THE OBJECTIVE
Política

Del «no pasarán» antifascista al «ni Macron, ni Le Pen»

«Queda por entender por qué Marine Le Pen no genera en esta izquierda la urticaria que provocaba su padre»

Del «no pasarán» antifascista al «ni Macron, ni Le Pen»

Una protesta contra la extrema derecha en París. | Vincent Isore (Europa Press)

Francia, 21 de Abril de 2002. Escenas de histeria en la calle; el NON gigante de Libération en portada con letras apocalípticas sobre un fondo negro y la foto de Jean-Marie Le Pen desde un ángulo que recuerda a Mussolini. La sorpresiva calificación de Frente Nacional (16,86%) a la segunda vuelta y el traumático descarte del socialista Lionel Jospin (16,18%) -con una tardía y escuálida campaña del entonces primer ministro y la izquierda dividida- propulsaban por unas décimas a la extrema derecha al balotaje. En las calles, en el trabajo, en los medios (todavía no hay redes sociales para indignarse), caras desencajadas, llamados sobreactuados a la resistencia y la obligación moral del voto por el derechista Jacques Chirac (19,88%) como una obviedad para los partidos tradicionales y sus electorados. El «frente republicano», el «cordón sanitario antifascista» de los partidos tradicionales, operó plenamente. Chirac fue plebiscitado: obtuvo el 82,21% de los votos (Le Pen el 17,79%): el bien había triunfado, la república estaba a salvo, aunque Le Pen jamás tuviera una chance real de llegar al poder.

Con el tiempo, el cofundador del Frente Nacional, negacionista, racista, reivindicador de las torturas en Argelia, pero que nunca aspiró de verdad a ser presidente, si no a manejar su partido como una rentable PYME contestataria, seguiría jugando ese papel de tribuno vocinglero hasta salir del escenario político empujado por su hija Marine. Pero la presencia duradera del Frente Nacional trastocó el juego democrático. Cada elección que veía asomar al FN, a nivel nacional o local, activaba el frente republicano: en la práctica, la derecha, el centro y la izquierda retiraban sus candidatos con menos chances y pedían el voto para un aspirante partido rival mejor posicionado con tal de impedir una eventual victoria de la ultraderecha, liquidando prematuramente el proceso electoral. Y antes de cada elección, era el partido conservador primero (bajo sus sucesivos nombres: RPR, UMP y luego Los Republicanos), al que se le pedía públicamente que explicitara que en ningún caso dejaría pasar al partido de Le Pen, ya que se daba por descontado, y muchas veces con razón, que la derecha tradicional era la más porosa hacia este extremo.

10 de Abril de 2022. 20 años después, en la ventanas de La Sorbona cuelgan carteles «Ni Macron, ni Le Pen», una consigna coreada en las aulas centenarias con quienes creen revivir el espíritu rebelde del Mayo Francés. El líder de La Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon (21,95%), desde su tercer lugar y árbitro de la contienda, machacó tras la primera vuelta «Ni un voto para Le Pen», pero se abstuvo de pedir, aunque sea tapándose la nariz, de poner la papeleta en la segunda vuelta con el nombre de Macron. ¿Por qué, si esta instancia decisiva tiene, otra vez, a un Le Pen y a un candidato tradicional en el duelo final?

Macron, desde el punto de vista social, poco tiene que envidiarle a Chirac, quien había sacado a millones de franceses en las calles con las huelgas de 1995 -las mayores protestas desde de Mayo del 68- por su reforma de las jubilaciones y de la seguridad social, y se había mostrado compresivo con, según sus palabras, los compatriotas que debían soportar «el ruido y el olor» de sus vecinos extranjeros. ¿Por qué votar por este Chirac era posible mientras que Macron, exministro del socialista François Hollande, resultaba ahora alguien tan indeseable como el Frente Nacional? ¿Por qué el ala más radical de la izquierda, la que más histéricamente pataleaba en el piso 20 años atrás chillando «que viene el lobo», ahora que el margen que separa a Macron de Le Pen era realmente estrecho y su victoria mucho más plausible, piensa que puede establecer una equidistancia entre un liberal de centro-derecha y la extrema derecha? La respuesta está en la transformación de la izquierda.

La izquierda iliberal como fuerza hegemónica 

El Partido Socialista francés que había tomado nota de la caída del muro de Berlín, que se había resignado a la economía de mercado, concentrándose ahora en la ecología y los temas de sociedad, recibió su acta de defunción el 10 de abril. Macron supo salir del barco socialista a punto de hundirse y absorber lo reciclable de esta socialdemocracia moribunda para encabezar una oferta liberal en lo social y liberal en lo económico. Pero el Macron que ganó en 2017 no es el que gobierna hoy. El avance del islamismo (reivindicaciones vestimentarias, de comida sin cerdo en la escuela pública o lugares para rezar en el ámbito laboral), y sobre todo la decapitación del profesor Samuel Paty tras mostrar caricaturas de Mahoma, obligaron al mandatario a elegir entre las identity politics, que pedían sacrificar el laicismo y la libertad de expresión en nombre de la tolerancia, y el universalismo y la tradición secular francesa. Eligió esto último, luchar contra lo que llamó «el separatismo» y la ideología woke en las universidades. «Se derechizó», acusa la izquierda antisistema. La defensa de los valores laicos y de la libertad de expresión, rechazar el oscurantismo y la intolerancia religiosa, se han vuelto extrañamente, para esta izquierda, valores de derecha.

La primera vuelta de las elecciones, decíamos, fue la humillación final para el Partido Socialista. La alcaldesa de París, Anne Hidalgo, obtuvo el mísero 1,75% de los votos, por detrás del Partido Comunista (2,28%). Este último, de la mano de Fabien Roussel, lideró una refrescante e inesperada campaña popular old school contra la otra izquierda, la identitaria, que trocó la lucha de clases por la lucha de razas, sustituyó al proletario por la minoría étnica, lo que explica que Mélenchon haya obtenido el 69% del voto musulmán, según la encuestadora Ipsos.

El movimiento de Jean-Luc Mélenchon se consolidó como la principal fuerza de la gauche.  La Francia Insumisa cumplió la profecía de 2012 del think tank de izquierda Terra Nova, que tomaba nota de que el Frente Nacional se había quedado con el electorado obrero (lo que volvió a confirmar esta elección) y que para seguir existiendo la izquierda debía seducir a un nuevo electorado urbano, «diplomados», «jóvenes», las «minorías de los barrios populares» y las «mujeres»: todos ellos unidos por «valores progresistas y culturales». Exactamente el voto que convirtió a La Francia Insumisa en el referente hegemónico de la izquierda.

Queda por entender por qué Marine Le Pen no genera en esta izquierda la urticaria que provocaba su padre. Se podría decir que el trabajo de «desdiabolización» del partido, con la expulsión de figuras impresentables, surtió efecto y la irrupción del polemista e ideólogo Eric Zemmour distrajeron y suavizaron la imagen por contraste de la heredera de Jean-Marie. Más cierto aún es que la campana del rebautizado partido Agrupación Nacional se concentró en temas económicos, como el poder adquisitivo, defender la edad actual para jubilarse y los hospitales, dejando en un segundo plano los tropismos de la formación: seguridad e inmigración. Pero lo decisivo es que el ex Frente Nacional y La Francia Insumisa se parecen más de lo que quisieran. 

Unidos contra el liberalismo

En política exterior, tanto Marine Le Pen como Jean-Luc Mélenchon son hostiles a la OTAN y han expresado admiración por el autoritario de Vladimir Putin. Del mismo modo, comparten un antiamericanismo y una aversión por la globalización idénticos entre sus seguidores. Ambos piden distanciarse de Alemania y recuperar una soberanía que consideran entregada a la burocracia de la Unión Europea. Sus programas económicos son proteccionistas (es difícil saber de quién es la propuesta si se oculta los nombres de sus partidos) y, sobre todo, profesan un odio idéntico por el «ultraliberal» Emmanuel Macron. El mismo presidente que durante la pandemia invocó el «cueste lo que cueste» e hizo desembolsar al Estado 140.000 millones de euros en ayudas a particulares, empresas y sistema de salud para enfrentar la pandemia de covid. Es sugestivo en este sentido que el premio Nobel de Economía francés Jean Tirol advirtiera este fin de semana que el programa económico de Marine Le Pen es el que rige actualmente en la Argentina kirchnerista.

En la izquierda antisistema, la idea de que el capitalismo es fascismo ha calado hondo. Que el capitalismo es el principal enemigo del feminismo, del antirracismo o de los derechos LGBTQ+ ha, contra todas las evidencias empíricas si comparamos por países y sistemas, terminado por ser tragado por una franja importante de la sociedad.

El vínculo iliberal que lo hermana con el partido de Le Pen, su rechazo hacia la sociedad abierta, ha creado un sócalo común, y explica entre otras cosas que el 21% de quienes votaron por Mélenchon en la primera vuelta se dispongan a hacerlo por Marine Le Pen en la segunda (Opinion Way, 15 de abril). ¿Desde cuándo el 20% de la extrema izquierda vota por la extrema derecha en segunda vuelta? Otra cifra elocuente, esta vez divulgada por la propia Francia Insumisa que hizo una consulta entre sus militantes: dos tercios de sus votantes no votarán por Macron.

Así las cosas, se resquebraja por izquierda el «cordón sanitario», sepultando el tabú de una posible victoria de Le Pen. Del mismo modo, el eje tradicional que ha hecho que desde la Segunda Guerra mundial se turnen en el poder dos formas moderadas de la izquierda y la derecha, es reemplazado por un nuevo corte o fractura, que empieza a dividir a la sociedad entre el liberalismo universalista y un populismo iliberal identitario. Porque tanto Marine Le Pen como Jean-Luc Mélenchon organizan su grilla de lectura de la sociedad y sus propuestas políticas en función del color de piel y sexualidad de sus votantes.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D