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Las divisiones internas llevan al PSOE el borde del abismo

Todo empezó con unos resultados electorales bastante malos en las elecciones del 20 de diciembre de 2015. Un año antes, Pedro Sánchez fue elegido secretario general en sustitución de Alfredo Pérez Rubalcaba. Sus críticos constatan que desde 2014 el partido ha ido perdiendo apoyos, elección tras elección, llegando a obtener los peores resultados de su historia en las elecciones de junio de 2016. Pero antes de ese momento hay que decir que Sánchez quería ser presidente del Gobierno y es esforzó para ello aunque sin resultados. En la breve XI Legislatura entre enero y mayo negoció a derecha e izquierda. Con la derecha representada por el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, firmó el Pacto del Abrazo, un acto de una solemnidad desproporcionada teniendo en cuenta que no llevaba a ningún lado, pues era necesario contar con al menos otro partido para lograr los votos suficientes para la investidura. Podemos, el partido de la izquierda, rompió en el último momento, una “traición”, según los socialistas que Sánchez no perdonaría. La primera semana de marzo, Sánchez perdió la investidura. Pero lo peor estaba por llegar para este ambicioso socialista. Las elecciones de junio, apenas seis meses después de las del 20D, volvieron a dejar al PSOE en una situación desconocida, con 85 diputados, y con Podemos pisándole los talones. Al menos, decían Sánchez y los suyos, no hubo sorpasso y el PSOE siguió como primer partido de la oposición. Con la XII Legislatura ya en marcha todo se precipitó cuando Sánchez se negó a facilitar la investidura de Mariano Rajoy, cuyo partido, el PP, fue el único que ganó escaños el 26J, revalidando su victoria pero sin mayoría absoluta. “No es no” o ¿Qué parte del no, no ha entendido?”, se convirtieron en las frases favoritas de un Sánchez que empezó a ser cuestionado por su obstinada negativa a que el PP gobernara. Él estaba dispuesto a ir a unas terceras elecciones y aquello, para los barones del PSOE era un suicidio. Rajoy se sometió a una primera sesión de investidura fallida. Era finales de agosto. Ante la posibilidad de acudir a las urnas de nuevo, el 28 de septiembre, 17 miembros de la Ejecutiva Federal dimitieron en bloque para forzar su disolución del órgano de dirección, al quedar reducida a 18 miembros. Pero Sánchez no disolvió la Ejecutiva y convocó un Comité Federal para el 1 de octubre que acabó como el rosario de la aura, es decir, fatal. Hubo gritos, insultos, llantos, reproches y, finalmente, se produjo la dimisión del secretario general, que se negó a dar su brazo a torcer con lo de Rajoy. Felipe González tiró la piedra que acabó descalabrando a Sánchez y una gestora encabezada por el presidente de Asturias, Javier Fernández, se instaló en los despachos de la madrileña calle de Ferraz, sede central de un partido que sangraba por numerosas heridas. A finales de octubre, si no había investidura, se convocarían las terceras elecciones generales en un año. Así que la gestora acordó que los 85 diputados socialistas permitirían a Rajoy ser investido presidente en la segunda votación. Sánchez desapareció de la escena hasta el día de la primera votación en la que los socialistas, todos a una, le dijeron no a Rajoy. 48 horas después se celebraría la segunda votación y Sánchez anunció que renunciaba a su escaño. No quería abstenerse y se marchó. Pero 15 sanchistas o diputados díscolos rompieron la disciplina de voto y votaron no a un Rajoy que salió investido presidente del Gobierno. La gestora castigó a la mayoría de los diputados rebeldes quitándoles de puestos de responsabilidad, primero en el congreso, después en el propio partido, mientras Sánchez anunciaba en Twitter que se iba a dedicar a recorrer las sedes socialistas de España para buscar entre los militantes los apoyos necesarios para presentarse a la secretaría general en las primarias del próximo Congreso Federal que, él y los suyos quieren que se celebre cuanto antes y que la gestora – órgano temporal – dice que ya lo convocará cuando le cuadre pero que no antes de la primavera del 2017. Las espadas están en alto en un partido que está al borde del abismo, mientras Susana Díaz sigue jugando al despiste. Será un año interesante para saber qué derroteros toma el histórico partido fundado en 1879.

Las divisiones internas llevan al PSOE el borde del abismo

Reuters

Seguro que más de un militante del PSOE está deseando que acabe 2016. No ha sido un año precisamente feliz para el histórico PSOE, el partido que gobernó durante casi 14 años entre 1982 y 1996, con más luces que sombras y que, sin duda, modernizó el país. ¿Qué queda ese partido? Más bien poco pues, si bien es cierto que a lo largo de su centenaria historia ha habido intensos debates de opinión protagonizados por corrientes internas encontradas, nunca hasta ahora esas divisiones habían creado un cisma como el que ha estallado en 2016 y que, por lo pronto, ha dejado el partido en manos de una gestora que no parece tener prisa por marcharse.

Todo empezó con unos resultados electorales bastante malos en las elecciones del 20 de diciembre de 2015. Un año antes, Pedro Sánchez fue elegido secretario general en sustitución de Alfredo Pérez Rubalcaba. Sus críticos constatan que desde 2014 el partido ha ido perdiendo apoyos, elección tras elección, llegando a obtener los peores resultados de su historia en las elecciones de junio de 2016. Pero antes de ese momento hay que decir que Sánchez quería ser presidente del Gobierno y es esforzó para ello aunque sin resultados. En la breve XI Legislatura entre enero y mayo negoció a derecha e izquierda. Con la derecha representada por el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, firmó el Pacto del Abrazo, un acto de una solemnidad desproporcionada teniendo en cuenta que no llevaba a ningún lado, pues era necesario contar con al menos otro partido para lograr los votos suficientes para la investidura. Podemos, el partido de la izquierda, rompió en el último momento, una “traición”, según los socialistas que Sánchez no perdonaría.

La primera semana de marzo, Sánchez perdió la investidura. Pero lo peor estaba por llegar para este ambicioso socialista. Las elecciones de junio, apenas seis meses después de las del 20D, volvieron a dejar al PSOE en una situación desconocida, con 85 diputados, y con Podemos pisándole los talones. Al menos, decían Sánchez y los suyos, no hubo sorpasso y el PSOE siguió como primer partido de la oposición. Con la XII Legislatura ya en marcha todo se precipitó cuando Sánchez se negó a facilitar la investidura de Mariano Rajoy, cuyo partido, el PP, fue el único que ganó escaños el 26J, revalidando su victoria pero sin mayoría absoluta. “No es no” o ¿Qué parte del no, no ha entendido?”, se convirtieron en las frases favoritas de un Sánchez que empezó a ser cuestionado por su obstinada negativa a que el PP gobernara. Él estaba dispuesto a ir a unas terceras elecciones y aquello, para los barones del PSOE era un suicidio. Rajoy se sometió a una primera sesión de investidura fallida. Era finales de agosto. Ante la posibilidad de acudir a las urnas de nuevo, el 28 de septiembre, 17 miembros de la Ejecutiva Federal dimitieron en bloque para forzar su disolución del órgano de dirección, al quedar reducida a 18 miembros. Pero Sánchez no disolvió la Ejecutiva y convocó un Comité Federal para el 1 de octubre que acabó como el rosario de la aura, es decir, fatal.

Hubo gritos, insultos, llantos, reproches y, finalmente, se produjo la dimisión del secretario general, que se negó a dar su brazo a torcer con lo de Rajoy. Felipe González tiró la piedra que acabó descalabrando a Sánchez y una gestora encabezada por el presidente de Asturias, Javier Fernández, se instaló en los despachos de la madrileña calle de Ferraz, sede central de un partido que sangraba por numerosas heridas. A finales de octubre, si no había investidura, se convocarían las terceras elecciones generales en un año. Así que la gestora acordó que los 85 diputados socialistas permitirían a Rajoy ser investido presidente en la segunda votación. Sánchez desapareció de la escena hasta el día de la primera votación en la que los socialistas, todos a una, le dijeron no a Rajoy. 48 horas después se celebraría la segunda votación y Sánchez anunció que renunciaba a su escaño. No quería abstenerse y se marchó. Pero 15 sanchistas o diputados díscolos rompieron la disciplina de voto y votaron no a un Rajoy que salió investido presidente del Gobierno.

La gestora castigó a la mayoría de los diputados rebeldes quitándoles de puestos de responsabilidad, primero en el congreso, después en el propio partido, mientras Sánchez anunciaba en Twitter que se iba a dedicar a recorrer las sedes socialistas de España para buscar entre los militantes los apoyos necesarios para presentarse a la secretaría general en las primarias del próximo Congreso Federal que, él y los suyos quieren que se celebre cuanto antes y que la gestora – órgano temporal – dice que ya lo convocará cuando le cuadre pero que no antes de la primavera del 2017. Las espadas están en alto en un partido que está al borde del abismo, mientras Susana Díaz sigue jugando al despiste. Será un año interesante para saber qué derroteros toma el histórico partido fundado en 1879.

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