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Alejandro Arratia: «No hay varitas ni recetas mágicas para consolidar y mantener viva la democracia»

Un nuevo ensayo explora cuatro maneras de dejar atrás una dictadura a través de los procesos vividos en Venezuela, Chile, Checoslovaquia y España.

Alejandro Arratia: «No hay varitas ni recetas mágicas para consolidar y mantener viva la democracia»

Mireya Fernández | Cedida por el autor

Que la democracia está en crisis de resultados y de prestigio es algo que pocos dudan. Ahí está el auge de regímenes autoritarios que nacen de democracias degradadas, o el reforzamiento de aquellos otros sistemas, como el chino, en los que hace no tanto creíamos ver candidatos a adoptar un marco pluralista y de libertades. El sociólogo y profesor venezolano Alejandro Arratia Guillermo (Caracas, 1939) acaba de publicar Transición a la democracia en Kalathos ediciones, libro en el que, desde una perspectiva comparada, analiza las transiciones la democracia que, en distintos momentos de la historia del siglo XX, vivieron Venezuela, España, Chile y la antigua Checoslovaquia. Pese a la distinta coyuntura de cada uno, ¿pueden extraerse patrones comunes? Y, lo que es más determinante, ¿hay alguna lección que sirva para fortalecer hoy una democracia de capa caída?

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Las transiciones de regímenes autoritarios o dictaduras hacia la democracia han tendido analizarse desde las particularidades de cada país y circunstancias históricas. Pero usted insiste en mirar los elementos comunes, en concreto de cuatro casos concretos. ¿Cuáles son esos elementos de fondo que suelen compartir todas las transiciones?

Estamos muy lejos de negar que en las transiciones de los autoritarismos hacia las democracias existan elementos particulares, pero también debemos concentrarnos en hechos comunes por su contenido y capacidad definitoria. Hay que revisar las diferencias de forma, las características y el peso político que hacen homologables los acontecimientos. Un cambio en las relaciones político-económicas internacionales de las grandes potencias y una huelga general pueden tener determinación de igual valor en el proceso de transición nacional, independientemente de las circunstancias de cada uno. Eso es lo que vimos en el siglo XX en los casos que analizo, por más dispares que pudieran parecer a priori. 

¿Qué le dice un estudio comparado como el que ha escogido?

Los estudios comparados fortalecen el dominio de la acción práctica y de la teoría. El número de situaciones seleccionadas para presentar casos específicos es importante, pero no es determinante.  Cabe diferenciar dos elementos de fondo que suelen compartir todas las transiciones: el momento histórico social y la fortaleza del enlace coyuntural. Pero, más allá de eso, lo que me interesa es realzar o fijarme en qué comparten esos cuatro procesos. Un lector podría preguntarse qué tienen qué ver el Chile de Pinochet o el régimen comunista en Checoslovaquia en los 80. Pues algo podemos extraer, y en eso se centra este libro.

¿Hay alguna secuencia más o menos fija de acontecimientos?

No hay secuencias fijas; sin embargo, se pueden observar fases del proceso de transición, por el que transcurren los hechos: inicio, coyunturas decisivas y de conformación de las democracias, en las que resulta relevante observar el tipo de confrontación, duración de las acciones, de sectores participantes que, en general, rompen esa idea de retrato del comportamiento.

Uno de los elementos es la disidencia interna, y en concreto, el de la Iglesia, o parte de la Iglesia, que en un momento determinado deja de apoyar al régimen.

El papel de la disidencia interna fue y será determinante, en ese sentido la identificación de los que comulgan la misma fe religiosa tiene una capacidad de cohesión ideológica que puede tener más consistencia que el mensaje político y, por lo tanto, seguir siendo un elemento cohesionador del cambio político. Es algo que ha estado muy presente en casi todas las transiciones democráticas del siglo XX, no solo en las que yo analizo. 

Recupera el viejo y espinoso debate sobre medios y fines, y en concreto sobre la violencia. Escribe que, en demasiadas ocasiones, los cambios implican violencia. 

La democracia es un sistema en el que las decisiones se toman en base a reglas establecidas y aceptadas por la mayoría cuando el proceso llega a la maduración indispensable para la convivencia ciudadana. En el siglo XX, los fracasos de mantener y fortalecer la democracias mostraron algo que para mí es muy claro: la estrecha relación que hay entre la forma en que se produce el cambio y su fortaleza. Algo que nos pone ante una realidad evidente como es que el consenso era y es indispensable para el mantenimiento de la democracia representativa. Por eso la tarea democrática es diaria, porque cada día implica hacer esfuerzos por la cohesión social. Es un pacto, y como tal, debe renovarse de forma implícita y continua. 

Como venezolano y analista de transiciones, ¿cómo cree que debería ser el proceso de transición y reconciliación en su país? 

El proceso debería ser pacífico, resultado de la sumatoria de proyectos civiles y militares que alcanzan cuotas importantes de conciliación política y económica. La ingobernabilidad interna y la inestabilidad permanente de los intereses de las grandes potencias así lo demandan. Un “nuevo orden” es necesario. Si la conjetura de la reorganización mundial tiene sentido, también lo tiene la inclusión de la mayoría del continente americano en las nuevas estructuras abiertas que ofrezcan espacio para la transición en Venezuela.  

Lo que vemos en estos años, más que transiciones a la democracia, es lo contrario. Democracias que se convierten en dictaduras más o menos disimuladas, y regímenes autoritarios que se enrocan. 

No son regímenes democráticos representativos en los que funcionan los poderes autónomos: ejecutivo, legislativo y judicial.  Son organizaciones económicas y sociales cerradas. Regímenes autoritarios en los cuales la ausencia de apoyo los hace históricamente débiles.  China representa el modelo, pero recordemos que esa sociedad nunca ha conocido la democracia. 

¿Cómo darle un nuevo impulso a las democracias que ya existen y cómo impulsarlas allí donde no las hay? Lo que hemos visto en Afganistán es un extraordinario fracaso de ese enfoque que supone imponerla desde fuera y por la fuerza.

En su libro, Barak Obama comenta que, en las últimas sesiones de análisis sobre Afganistán, que ha sido una de las guerras más  largas en la historia de los Estados Unidos, la respuesta a la crisis dependía de quién participara en el análisis: “una misión específica” para acabar con Al Qaeda, o “una misión amplia” para transformar el país en un Estado moderno alineado con Occidente.  No hay varitas ni recetas mágicas para consolidar y mantener viva la democracia. Una concientización de los valores democráticos y de responsabilidad individual para su preservación es un camino para atajar las soluciones mesiánicas que ofrecen los enemigos del sistema, pero la realidad es contingente.

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