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La fiebre del vapeo que puede acabar con el tabaquismo

En España, el vapeo es una actividad en auge pero minoritaria: son unos 350.000 los usuarios habituales y el sector industrial relacionado facturó cerca de 55 millones de euros en 2016, un 13 por ciento más que el año anterior, según datos de la Unión de Promotores y Empresarios del Vapeo (UPEV) y la Asociación Nacional del Cigarrillo Electrónico (ANCE). Los números, aunque esperanzadores para comerciantes como Johnny, son todavía bajos si los comparamos con países como Reino Unido, donde el vapeo está mucho más arraigado. En las islas, de hecho, hay 3 millones de usuarios de cigarrillos electrónicos y el volumen de negocio ascendió, en 2014, a 6.300 millones de euros. La diferencia es sustancial.

La fiebre del vapeo que puede acabar con el tabaquismo

Con todo este vapor suspendido casi no puede verse qué hay al fondo. Esta tienda es estrecha, pequeñita, y tiene la caja a la izquierda, junto a la puerta; una tienda como cualquier otra. Un poco más lejos, a dos o tres metros, hay dos estanterías con decenas de botecitos en orden, hay muchísimos. Le pregunto cuántos al dependiente. “197”. ¿197 botecitos? “No, 197 sabores”.

El jefe de la tienda se llama Jonatan Sanz, pero lo conocen como Johnny. Vapexpress Outlet, así se llama la tienda, abrió en octubre del año pasado y es uno de los principales comercios de cigarros electrónicos de Madrid. Johnny lleva siempre consigo un aparato metálico con boquilla, un vapeador, que es de un tamaño algo mayor que una cajetilla de tabaco y tiene las esquinas curvadas. Va dándole chupadas de tanto en tanto. Los chorros de vapor que se forman son aparatosos, como nubes.

El líquido de los botecitos en los estantes son los que dan sabor al vapor y se añaden a base de gotitas en unos algodones situados en el enlace entre el cuerpo del vapeador y la boquilla. Todos los líquidos, aun siendo tan variados, tienen en común dos componentes, además de la nicotina –que no está siempre presente-: la glicerina vegetal y el propilenglicol, tan difícil de verbalizar que los vapeadores lo llaman propi.

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Un usuario californiano vapeando | Foto: Rich Pedroncelli / AP

Investigaciones poco concluyentes

“Mucha gente piensa que los riesgos del cigarro electrónico son equiparables al cigarro convencional, pero este informe aclara cuál es la verdad”, escribió Duncan Selbie, director general del Servicio de la Salud Pública de Reino Unido, en un estudio de agosto de 2015. El debate sobre el consumo de cigarros electrónicos sigue vivo y plantea una cuestión interesante: ¿Son nocivos para la salud esos químicos que rellenan los botecitos? Y, en cualquier caso, ¿son sus efectos equiparables a los de fumar tabaco? Las principales investigaciones al respecto se han realizado en Gran Bretaña y Estados Unidos y los resultados son poco concluyentes. En el párrafo con que comienza el estudio que asume poseer “la verdad” sobre la cuestión se especifica que “los cigarros electrónicos son un 95% menos dañinos para la salud que los cigarros normales”, e interpreta que “ayudan a la mayoría de fumadores a abandonar el tabaco”.

En junio de 2016, la Escuela TH Chan de Salud Pública de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, publicó un informe en el que alertaba sobre la presencia de un químico saborizante y altamente nocivo para la salud, el diacetil, en el 75% de los líquidos analizados. El estudio se realizó sobre 51 muestras, y este parece ser un número poco significativo cuando en la actualidad existen miles.

En agosto del mismo año, los investigadores del Lawrence Berkeley National Laboratory, en Estados Unidos, encontraron 31 químicos en los vaporizadores que emplearon para el estudio, siendo dos de ellos cancerígenos. También descubrieron que conforme la temperatura de vaporización es mayor, aumentan las emisiones de estos líquidos. Hugo Detaillats, coautor de este estudio, añadió en un comunicado que si bien “las emisiones de sustancias tóxicas son menores que en los cigarros convencionales”, no puede decirse que vapear sea un ejercicio saludable. Es más, es “insalubre”.

 

“No hay datos científicos suficientes como para recomendar el cigarrillo electrónico»

 

Contando con estos conocimientos, las autoridades médicas de Gran Bretaña han aconsejado su consumo como mal menor, esto es, como herramienta sustitutiva del tabaco. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud, Estados Unidos y, entre otros países, España, se resisten a hacerlo y lo desaconsejan por ser peligroso. Entre quienes lo rechazan se encuentra el doctor Carlos Jiménez, que es neumólogo e investigador de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica: “No hay datos científicos suficientes como para recomendar el cigarrillo electrónico como elemento para dejar de fumar”. El doctor español es cauto e insiste en que su mesura se debe a que se han encontrado en el cigarro electrónico sustancias tóxicas “en cantidades y concentración suficiente como para producir cáncer”.

Jiménez considera que las revelaciones científicas publicadas hasta la fecha no son concluyentes debido a que los métodos empleados son “deficientes”. Además, el cigarro electrónico es un invento muy reciente, todavía por asentar en España –y Occidente-, y su impacto es difícilmente calculable: “Su influjo es de hace pocos años y no tienen un uso generalizado, como los cigarrillos. Su consumo ha sido a muy corto plazo, no tenemos estudios a largo plazo. Por ejemplo, los profesionales sanitarios se dieron cuenta de que el cáncer de pulmón estaba producido por el tabaco en 1956, cuando la epidemia del consumo masivo comenzó después de la II Guerra Mundial. Tuvieron que pasar todos esos años para que los científicos pudiéramos ver esa relación tan clara entre una cosa y otra”.

Como recuerda el doctor Jiménez, el tabaco mata a 60.000 personas cada año en España a través de enfermedades como el cáncer de pulmón, que sería “una enfermedad rara” si no existiera el tabaco, incluso atendiendo a los niveles actuales de contaminación atmosférica.

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Una usuaria francesa exhalando vapor de su cigarro electrónico | Foto: Christophe Ena / AP

Un movimiento social

Johnny cuenta que solo el 10 por ciento de la gente que viene a la tienda “paga y se va”. Es ese 90 por ciento el que se queda, el que vapea un ratito en la tienda, el que va probando un sabor y otro. El vapeo parece tener un alto componente social. La mayor parte de los clientes de Vapexpress son hombres y mujeres que quieren dejar el tabaco y han oído hablar de esto. Johnny sueña con abrir un negocio más grande, no tanto una tienda como un club de fumadores. Aquí el billar, aquí los sillones. Cree que el vapeo ya tiene consumidores suficientes como para que sea posible.

En España, el vapeo es una actividad en auge pero minoritaria: son unos 350.000 los usuarios habituales y el sector industrial relacionado facturó cerca de 55 millones de euros en 2016, un 13 por ciento más que el año anterior, según datos de la Unión de Promotores y Empresarios del Vapeo (UPEV) y la Asociación Nacional del Cigarrillo Electrónico (ANCE). Los números, aunque esperanzadores para comerciantes como Johnny, son todavía bajos si los comparamos con países como Reino Unido, donde el vapeo está mucho más arraigado. En las islas, de hecho, hay 3 millones de usuarios de cigarrillos electrónicos y el volumen de negocio ascendió, en 2014, a 6.300 millones de euros. La diferencia es sustancial.

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