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Los beneficios de pagar un céntimo por enviar un email

Sellos, sobres, papel y bolígrafo para escribir una carta. Tiempo invertido en adquirir estos materiales, tiempo invertido en dejar la carta en el buzón y tiempo perdido en esperar a que la carta llegue a su destino. El coste de enviar ahora una misiva parece un disparate teniendo en cuenta que hay distintos proveedores de correo electrónico que ofrecen este servicio de forma gratuita. Pero nada es realmente gratis. Un estudio de la Harvard Business Review ha estimado que, en la empresa del autor, enviar un email suponía un coste de 95 céntimos en fuerza laboral. Y hay empresas que llegado un momento, dejarán de dar sus servicios de forma gratuita si no obtienen beneficios por otra parte (Twitter sigue sin encontrar un modelo de negocio económicamente viable).

Los beneficios de pagar un céntimo por enviar un email

Reuters

Sellos, sobres, papel y bolígrafo para escribir una carta. Tiempo invertido en adquirir estos materiales, tiempo invertido en dejar la carta en el buzón y tiempo perdido en esperar a que la carta llegue a su destino. El coste de enviar ahora una misiva parece un disparate teniendo en cuenta que hay distintos proveedores de correo electrónico que ofrecen este servicio de forma gratuita. Pero nada es realmente gratis. Un estudio de un investigador, publicado en la Harvard Business Review, ha estimado que, en su empresa, enviar un email suponía un coste de 95 céntimos en fuerza laboral. Y hay empresas que, llegado un momento, dejarán de dar sus servicios de forma gratuita si no obtienen beneficios por otra parte (Twitter sigue sin encontrar un modelo de negocio económicamente viable).

Imaginemos que pagamos un precio simbólico por enviar un email, un céntimo. No se trata de caridad altruista, sino que este gesto tendría beneficios también sobre los usuarios. ¿Quién no tiene decenas -en algunos casos, cientos o miles- de correos electrónicos sin leer? Diariamente, la gente se dedica a leer correos electrónicos de trabajo, que, en muchos casos, no son más que ruido y no aportan nada, sino que solo suponen una pérdida de tiempo. Poner una barrera aligeraría esta tarea.

Pero para que las bandejas de entrada se llenen tanto, alguien, al otro lado, está enviando emails a diestro y siniestro. Y esto no supone únicamente una inversión de tiempo. Un estudio de la Universidad de Leihigh sugería que existe una conexión entre la lectura y envío emails a deshora y el agotamiento emocional. Y otra investigación de la Universidad de Connecticut publicado en Philosophical Transactions, de la Royal Society B, alerta de que la exposición a la luz artificial emitida por teléfonos, tabletas u ordenadores antes de irse a cama provoca alteraciones en los ritmos circadianos (el reloj biológico que regula, entre otras cosas, el ciclo natural sueño-vigilia) y provoca, por tanto, problemas de sueño. Es decir, leer un libro antes de ir a dormir en lugar de ponerse a contestar al email que te ha mandado tu jefe facilita que tengas un sueño más reparador.

Pero, si tu jefe te escribe, ¿cómo te vas a poner a leer en lugar de responderle? La solución es sencilla: si este tuviera una barrera económica, por pequeña que sea, a la hora de mandar un email, se lo pensaría dos veces. Ya hay empresas que, a su manera, han limitado económicamente el uso del correo electrónico. Facebook y LinkedIn son dos ejemplos.

La empresa analista Radicati Group estima que, en 2015 se enviaron 205.000 millones de emails cada día. Es decir, que si todo el mundo tuviera acceso al correo electrónico – y no es así -, el resultado es 30 emails por persona. Para evitar este overbooking en las bandejas de entrada de medio mundo ya hay plataformas que, conscientes de las deficiencias del correo electrónico, proponen vías de comunicación interna más directas y eficientes. Trello permite construir tableros sobre los que colgar etiquetas en la que cada empleado puede especificar en qué tarea está trabajando sin necesidad de enviarle un email a todo su equipo. Es decir, un corcho digital en el que cada empleado deja una nota que pueden ver todos sus compañeros. Y Slack permite un sistema de chats, grupos y mensajes directos entre empleados y presume de reducir el uso del correo electrónico en casi la mitad. Dos opciones para que a nadie le entre el bajón cuando vuelva de vacaciones y se encuentre una bandeja de entrada con cientos de emails con mensajes que, en la mayoría de los casos, ya han caducado.

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