambió con la segunda lectura: tras releer la novela con la oferta del filme sobre la mesa, el director asegura que un «veneno» se apoderó de él y las imágenes empezaron a llegar. 

Trueba le propuso entonces a Faciolince escribir el guion a cuatro manos, pero el escritor colombiano prefirió no reabrir ese baúl de dolor y recuerdos. Así, fue finalmente David Trueba, hermano del director, quien asumió la enorme responsabilidad de convertir la novela en un texto que consiguiera transmitir la misma emoción, ese cariño propio del recuerdo que un hijo tiene de su padre. 

Una aventura que sin duda ha merecido la pena: el título se ha alzado con el Goya a mejor película iberoamericana en 2021, y el resultado es un filme luminoso, bello y profundamente vital (en el sentido pleno de la palabra, algo que comparte con la danesa Otra ronda). Una película en la que el espectador puede sentir, casi tocar, desde los momentos más felices hasta esas experiencias que parecen arrebatarlo todo. Una película sobre la vida.

En el Festival de San Sebastián comentó que, al principio, creía que no se podía hacer una película de este libro. ¿Qué le llevó finalmente a apostar por ello?

Es que este libro no es una novela, son unas memorias, es el recuerdo que un hijo tiene de su padre, y eso lo hacía un material muy complicado para adaptar, demasiado privado, íntimo, sensible; y el cine es algo multitudinario, carece de esa privacidad y esa intimidad. Pero hubo un momento en que me di cuenta de que si no hacía esta película me iba a arrepentir toda mi vida, de que me diría: «Tuviste la oportunidad de hacer de esto algo hermoso y fuiste un cobarde». Y entonces me lié con la manta a la cabeza y aquí estamos. 

Este libro tiene además un tono tan íntimo, una mirada tan sensible, propia de un hijo hacia su padre, que llevarlo a la pantalla supongo que habrá sido todo un reto, ¿no?

Claro, lo bonito era darle a todo eso una forma cinematográfica. Es una película que tiene un componente muy vitalista, muy romántico, es una película de mucho amor; pero a la vez es una película dura, jodida, donde se cuentan cosas terribles, y todo eso convive dentro de un relato que tiene muchas tonalidades. Y eso narrativamente era muy interesante, pasar de una tonalidad a otra, de la cruda realidad a la idealización del recuerdo. Todo eso hacía que fuera cinematográficamente muy tentadora. 

Fernando Trueba: «Sabía que si no hacía esta película me arrepentiría toda mi vida» 2
Trueba, con el actor que interpreta a Héctor Abad Faciolince de niño. | Foto: BTEAM Pictures

La película pone mucho el foco en la familia, en ese ambiente de amor y tolerancia que compartían, pero la realidad es que Héctor Abad fue asesinado por grupos paramilitares. ¿Cómo afrontó ese equilibrio entre no dejar de lado la realidad convulsa que se vivía y fijarse lo más íntimo y cotidiano?

Una película solo la sueñas y la imaginas, pero no sabes cómo va a ser hasta que la haces. Casi que la haces para ver cómo va a ser (risas). Avanzas en la sombra, pensando a ver cómo va a funcionar todo, ese es el porcentaje de riesgo y aventura que hay en toda película. 

Entonces unos días te encuentras rodando esos momentos tan bonitos del padre leyendo el cuento a los hijos, los abrazos, los besos, el cariño; y otro día estás rodando de repente cosas muy duras, pero lo que te guía es pensar que el engranaje narrativo y cinematográfico va a funcionar. Y si luego a la gente le llega, le emociona, pues has conseguido lo que querías. Más allá del final, que es muy dramático, a mí me hace muy feliz que hay gente que me dice que empezó a llorar desde el principio, en la parte feliz del filme. Y eso es lo interesante y bonito: si no le has hecho a la gente sentir la emoción de esa parte de la felicidad, de cuando todo va bien y la historia es armónica y bonita, luego no van a sentir de la misma manera el golpe tremendo de la tragedia y el crimen, que es el ecuador de la película: la familia se parte por la mitad, y a partir de ahí ya nada va a ser como antes. 

En una escena el doctor Abad le dice a su hijo que «los héroes no presumen». ¿Cree que Héctor Abad Gómez encaja en el concepto social que tenemos actualmente de «héroe»?

Yo es que no soporto que todo el rato estemos hablando de héroes. Es una especie de terminología de Marvel que me tiene hasta las narices. Para mí los héroes son los héroes homéricos, pero ahora estamos en una sociedad tan aburrida que la gente está todo el rato buscando héroes: ahora son los médicos, antes los bomberos, luego los policías, y otro día los profesores de esquí, yo qué sé. No hay que hablar de héroes, hay que hablar de seres humanos. Y solo somos seres humanos en la medida en que no perdemos la humanidad. Cuando nos volvemos insensibles al dolor ajeno, dejamos de ser personas. Entonces lo bonito del personaje del doctor Abad es que es un hombre en todos los sentidos de la palabra: pone en acción las cosas en las que cree y, cuando le amenazan por ellas o su vida está en peligro, no deja de hacerlas, porque él cree que es su deber. Y eso es para mí la definición perfecta de lo que es un hombre y de lo que deberíamos ser. 

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