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Opinión

¿Partido Socialista o Partido de Sánchez?

«Sánchez se hace ahora fotos con González y celebra los triunfos del 82 para blanquear su imagen. Pero el viaje que ha impuesto a su partido es el inverso»

¿Partido Socialista o Partido de Sánchez?

Me imagino que para los socialistas que vivieron el triunfo electoral del PSOE hace 40 años los recuerdos estos días habrán sido emotivos, las ausencias entendidas y las comparaciones muy dolorosas. Si analizamos cómo está ahora el partido, cómo es su implantación, cuáles son sus estrategias o quiénes son sus aliados poco tiene que ver con este PSOE de Sánchez con el de hace cuarenta años. Y si entramos en las tripas del partido y analizamos cómo es y cómo funciona su organización interna ahora y cuál es el poder de su secretario general, no tienen casi nada que ver, en términos de democracia y pluralidad internas, con los años de Felipe González.

Estamos ante dos partidos muy distintos. Más que una evolución parece que ha sufrido una involución. Del Partido Socialista Obrero Español hemos pasado al Partido de Sánchez. Felipe hace 40 años conseguía 202 escaños, el mejor resultado que nunca haya conseguido nadie en España. Pedro Sánchez gobierna en la actualidad con los peores resultados de la historia. Tiene mérito porque nadie con 120 diputados había conseguido gobernar nunca. Cierto que nadie se atrevió a intentar un Gobierno Frankenstein y buscar alianzas con partidos independentistas y con Unidas Podemos, que le llevaron al poder y a pesar de todo, todavía le mantienen. Y eso para Sánchez es lo único importante, cueste lo que cueste. 

En 1982 España venía de un golpe de estado y se produjo la autovoladura de UCD, el partido en el poder. Fue un gran triunfo. Felipe González modernizó España, entramos en Europa, crecimos económicamente, eliminó el golpismo y solo el terrorismo le hizo entrar en zonas de sombra. Gobernó casi 14 años.

El PSOE de González tenía una activa, sonora y plural vida interna. Recordemos que en el 82 venía de un proceso de refundación en 1974, todavía en la dictadura, donde se escinde como versión renovada del histórico y oxidado PSOE del exilio. El Congreso de Suresnes llevó a ese joven abogado sevillano al liderazgo que convirtió en las primeras elecciones al partido socialista en el primer partido de la izquierda superando al PCE. González entendió que no era suficiente, y que para ser el primer partido del país había que hacer girar al PSOE desde la izquierda marxista a la socialdemocracia. Aquel «hay que ser socialista, antes que marxista» es recordado como el momento en deciden que el partido no tiene que ser solo para los militantes, sino sobre todo para los votantes.

Sánchez se hace ahora fotos con Felipe González y celebra los triunfos del 82 para intentar blanquear su imagen. Pero el viaje que ha impuesto a su partido es el inverso del de González. Hace un viaje hacia la izquierda. Abandona posiciones e ideas de centro izquierda y tras aliarse con su izquierda (a la que por cierto parece querer fagocitar) busca a los partidos independentistas más contrarios a la esencia de ese PSOE.

«En el partido de Sánchez, en los órganos internos socialistas impera el halago, la sumisión o el silencio. Incluso los silenciosos pueden sufrir una retirada «a la china» y que se queden sin silla»

Y lo hace con entusiasmo y muchas veces por voluntad propia. Sánchez es ahora el gran valedor del Concierto y el gran pagador del «cuponazo vasco». Esas cuentas casi secretas que priman unos derechos históricos de otros siglos y de solo dos comunidades que salen enormemente privilegiadas. También les paga votos en el Congreso con las competencias de prisiones para el gobierno vasco, que no ha tardado en demostrar su generosidad con los beneficios penitenciarios de todos los condenados etarras. Etarras presentes en territorio vasco gracias a los continuos acercamientos realizados en los últimos años por el gobierno, en la posiblemente única acción en la que Grande-Marlaska ha conseguido una muy alta efectividad. 

Tampoco los indultos a los condenados independentistas catalanes, ni la próxima reforma del Código Penal para rebajar las penas del delito de sedición deben de ser fácil de entender para muchos votantes socialistas en el resto de España. Eso lo saben los barones autonómicos que no han querido salir en la foto de Sevilla con Sánchez sabedores del daño que les puede generar en las próximas elecciones en apenas siete meses.

La visión territorial del PSOE de González y de Alfonso Guerra en el triunfo del 82 fue siempre crucial y equlibrada. A costa incluso de ser a veces acusados de jacobinos, supieron desarrollar un estado autonómico, descentralizando constitucionalmente el poder y reduciendo tentaciones secesionistas. Ahora Sánchez va a bajar las penas lo que favorece a los fugados secesionistas. Y parece que incluso da carta blanca a futuras intentonas cantonales cuyas consecuencias penales los autores ya saben que serán leves.  

En estos 40 años el partido de los socialistas ha pasado a ser el partido de Sánchez. En el 82, González ya había conseguido agrupar bajo las siglas del PSOE a los más de veinte partidos que llegaron a portar el apellido socialista. Generó un PSOE en el que todos los órganos internos, desde la comisión ejecutiva federal, al comité federal y no digamos ya, a los congresos federales, el debate, la discusión, la pluralidad era la tónica habitual. Había familias y había discusión. Guerristas, renovadores, Izquierda Socialista… Todos recordamos sus disputas internas. Ni Felipe González era ajeno a esta disparidad de sensibilidades que reflejaban, en definitiva, la propia pluralidad y democracia interna del partido. Los iniciales años de férreo control guerrista no impidieron el debate ni la confrontación abierta en todos los órganos. Y eso a pesar del aviso de Alfonso Guerra de que «el que se mueva, no sale en la foto». 

Ahora con Pedro Sánchez directamente no hay foto. Solo las suyas. En el partido de Sánchez, en los órganos internos socialistas impera el halago, la sumisión o el silencio. Incluso los silenciosos pueden sufrir una retirada «a la china» y que se queden sin silla. No ya por divergencia, ni oposición, sino por la única voluntad de Sánchez. Eso lo saben los barones que hablan y amagan con criticar mucho en sus casas, pero que son incapaces ni de toser cuando llegan a Ferraz y está presente Sánchez.

En Sevilla Felipe González insistía en su discurso en recordar que «hay que comprender de dónde vienen (los socialistas) para tener sentido de la orientación y seguir construyendo futuro». No parece que Pedro Sánchez se sintiera aludido. Su reflexión de que «el triunfo de hace 40 años cambió España y le dio la vuelta al país sin excluir a nadie» choca con su día a día, en el que excluye a todo lo que no le ayude a permanecer en Moncloa. Aunque sea del PSOE.

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