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Los nuevos vinos: el renacer catalán

Hoy en día, cuando en Europa se habla de vinos de terruño se incluye inmediatamente a España, y en primer lugar a Cataluña

Los nuevos vinos: el renacer catalán

Hermés Rivera | Unsplash

El salto a la internacionalización en el vino español fue, en primer lugar cronológico, catalán. El salto de vuelta a las fuentes, a los orígenes de una cultura milenaria del vino, también ha sido catalán. Y ahora algunos de los mejores ejemplos de vinos de terruño, que reflejan tanto su suelo como sus cepas y sus uvas, son de Cataluña.

Históricamente se puede decir que, en el tercer tercio del siglo XIX, se adelantó la Rioja al traer a técnicos de Burdeos y empezar a hacer sus primeros vinos de crianza y con visos de guarda en botella, pero esencialmente -salvo algunas iniciativas como las de Marqués de Riscal- se optó allí por mantenerse fieles a las castas locales de uva, encabezadas por el tempranillo, que sirvieron para mantener en los vinos un estilo autóctono y evitar sugerencias de «esto es una imitación de…».

A mediados del siglo XX, Cataluña vivía un momento de difuminación de su personalidad vinícola, de la fama -y del precio- de sus vinos, que habían conocido a través de la época histórica del Priorat una fama incluso europea por aquellos poderosos tintos de pizarra, garnacha y mazuelo.

Ahora algunos de los mejores ejemplos de vinos de terruño, que reflejan tanto su suelo como sus cepas y sus uvas, son de Cataluña

Siempre muy al día de lo que sucedía en los mercados internacionales, los catalanes no pudieron dejar de observar el ‘boom’ nacido en California de vinos con uvas de origen bordelés, los tintos, y borgoñón, los blancos de chardonnay. Es lo mismo que estaban observando entonces los italianos de Bolgheri o los argentinos de Mendoza. Y un empujón no desdeñable llegó en 1962 cuando un montañés emigrado a Los Angeles, Jean Leon (antes conocido como Ceferino Carrión) plantó sus primeras cepas de cabernet Sauvignon en el Penedés.

Los viticultores de esa zona al sur de Barcelona, como los de otras pequeñas áreas vinícolas de Cataluña -Empordà-Costa Brava, Alella, Costers del Segre- seguían de cerca esos acontecimientos y, encabezados por la emprendedora familia Torres, se lanzaron a hacer vinos, no sólo con las uvas francesas, sino dentro de los estilos de elaboración potentes, ricos en madera, del Nuevo Mundo.

Así que Cataluña se convirtió en el Nuevo Mundo del Viejo Mundo y los productores, de los pequeños a los de mayores dimensiones como Torres o Barbier, se lanzaron a hacer tintos de cabernet o merlot, blancos de chardonnay. Y hasta 1990 esa fue la tendencia que se fue trasladando a otras zonas de España que no habían conseguido tampoco, con sus formas de trabajo un tanto rústicas, implantar vinos de más alto precio y consideración en los anaqueles de las tiendas: Somontano, Navarra…

Imagen: Ayuntamiento de Torroja del Priorat.

Se han hecho algunos vinos grandiosos en esa nueva escuela propiciada por empresas potentes y por enólogos formados en Burdeos, en Montpellier o en Dijon, y ahí están el Milmanda o el Mas La Plana de Torres para recordarlo. Pero no lograron superar la atención que estabab atrayendo los italianos de Sassicaia o Solaia en la comarca toscana de Bolgheri. Y los cabernets sauvignons catalanes, salvo esas contadas excepciones, seguían cotizándose muy por debajo de los vinos con crianza de Rioja o de la otra zona que despegó en 1980, la Ribera del Duero.

El movimiento decisivo hacia unos vinos propios, con historia ancestral, pero adaptados a los tiempos y capaces de cautivar a esa nueva raza de dictadores de los gustos se inició a finales de los años 80 en el Priorat

El movimiento decisivo hacia unos vinos propios, con historia ancestral, pero adaptados a los tiempos y capaces de cautivar a esa nueva raza de dictadores de los gustos -los famosos críticos de vinos, generalmente anglosajones-, se inició a finales de los años 80 en una zona que sí que tenía una historia propia y, además, unos suelos excepcionales que -como hoy sabemos todos, pero durante demasiado tiempo se olvidó- definen la clase de vino: el Priorat, donde la uva la cultivaron los monjes de las órdenes francesas desde el momento mismo de la Reconquista.

Tenían sus debilidades por introducir algunas de aquellas grandes uvas francesas -cabernet, syrah- aquellos jóvenes que coincidieron en Gratallops e hicieron mancomunadamente su primer vino, pero en lo esencial se fiaron de las viñas viejas autóctonas. Había varios catalanes, un riojano, un valenciano, una suiza, un belga… Y aquellos vinos del Priorat cambiaron el curso de la Historia, de L’Ermita a Clos Mogador o Clos Erasmus.

El ejemplo no fue seguido automáticamente en todas partes, y durante una veintena de años se siguieron plantando en los lugares más diferentes de la Rioja miles de hectáreas de tempranillo, obsesión nacional del momento -La Mancha, Extremadura, Valencia…-, pero el giro se había dado, y se consolidó primero en Cataluña.

En zonas como Terra Alta, Montsant o Conca de Barberà próximas al Priorat se afirmó el proceso, que acabó penetrando en una zona demasiado dominada por las bodegas industrializadas de producción masiva y vinos baratos, como particularmente el Penedès. En el camino los prioratinos descubrieron que la garnacha no era la única uva -la cariñena o mazuelo ha demostrado ser superior en suelos cálidos- y sus vecinos relanzaron castas de las que el mundo había olvidado todo, si es que alguna vez lo había sabido: xarel-lo, sumoll, trepat…

Hoy en día, cuando en Europa se habla de vinos de terruño se incluye inmediatamente a España, y en primer lugar a Cataluña. Todo porque unos señores y señoras hoy casi sesentones rompieron en 1990 con los dictados del vino comercial al uso.

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