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Perder el interés, perder la guerra

La perspectiva de una nueva recesión económica fomenta la tentación de abandonar a Ucrania a su suerte

Perder el interés, perder la guerra

El presidente ruso, Vladimir Putin. | Europa Press

A la vuelta del verano la guerra de Ucrania habrá cumplido seis meses. La rentrée europea estará marcada por el «otoño del descontento» que nos espera. La inflación desbocada, las restricciones energéticas, el estancamiento económico y las repercusiones de la inestabilidad política de algunos países centrales como Italia y Reino Unido y de otros periféricos que sigan el rumbo de Sri Lanka dominarán las preocupaciones de los gobiernos y de la gente. Muy lejos quedarán para entonces las proclamas en defensa de la legalidad internacional y las condenas de la injustificable invasión de Ucrania por Rusia.

Desde que hace unos meses el Kremlin reorientara su estrategia tras el fiasco de una victoria rápida con la caída de Kiev, el conflicto de Ucrania pasó a convertirse en una guerra de desgaste y el viento a soplar a favor de Moscú. El optimismo de aislar económicamente a Rusia se ha ido desvaneciendo –las sanciones internacionales no sólo tardan en hacer efecto, sino que los países castigados encuentran rápidamente modos de adaptarse a ellas- y ha sido sustituido por el pesimismo ante un horizonte de recesión económica. La solidaridad del envío de armas a la resistencia ucraniana empieza a pasar factura -en el caso de la Unión Europea, de unos simbólicos 500 millones de euros del principio a los actuales 2.500-; en el campo de batalla, las fuerzas rusas han extendido su control sobre la región del Donbás, que previsiblemente será completo en septiembre, y en el frente político, ha comenzado a hacerse patente la fragilidad del Gobierno del presidente Zelenski, que hace unos días tuvo que despedir al fiscal general y al jefe de los servicios de inteligencia por haberse pasado a Moscú.

El dictador ruso, Vladímir Putin, sabe que su guerra larga pone a prueba la unidad de las democracias occidentales y aprovechará cualquier síntoma de debilidad en sus opiniones públicas para fomentar la división y la tentación de abandonar a su suerte a Ucrania. El presidente Biden obtuvo en mayo un abrumador apoyo en el Congreso para destinar 40.000 millones de dólares en ayuda militar a Kiev  hasta finales de septiembre. Pero hoy nadie cree que lograse la aprobación de otra cantidad antes de las elecciones intermedias para renovar el Senado y la Cámara de Representantes de mediados de noviembre dada la feroz oposición republicana y la preocupación de la sociedad norteamericana por el deterioro de la situación económica.

Esa cifra es una minucia comparada con los trillones gastados por Estados Unidos en las interminables guerras de Irak y Afganistán, pero los estadounidenses piensan que ahora hay menos en juego que entonces y salvo que se produjera algún progreso espectacular de las fuerzas ucranianas sobre el terreno parece difícil que den su voto a un mayor compromiso. Como recuerda Antón La Guardia en The Economist, «Estados Unidos no pierde guerras; lo que pierde es  interés».

La batalla por la opinión pública será decisiva. Una encuesta de YouGov, realizada entre el 16 y el 19 de este mes, ilustra el crecimiento de las actitudes aislacionistas en Estados Unidos. El 48% de los norteamericanos está a favor de dar más dinero para la defensa de Ucrania y de enviar más armas y equipo militar, pero el 43% de los votantes republicanos está en contra o recela de ambas medidas. Asimismo, la seguridad nacional o la política exterior sólo es la principal preocupación del 6% de los consultados frente al 24% que sitúa en primer lugar la «inflación/precios», al 12% que responde «los empleos y la economía» o al 10% que señala la sanidad o el cambio climático (9%). 

«Muchas voces sensatas se han alzado a favor de una paz de compromiso ante el peligro de una escalada del conflicto que acabe involucrando a las potencias occidentales»

Otro indicador, las búsquedas en Google, medido también por el semanario británico, revela que la invasión de Ucrania, que alcanzó un pico de interés a finales de febrero entre los norteamericanos, dejó de atraer la atención del público a partir de abril siendo sustituida por otros temas como la inflación, la sentencia del Tribunal Supremo sobre el aborto o las audiencias por el asalto al Congreso.

Un consejo extraordinario de ministros de Energía de la UE debatirá este martes en Bruselas el recorte generalizado y lineal del 15% en el consumo de gas propuesto por la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, que ha cifrado en 45.000 millones de metros cúbicos el ahorro de gas necesario para hacer frente al invierno y tener ciertas garantías de suministro en 2023. La medida ya ha provocado tensiones entre los socios y va a desafiar su unidad. 

El Gobierno español, que tanto invocó la solidaridad europea para lograr una respuesta común frente a  la pandemia, se ha manifestado ahora contrario a cualquier sacrificio energético. Una actitud que ya no debe sorprender dado que el presidente Pedro Sánchez sigue sin explicar su cambio de posición sobre el Sáhara, que ha derivado en un conflicto comercial con Argelia, país que hasta ahora suministraba el 40% de nuestro consumo de gas, y en una mayor dependencia energética de Estados Unidos y de Rusia, y que, por otra parte, sin haber contribuido apenas en la ayuda a Ucrania ha aceptado de buena gana y sin dar explicaciones la ampliación de la base naval de Rota con dos nuevos destructores norteamericanos. 

En septiembre ya no estarán ni el primer ministro británico, Boris Johnson, ni el italiano Mario Draghi, dos de los políticos europeos más beligerantes contra la Rusia de Putin, y es difícil imaginar ahora mismo un gobierno de la UE capaz de convencer a los votantes de que la soberanía y la libertad de los ucranianos merecen un sacrificio.  Muchas voces sensatas se han alzado a favor de una paz de compromiso ante el peligro de una escalada del conflicto que acabe involucrando a las potencias occidentales, la inadmisible victoria de Moscú y el improbable triunfo de Kiev. Pero esa solución –que en la práctica supondría intercambiar bienestar económico por principios democráticos- no garantizará ni el fin de la hostilidad entre rusos y ucranianos ni el del enfrentamiento entre Rusia y Occidente.

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